jueves, 9 de diciembre de 2010

La lluvia de diciembre

Un día vi un ángel caer, destellando
desde un cielo infecto de estrellas

y su esencia se dispersó en el pavimento
Esperando...

Mis lágrimas no lo trajeron de vuelta
Mi sangre tampoco

sólo el tiempo

Podrá decir

si será capaz de volver a caer...

martes, 5 de octubre de 2010

El final del Túnel

Ésta era una improvisación realizada en dos mañanas... (mañanas largas), no queda muy claro porque tiene un ligero toque personal, pero espero que sea mínimamente apreciado... cuando menos...

El Final del Túnel



Hay un poco de luz todavía, emanando allí en la lejanía, más allá de las paredes de oscuridad. Yo lo sé, un poco de ella me ha tocado y me ha permitido seguir.
El clamor de mil pesadillas sigue aullando, lamentándose en mi interior. Sé que esta prisión es infinita. Entiendo aquello tan bien como entiendo lo estúpido que fue observar a la profundidad del túnel, en primer lugar. Si tan sólo…
No, no importa. Al fin y al cabo, es lo mismo. Una visión eterna, excretada por mi propio hedor, o un padecimiento, largo, pero iluminado, aunque sea un poco. Caminando, arrastrándome, hacia un sitio donde no sea posible la existencia sin la luz de ella.
Donde mi alma deje el dolor de las cicatrices de mil vidas, y saboree por fin, un poco de esperanza, embriagarse, envenenarse incluso de la luz de esperanza y belleza que emana de esa efigie delicada y pálida que sigue guiándome a través de este túnel, donde está escrito mi nombre en mil maldiciones distintas. Y junto a ella, caería de rodillas, llorando tanta felicidad, sufriendo porque mi cuerpo impropio y pútrido no la merece, pero sufriendo por amor por fin.
Pero… ¿estoy llorando ya? Es un poco de líquido, rezumando de mí, un poco, que no es sangre.
Debe ser que comprendo un poco más su belleza.
O tal vez que he vuelto a observar lo que compone mi cuerpo, y que he entendido.
Lo lejos que estoy.
Tal vez ya esté allí, cuando haya terminado de morir.

sábado, 7 de agosto de 2010

Ala De Cuervo


Creo que me ha quedado muy largo, pero bueno, hacía tiempo que no publicaba algo por acá. En sí, no he dejado de escribir, empero, estos últimos meses ha sido una escritura más.. laboral...

Espero que alguien llegue a leerlo. Agradezco algún comentario de antemano.

Ala de Cuervo







Atshula era el nombre de aquella mujer que los pobladores de esa pradera veían siempre a lo lejos, observando el horizonte. El verde pastizal de Galvathor, siempre manchado por la sangre de sus enemigos, parecía danzar al compás de su blanquecino cabello.
Los ancianos decían, como el dogma y la traición siempre lo habían dictado, que fuera de la familia real no debía existir ningún Galvathor que poseyese el cabello de ese color. Ése era un signo de un destino funesto, y en su mayoría la gente se apartaba de ellos. Ése pequeño poblado tenía una pequeña dotación de Khâr siempre vigilando, pues aunque pequeño y de escasa población, no dejaba de estar en una ruta importante. Un poco al este nada más estaba el camino por el que cruzaban las caravanas hacia el palacio de Akhutar. Si los infieles Shyberthor quisieran una ruta segura para emboscar a los dignatarios de Palacio, cortar sus suministros o hasta sitiarlos, esas colinas eran la posición perfecta. Y cómo no, fueron objeto de arteros ataques, cientos de veces. Los prados verdes fueron manchados con repugnante sangre infiel. Los Shyberthor osaban adorar a ancestros cuya memoria estaba perdida, en lugar del cálido abrazo de la oscuridad del vacío. Akhutar era el dios supremo. Su voz daba vida, su voz brindaba descanso.
Su voz también señalaba.
Y allí, decían algunos ancianos en la aldea, mirando hacia la colina más alta, donde esa figura esquelética de cabellera blanca ondeando al viento y posición encorvada lanzaba un suspiro que todos podían escuchar, se envolvía en sus ropajes y se acurrucaba, presa del viento, presa de la noche.
Cuando transcurría la décimo segunda noche del año, y se veía a Shyberthor como una gran esfera de colores indefinidos en el cielo eternamente oscuro, el pueblo fue sacudido por una oleada de grandes vientos. Las praderas gemían dolientes, llevándose sonidos y cantos hasta muy lejos.
Y también se oían nuevos cantares.
Como aquel melodioso, dulce y melancólico que se oyó durante la salida del sol rojo, cuando la noche alcanzaba su cenit. Los ancianos, instintivamente habían salido a la plaza del pueblo, y miraban hacia el sitio desde donde venía la voz. Nadie preguntó nada, pocos se inquietaron. La mayoría simplemente lo disfrutó. Alguna vez alguna cortesana del palacio había dedicado alguno de sus cantos al pueblo, en su incesante viaje hacia donde reposan los príncipes.
Pero ningún canto era tan bello, tan distante o tan doloroso como éste.
Fue cuando el sol rojo estuvo en lo más alto, cuando las fogatas se encienden, cuando hasta los niños prestaron atención. El canto se había hecho tan claro que ya podían distinguir sus palabras.
Era un antiguo salmo de las memorias de los Superdotados. La Elegía de Veressen, la Primera.
Era un canto de esperanza que recordaba a los de su raza su gran poder y su lazo estrecho con la oscuridad de las estrellas. Pero pocos siguieron pensando en el canto en sí.
La figura era esbelta y caminaba cadenciosamente embozada en una capa larguísima de sucio color. Una bufanda también la protegía, negra y larga.
Y había algo más, que flotaba, como llevado también por el viento.
Cabello a cabello, violáceo y vaporoso, daba un aire de majestad a la sombría y hermosa figura.
Ella llegó así, cantando todavía, con los ojos cerrados, sin siquiera mirar el sitio donde sus pasos se posaban, como si supiera a la perfección cómo era el sitio, como si nadie pudiese interrumpirla. Sólo cuando un coro de gente un tanto voluminoso se reunió en torno a ella, levantó ligeramente una mano, dejando ver un poco la sombría figura de debajo de la túnica, y pasando una mano sobre la cabellera que le cubría el rostro, dirigió una sonrisa candorosa y abriendo las pesadas fosas de gruesas y profundas pestañas, iluminó una mirada brillante, entre rojiza y violácea, como un coro majestuoso de su cabello, el cual, tan sólo de tan ligero, siguió ondeando con el viento vigil y quieto.
Ella señaló hacia el anciano Araik. Pidió por un cuarto en la posada del señor. Él estuvo a punto de decirle que estaba invitada, pero luego sintió el peso de la mirada de su esposa junto a él y decidió cobrar la estancia por adelantado como solía hacerlo con cualquier forastero que llegase desde las praderas del sur.

Khêrrswamen era en sí un continente de praderas inmensas, surcado sólo de cuando en cuando por inextricables colinas, algunas de las cuales profundizaban entre sí creando las fosas de las ánimas, largas oