viernes, 19 de febrero de 2010

Las Máscaras de Alicia (Parte Segunda)






La mañana en que fuimos a los túneles estaba plagada de una sensación nerviosa de la cual no podía librarme. Mil veces, mientras ascendíamos por las pequeñas estribaciones vallunas, me pregunté por qué había ido. Mucho del encanto por ese chico ya se había perdido, y francamente, incluso antes de que me contase lo último, aquello de su hermano, yo ya tenía miedo de aquel lugar.
Sin embargo, la imagen que creábamos distaba mucho de ser macabra. Tan sólo tres adolescentes paseando despreocupadamente por el bosquecillo paceño. Cualquiera, al vernos, habría dicho que ellos dos, Emily y Andrés estaban yendo a probar su sexualidad recíprocamente, y que yo los acompañaba, sólo por si acaso.
Y es que ambos se veían tremendamente afines. Yo no tenía casi de qué hablar con ellos, que se perdían en sus discusiones acerca de bandas de metal, hardcore y otros. Mis conocimientos en música eran bastante limitados, y entre otras cosas, si terminaba nombrando algo, por decir, de Paramore, ambos se voltearían y se burlarían de mí con ganas y merecimiento.
Hasta que vi algo extraño, desdibujado con extrañeza a lo lejos.
-¡Pst! Andrés… ¿Qué es eso?
-Ah… ¿ya viste las tumbas? Entonces estamos cerca nomás
-¿Tumbas? –Dijo Emily, con una ceja en ristre- ¿Y de qué son? Aquí entierran los maleantes a sus víctimas, ¿no?
-La verdad no sé… mi hermano me dijo que son de perros de los pocos que viven por aquí… sólo que… hay muchas y…
-¿?
-No,… nada… ¡miren! ¡Allá está la entrada!
En efecto, bajo el sol que afloraba, bajo el follaje inhóspito de los casi amarillentos eucaliptos, entre el pasto revuelto una oquedad pequeña, misteriosa, abría un surco negro en todo. Apenas si estaba enmarcado en una estructura de cemento que la hacía incluso más siniestra. Cuando nos acercamos, percibí un tufo extraño del sitio, no algo que pareciera venir de cadáveres, sino más bien de excreciones innombrables.
-Ya… hay que buscar dos amas para los lados…
Andrés comenzó a caminar alrededor husmeando el suelo. Emily y yo, alternativamente, miramos el hoyo y a nosotras.
-¿Estás segura? No quiero que bajes si te da miedo, Alicia…
-Estoy bien… -repliqué desviando la mirada. No quería mirarla. No quería mirar el hoyo. Una sensación nueva, mezcla de expectativa y miedo se apoderaba de mí. Sí, tenía miedo, pero algo más allá del simple orgullo me obligaba a descender. Iba a hacerlo. Es más. Quería hacerlo cuanto antes- ¡Andrés! ¿Para qué son las ramas?
-Es que hay partes del túnel que son más anchas, o entradas que uno no ve. Vamos a ir rozando las paredes para no desubicarnos y seguir recto. Y también para tocar algo si encontramos.
-A que nos topamos con un perro muerto, máximo… -dijo mi amiga, que comenzaba a mostrarse harta.
De pronto, el chico se acercó a nosotras, y sin más ceremonia, me guiñó un ojo y nos tiró un par de ramas a cada una y se internó en la oscuridad a través de la escalerilla de metal.
Del viaje conservo muchos recuerdos, pero todos están envueltos en la misma cáscara confusa. El hedor se hacía tan sofocante que parecía que nublaba la vista. Yo iba al final de la fila, delante de mí estaba Emily, y encabezando, Andrés con la linterna. La luz que éste emitía se me hacía como una pequeña estela brillante en un mundo pútrido de una profundidad inconmensurable.
A los lados, en las paredes, diversos símbolos se entremezclaban. Eran de tan diversas índoles y escritos de tantas formas, que su mera visión resultaba una imagen aleatoria y casi demencial. Aquí y alá lograba ver lo que quedaría de algún grafiti de alguna pandilla que seguro pulularía por esos lares, así como también simples marcas largas, como de uñas rasgando. El confuso tono rojizo de éstas me estremecía. Había también simples sentencias escritas, de todas las calañas. Debí haber visto una buena cantidad de enseñas de amor, escritas entre corazones dibujados quién sabe de qué formas.
Me encogí de hombros del asco. No estaba en mí imaginarme con alguien que quisiera, dejando una estampa en un lugar así.
Emily estaba muy callada. Sólo después de mucho rato volvió a hablar.
-¿Saben? Este lugar estaría de la puta para filmar un clip de mi banda.
-Jeje, luego van a quedar malditos, ustedes…
-No jodas, cabrón. Aquí no pasa nada. Tanto rato caminando y apenas si he visto rocas y me he ensuciado los zapatos. En la próxima salida nos vamos, ¿ya?
-Bah, seguro te estás asustando. Primero tenemos que llegar adonde se derrumbó esa pared…
-Sí, claro… seguro ni te acuerdas bien…

Ellos dos seguían discutiendo y yo apenas los escuchaba porque de tanto observar a los lados y atrás había caído en cuenta de algo.

-Oye, Andrés, pero las paredes son de cemento… esto es como un tubo… ¿Cómo va a derribarse algo así?...

Y ahí fue, antes de que ninguno de los dos pudiese responderme, que escuchamos, a través de todo, un sonido que nos hizo estremecer a los tres. Era como un pitido ligero, que se oía tanto más distante como macabro, pues ninguno podíamos imaginar a qué se debía. Miré a Emily, quien tenía la misma cara de intriga que yo, y ambas miramos hacia nuestro guía.
-¿Andrés? ¡Andrés!
¡ANDRÉS!
Emily se encaramó como pudo hacia delante. Por más que golpeaba la espalda del chico, éste no reaccionaba. Yo no veía nada. No veía nada… Y el pitido seguía.
Y de pronto, mi amiga soltó un grito horrible, que resonó por todo el lugar como penetrando la oscuridad con un puñal.
-¡¿Qué mierda es eso?!
Yo intenté mirar, pero ambos me bloqueaban la visión. Mi amiga temblaba, temblaba toda. Hubiese querido ver sus rostros. Nunca sabré las expresiones que tenían.
El pitido se hizo un poco más profundo, y entonces, repentinamente, escuchamos un chapoteo muy a lo lejos, detrás nuestro.
Eso debe haber sido como una señal, pues al oírlo, Andrés llevó sus manos a la cabeza, y sin esperarnos, comenzó a correr como poseído. Emily casi cae toda entera, pero pudo seguir tras de él. Yo, aún ignorante de lo que pasaba di un paso delante, casi cayendo y entonces también lo vi, pese a la oscuridad.
Los dedos afloraban un poco del limo oscuro y pútrido. En sí, la palma no podía verse, pero sí el extremo de la muñeca seccionado.
A la visión del miembro mutilado, perdido en un mundo donde sólo había oscuridad y suciedad, donde el único sonido era un silbido anómalo y donde se volvía a escuchar el chapoteo del principio, una parte de mi cordura huyó hacia la nada, justamente de la misma forma que yo grité y me eché corriendo hacia delante.
Creo que llegué a ver un poco aún de la luz bamboleante que todavía llevaba Andrés consigo. Él, como todos corría sin un sentido en claro y apenas si lograba enfocar su linterna hacia algún lado.
Mis pies salpicaban por todos lados la sustancia negruzca, mezcla de desperdicios, agua, y quién sabe, por lo visto sangre también. De alguna forma mi mente consiguió reorganizarse un poco y dirigí mi mirada hacia atrás. Ahí fue que escuché de nuevo el silbido, casi junto a mí, como algo corpóreo. No pude evitar seguir mirando hacia atrás. Así fue que, corriendo sin ver hacia dónde iba, choqué contra una de las paredes, ya que habíamos llegado a una estribación del túnel.
Allí todo, todo se convirtió en pesadilla, pues la luz de Andrés se perdió por completo, y ya no los volví a escuchar más, y mi cuerpo, impelido por su propio peso, derribaba una estructura que yo creía debía ser sólida.
Un estruendo de una naturaleza inidentificable me rodeó, y ya sin poder soportar más, perdí la conciencia.
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¿Dónde está uno cuando todo lo que ve a su alrededor es oscuridad? Si no pudiésemos darle nombre a un sitio, ¿éste existe? Si no pudiésemos confrontar el terror de no existir, sumidos en la penumbra absoluta, ¿nosotros existimos, o somos tan sólo un reflejo de algo que no podría ser?
Creo que vomité apenas desperté pues seguía acuciada por el pánico. En efecto, la oscuridad se había hecho completa. Doquier que mirase, no quedaba nada que pudieran señalar mis ojos. Se sentía tan ingrávida, tan antinatural esta oscuridad que su mera certeza me producía escalofríos.
No sé cuánto tiempo pasó. En un principio, y sabiendo cuánto ha pasado desde entonces, no quisiera imaginarlo. Quiero conservar los escasos retazos de cordura que aún poseo.
Fue en esos aciagos instantes que comencé a ver, como si estuviese siendo partícipe de alguna mala película de suspenso, algunos fragmentos de mi vida. Recordé la mañana siguiente a la noche en que mi madre nos había abandonado. Los días que siguieron, con mi padre rugiendo cada vez más fuerte, amenazando al mundo entero. La rabiosa sensación de vacío, exacta, idéntica a del abandono de este lugar…
Y de pronto otearon ante mis oídos las palabras que tanto me decía mi padre cual salmodia eterna, repitiéndolas para que yo las adoptase como verdades absolutas.
-…Ya me decía mi viejo… papá…. ¿no debía existir entonces? ¿De verdad?… Entonces… ¿Pertenezco a este vacío? Soy sólo una sombra… me has dicho bien… era la hija que no querías… era… era el desperdicio de tu matrimonio… la muestra de lo poco que ha importado esa mujer…. La perra de mi madre… cómo la odio. Me ha dejado contigo…. Ni siquiera ella me quería… ni siquiera ella. Ni siquiera nadie. Nadie me ha querido consigo… Nadie ha querido que exista… No debería… no debería existir…
Llegado a este punto me había acurrucado en lo que podría haber sido una pared, aunque sólo el tacto me lo decía. Y en tanta desesperación, en tanta desolación no pude hacer nada más que recamarme sobre mí misma y llorar quedamente, repasando, como han leído, aquellas direccionales que regían mi vida. Aquellas según las cuales yo estaba viviendo una existencia que ni merecía.
Y quizá por eso la sorpresa no fue tan grande cuando un rectángulo de luz mortecina, de tinte rojizo, se hizo de repente, hiriendo la oscuridad, y dibujando sobre sí una silueta de forma indefinible. Apenas si la miré. Tan sólo pude escuchar unas palabras que no parecían venir de ningún lugar.
-¡¿Qué mierda estás diciendo?! –dijo, sin tono, casi sin indignación- Te estás echando culpas que no te pertenecen… aquello que tus padres hicieron contigo, desde el principio ha sido un ataque. Quienes no merecen el cariño de nadie son ellos. Tú existes, y nadie debía darte permiso, ni nada por el estilo. Tú eres tú, y tus padres tan sólo te dieron carne para que lo fueras. Y esa carne es de poco valor, si consideramos lo que hay dentro.
Ahí, después de oír estas casi indescifrables sentencias, fue que erguí mi mirada. La silueta se acercó a mí un tanto y sólo entonces tuve el conocimiento de que era humana, o por lo menos eso podía simular. Y la figura, aún envuelta en sombras se acercó incluso más. Tanto se aproximó, que tuvo que arrodillarse para ponerse a mi nivel, y un poco de un fulgor extraño e inmaterial se derramó, desde su único ojo visible, hacia los míos. Había algo de confort en esa mirada. Algo de candidez que me trastocaba íntegramente.
-Deja de sentirte un parásito… -me dijo, con una voz que tenía demasiado de la de una madre- deja de sentirte un estorbo. Si tus padres nunca te quisieron, qué importa. El amor de personas así es más un insulto que algo que añorar. Eres joven. Hay demasiado ahí afuera que tienes que ver. Demasiadas cosas por las que tienes que vivir. Ahora, tan sólo levántate. Usa tus piernas, que por algo las tienes…
“Eso… levántate. Dame tus manos. Piensa un poco. Tu vida te pertenece, y sólo a ti. Mereces existir, no porque alguien te lo tenga que decir, sino porque eres tú…
“Ahora, ven conmigo… Ven, que te reconfortaré el espíritu que tienes que hacer crecer desde hoy…

¿Cómo podía no haber seguido a esa sombra sin forma ni nombre? ¿Cómo podía rechazar a las primeras palabras que se me dirigían, quizá en mi vida, que tenían algo más que sordo desprecio?
Fue por eso que no me sentí extraña cuando abandonamos esa especie de depósito, cuando nos dirigimos a lo que era algo así como un comedor extraño, con sólo una mesa por toda mueblería, dos sillas y un mantel blanco. En una de esas sillas tomé asiento, y como me lo indicara mi anfitriona, que al fin y al cabo tenía forma y voz femenina, esperé hasta que me llevase algo de comer.
Debe haber sido la comida más deliciosa que probé en mi vida. Tan sólo algo de carne suave, un poco de arroz y unas verduras. Ella comió conmigo, y durante todo ese tiempo, aunque devoré, no desvié la mirada, y seguí observándola.
Su apariencia era tan rara como su naturaleza en sí. Su atuendo tenía tanto de terrenal que me desubicaba incluso más. Tan sólo unos pantalones parduzcos, anchos y desvaídos, y sobre ellos, un canguro negruzco, con la capucha totalmente cerrada sobre su cabeza, excepto una pequeña abertura por la cual se veía la mitad de su rostro (la otra mitad la cubría su espesa cabellera negra), y en éste, un ojo de mirada extraña, casi indescriptible.
-Eh… ¿amiga? –intenté comenzar a decir, sin saber aún cómo referirme a ella.
-¿Mh?
-¿Dónde estamos? Me he caído en el túnel… ¿Estamos en el túnel todavía?
-¿Túnel? Un espacio de transición, eso es a lo que te refieres, presumo…
-No… decía el túnel del bosquecillo. Nos metimos en la mañana, y mis amigos…
-Escaparon… escaparon de la transición. Te dejaron sola para que la enfrentases.
-¿De qué estás hablando? –ya comenzaba a sentir un poco de inquietud por la situación. Después de todo, a cada momento más y más parecía una simple loca esta mujer. Podría intentar hacerme algo- ¿de dónde me has recogido?
-Tú nunca te callas, ¿no?
-…
-De donde te recogí era un lugar donde no merecías estar, y te he traído al sitio donde nadie está. Estamos encerrados en paredes inexistentes, construidas por nuestra mente obsesionada con una imagen física… en este lugar hay un vacío cuántico. Aquí nada es, pero todo lo es a la vez… ¿entiendes?
-No. Nada… Pero… por lo menos… dime quién eres… ¿Cómo te llamas?
-¿Un nombre? Bah, qué banal. Si quieres algo como eso,… pues dímelo tú primero.
-¿Yo?.. Yo me llamo Alicia…
-Alicia… suena bonito. De hecho, creo que no te lo mereces. A partir de ahora yo voy a ser Alicia, ¿vale?
-¿Qué?
-Jajaja… mira… creo que te estoy empezando a confundir. Ahora yo voy a ser tú. Por esta noche vas a dormir en mi cama, y mientras tanto haré de ti. Yo voy a ser ti, ¿de acuerdo?
-No entiendo nada…
-Te dije que te fueras a dormir…

Al final, no pude resistir. De esa noche no conservo ninguna memoria. Tan sólo que ella me arropó de una forma rara, que una vez más me llenó de un confort como el que nadie nunca me había dado, ni habría de hacerlo jamás. Y mi sueño llegó casi al instante.
Y no hubo nada en él. Ni una sola imagen. Tan sólo una sensación de tranquilidad absoluta, como estar rodeada por una oscuridad que transmitía paz y nada más.

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Cuando desperté, mi cuerpo se sentía algo dolorido pero la sensación de alivio tardó en desaparecer. Sólo al cabo de unos segundos pude ver, observando hacia lo alto, que no había rastro alguno del cuarto donde estaba la cama de esa mujer. De hecho, no había rastro de nada. Un árbol se mecía al viento de forma irónica, y el ambiente de verde pálido no podía ser otro. Estaba en el exterior. En el bosquecillo mismo.
Por desgracia, el aire de tranquilidad me abandonó al instante. Y corrí presurosa hacia algún descenso, intentando no huir de algo extraño que me había pasado.
Tan sólo quería volver donde mi viejo. Sabía que me iba a matar, pero iba a ser peor si no aparecía…

Y el asunto fue tal cual. Apenas aparecí mi viejo brotó de la nada, y tras un puteo del cual ya ni siquiera recuerdo los detalles, me soltó una paliza terrible. Creo que por esos días estaba con problemas en el trabajo, y encima yo desaparecía por dos días. Lo malo fue que no pude contarle nada. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué me secuestró una persona extraña que se llamaba como yo, y que luego desapareció por completo?
Por lo menos no iba a pensar que estaba loca.
Una de las últimas cosas que me dijo fue que dejara de pensar como estúpida, y que no me apareciese ya gorda… Por lo visto pensaba en eso, que me habría escapado con alguien. Qué lejos de la verdad. Esa extraña experiencia ya me había bastado. Yo no quería saber nada de ese chico., Andrés. El muy cobarde… y sí, la infeliz de Emily… los malditos me abandonaron apenas tuvieron miedo.
¿Por qué la muy maldita no había llamado siquiera a mi casa? ¿Tan poco le importaba a fin de cuentas?
Perra cobarde…
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El lunes que siguió ella intentó acercárseme, pero mi negativa fue tajante desde el principio. No quería saber nada de una supuesta amiga que la abandonaba a uno apenas aparecía un problema.
Algo más noté, y es que Andrés no aparecía por ninguna parte. El lunes y el martes eso no me extrañó, pero cuando llegó el miércoles, ya se volvió asunto raro. Quise ignorarlo, pero me intrigaba qué podría haberle pasado. Y lo peor era que no podía preguntarle a Emily, pues ella estaba para mí bien en medio de la ley del hielo.
Tanto era esto así que la semana pasó sin que hablase con ella, ni para el saludo siquiera. Notaba la culpa que sentía y cómo durante los recreos miraba reiteradamente hacia las escalinatas donde yo me aposentaba y comía.
Así llegó el viernes. Era un viernes frío, de ésos de cuando el invierno está despidiéndose y las primeras nubes primaverales aparecen soplando vientos por primera vez húmedos en el año, y alguna lluvia golpea con aire sanador a la tierra tan mancillada por el sol.
Era uno de esos días, cuando no terminaba de sucumbir la lluvia, que yo estaba llegando atrasada al colegio. Todos los días tenía que pasar por un callejón estrecho de suelo adoquinado, donde en las salidas jugábamos bromas a los ocasionales conductores que se atrevían a pasar por allí. No pensaba en ello en ese momento, después de todo. Tan sólo contemplaba la enorme soledad de la calle.
Con todo lo que había pasado me sentí un tanto nerviosa. No me gustaba estar tan sola.
Creo que sentí un poco de alivio cuando vi en un recodo a un barrendero haciendo su trabajo con parsimonia. No me extrañé. El sitio solía ser bastante sucio. Suspiré un poco dejando pasar mi nerviosismo, sólo para que al pasar junto al extraño me asustase mil veces más.
Y es que en un gesto en extremo brusco, el brazo del barrendero se alargó y atenazó el mío como una garra con una fuerza terrible. No sirvió para aplacar mi miedo cuando se llevó la mano a la boca en gesto de silencio cómplice y me mostró que era la mujer de la otra vez. Ahí si quise gritar, incluso con más ganas.
De hecho, creo que lo hice… qué cara habrá puesto…

-Ven… tengo que mostrarte algo…
-¡No jodas! ¡Tengo que ir a clases!
-¡¿Clases?! ¡Já… jajajajaja! Idiota, mencióname una sola cosa que hayas aprendido de valor en ese colegio y te dejo ir…
-Errr…
-¿Y bien?
-Bueh… mi viejo me va a putear si sabe que me he chachado…
-No te preocupes por eso. Yo ya lo tengo resuelto. ¿Y bien? ¿Vienes?
-… Creo… -miré hacia la blanquecina y sucia pared del colegio y sentí por un instante qué tan poco importaba eso- … ya… vamos…
Recién cuando emprendíamos camino volví a notar cuán temprano era, pues el frío de las calles era de verdad penetrante y la luz blanquecina aportaba una visión extraña, casi etérea, mientras caminaba con esa extraña mujer. Subimos por recodos hacia las zonas más apartadas de Villa Victoria. Temía a cada momento que terminásemos en mi casa, pero al final, nuestra ruta se perdió por un par de callejas oscuras.
Fue en una de éstas que nos detuvimos, y ella me hizo señas para que mirase hacia algo que estaba más allá. Estábamos en el extremo de un callejón estrecho, rodeados de sombras, y más allá estaba una calle ancha. La otra Alicia (así la llamaré desde ahora) me hizo una seña cómplice y me señaló hacia un contenedor de basura ubicado en esa calle.
-¿Qué quieres que vea?
-Espera… ahora sí… mira, mira eso…
Yo agucé la vista, y entonces apareció una figura enjuta caminando con pesadez por la calle. Llevaba un bulto envuelto en una bolsa negra de nylon. Tenía una cara de atormentada, esa pobre chica…
-¿Ves el bulto que lleva? -me dijo la Otra- Ahí está un hijo que tuvo hace poco. Seguramente sus viejos la obligaron a deshacerse del pobre. Viéndolo, quisiera imaginar cuánto habrá sufrido al morir. Me pregunto cómo lo habrá matado.
Yo miré con horror, alternativamente, a mi compañera, y luego hacia allá. La chica era flaca y su apariencia en verdad lástima, pues se notaba que si era mi mayor, lo sería con un año a lo sumo. Imaginé cómo habría sido sufrir el embate de sus padres… Ahora ella miraba hacia el contenedor, apoyada en la apertura, y parecía estar llorando.
-Mírala bien –continuó la Otra- hace poco ella cometió un error que le ha costado todo su futuro. De ahora en más ella será sólo un pedazo de basura para todos lo s que la rodean, no sólo para los que saben lo que ha pasado, sino para todos, porque ella no dejará de ver reproche en todo lo que le rodee. Además, quién sabe cuánto tarde la culpa en anidar en ella, cuando germine este sentimiento, ella podrá acabar con su vida, o quizá busque una salida más cobarde, que sería aplacar sus sentimientos con alguien más. Sabes a lo que me refiero, ¿no? –pese a lo serio del discurso, la Otra Alicia hizo un gesto obsceno francamente gracioso- En cuyo caso, no tardará en estar en esta misma, exacta situación, o peor. Podría ni siquiera decirle a sus padres, y hacer todo sola. Imagina cuánto destruirá eso su psique y cuánta culpa más le dará.
Yo miraba sin decir palabra, alternativamente a uno y otro lado. ¿Quién era esta mujer, al cabo? ¿Cómo sabía la situación de esa jovencita? ¿Cómo…? ¿Cómo era tan madura…?
-O sea, tenemos a una jovencita que en lugar de apoyo sólo ha encontrado aislamiento y culpa. Tenemos a alguien, que incluso en la peor circunstancia es una inocente, pero que ya no tiene esperanza para un futuro. Es triste, pero hay algo que todavía se puede hacer por ella. Hay una forma de ayudarla.
“¿Quieres ver cómo podemos ayudarla? ¿Qué podemos hacer por ella?
Yo sólo acerté a asentir con la cabeza. Esta mujer era un misterio encarnado, y pese al temor que infligía en mí, algo me hacía sentir tranquila frente a ella. Sí, en verdad tenía un aire maternal, algo que nunca había sentido. Y creo que la miré casi con cariño cuando ella abandonó la calleja y a paso sigiloso, fue acercándose a la chiquilla del contenedor.
Los hechos que pasaron desde entonces se sucedieron en una cadena de espanto, la primera por la que tuve que pasar, la primera que se llevó partes sustanciales de mi conciencia. Durante todo ese día deseé estar muerta, estar en otro sitio, pero abandonar a esa mujer…
Incluso ahora que lo recuerdo me llena de un escalofrío que me hace pensar que todavía soy una persona.
Es por eso que relataré lo siguiente de manera somera. No quiero entrar en detalles porque me haría sufrir demasiado.
La Otra Alicia se acercó en silencio, y aprovechando la distracción y la soledad del lugar, apuñaló a la chica en el cuello. El corte fue profundo, así que ella no pudo gritar, y su desangramiento fue rápido.
Acto seguido la cargó a su hombro, casi sin esfuerzo y vino hacia mí. Me instó a que la siguiera, y yo, con el espanto del momento, no pude negarme. Fuimos por callejas iguales, abandonadas o lo que pareciera, llevando nuestra carga, hasta llegar al bosquecillo. Allí mismo corrimos tanto que mis piernas dolían demasiado cuando nos detuvimos. Ahí me fijé dónde estábamos. Una estribación, algo como un pequeño valle, y un promontorio de roca. El sitio donde yo había visto las tumbas cuando fui por primera vez con Emily y Andrés. Ahora sí contemplé a cabalidad las cruces de madera improvisada. Las tumbas tenían un área cercada por una formación de pequeñas piedras, y sí, no eran de perros, eran demasiado grandes como para eso…
La Otra descargó su víctima, y me miró con un rostro sonriente. Yo trataba de evitar esa mirada. Miraba hacia la nada. No quería verla a ella. Menos al cadáver. Miraba tan concentradamente hacia los árboles que me sobresaltó cuando escuché el primer picotazo. Instintivamente volteé y la imagen me hizo lanzar un vómito largo, doloroso.
No quisiera contar esto…


La Otra se había inclinado sobre el cuerpo sin vida, y sacando instrumentos de su mochila, algunos cuchillos, un par de tenazas y otras cosas más, había hecho un corte en el rostro de la chica. Sostuvo la piel con la tenaza y comenzó a halar, desprendiendo la carne y la piel al tiempo. Allí volví a vomitar. Después de mucho recién reparé en que el rostro que comenzaba a despellejar tenía una expresión de infinita melancolía, pero de paz, después de todo. No pude fijarme más porque la asesina no quería tomarse tiempo. Desgarró todo lo rápido que pudo la piel, en dos cortes diagonales, después de romper la ropa, y con algo de esfuerzo despellejó el torso también.
Yo comencé a llorar. Debió haber sido el miedo, el asco… todo junto…
Allí la Otra se detuvo un segundo, y me miró con expresión preocupada. Tan sólo una mirada y luego continuó, pero mientras proseguía me habló.
-No deberías llorar por ella. Recuerda, te dije que era inocente. Espero… esperemos que ahora esté junto al inocente cuya vida ha tomado. Quién sabe. Ahora podría cuidarlo…
“Lo que está ante nosotros es solo un saco de carne y huesos. La carne se pudre y se infecta, y luego es un mal recuerdo de lo que fue alguien vivo. Los huesos van limpiándose, y al final son como un pequeño, blanco, reflejo de alguien que un día fue querido, o por lo menos, alguien que vivió en este mundo, como nosotras. –ella seguía. Iba ya en las piernas, pero la profundidad de su voz hacía que la escuche y preste un poco menos de atención a lo que hacía- No dejaré lo podrido, lo que se corroe, junto a alguien que ya podría comenzar a sentir paz. Pero no podría dejar que lo corrompido se quede en el mundo. Es por eso que voy a aislar toda esta materia. Por eso es que la guardaré para mí. Cuando llegue el momento simplemente la ingeriré. Así, aquello que era corrupto me alimentará, y hará que pueda seguir más días limpiando la soledad y el dolor de los inocentes…
Yo miré con un terror infinito la figura de la Otra, la que, habiendo desollado ya todo el cuerpo, procedía a arrancar pedazos de carne de a poco. Tenía tanta precisión que no dudé. Ella había hecho eso antes, y no un par de veces. Quise decir algo pero sólo pude articular una pregunta estúpida.
-Pero… ¿Y la policía? ¿Y su familia? ¿No van a buscarla?...
-Ay, pequeña Alicia… tan ingenua… Su familia se sentirá más a gusto si alguien que sólo les llevó problemas no regresa. La policía… es como todos. Si no es asunto suyo, no les importará. Luego de que no aparezca a la primera, se olvidarán de ella. Te sorprendería saber cuánta gente ha muerto en esta ciudad y nadie sabe de ella. Yo lo sé bien porque me he llevado a varios de esos. Yo no soy como los pacos. Yo me preocupo por el mundo que me rodea. Quiero, a veces, pensar que soy como un ángel que existe para librar a los que ya no tienen esperanzas…
Y como si sus palabras invocaran un hechizo hacia mí, a partir de ese momento vi su silueta como si la primera luz del sol la iluminara con un aire fúlgido, celestial. La sensación no me abandonó más, incluso después que ella extrajo los últimos restos de carne, mientras escarbaba la tierra, depositaba los huesos y ambas no uníamos en un gesto silencioso de respeto por la caída. Y tampoco desapareció en la caminata ligera que dimos hacia más allá, hacia el lugar de la entrada a los túneles donde debía estar su morada.
Mientras caminábamos ella tarareaba un canción infantil, en tono bajo, y apoyaba una mano cálida contra mi espalda. Sí, era una figura contorsionada, toda ensangrentada, de mirar enfebrecido, y era además una asesina, pero algo en ella me hacía, pese a todo, sentir tranquila. Y decidí abandonarme y dejar que mi corazón siguiera su instinto primario.
Y en esa sangrienta primera mañana sentí que la quería.



Continuará

5 comentarios:

Marcelo Carter dijo...

Vaya pues he de decir que ha tomado tintes un poco mas distorsionados que en la primera parte, y eso me gusta. Lo de villa Victoria me dejó con una duda xd

Además, no sé si me estoy apresurando mucho, pero quizá por el nombre y lo narrado, me recordó a Alicia en el pais de las maravillas, pero mirado bajo tu pluma, hermano.

salu2

Anónimo dijo...

Es predecible en retrospectiva. Nunca te ha sucedido que lees algo que no veías venir, pero cuando llega te das cuenta que no podía pasar de otra manera? Algo así es lo que experimento con tu nuevo relato, camarada.

Espero el resto de la historia.

Saludos.

Corven Icenail dijo...

Villa Victoria es una z<ona periférica de la ciudadb de La Paz, hermano Carter. Algo así como una zona roja, donde vive la gente no muy pudiente.

A.M.A., me encantó esa ligera descripción, y sí, alguna vez me ha pasado. Mi ejemplo más largo son las obras de Tolkien, donde aunque no veas venir la cosa, luego al releer la cadena de eventos te das una palmada en la frente pensando en cómo no se te ocurrió..

Lainedy dijo...

Finalmente se va aderezando la historia y se conplementan aquellas cosas que me quedaron en el aire la primera vez respecto a Alicia y el encuentro con la otra señorita del relato.

Aunque...le hace falta mas ketchup xD

Corven Icenail dijo...

Jeje, eso es un esencial, mi estimada, no por nada digo que de cualquier cosa puedes hartarte, menops de algo espeso y rojo...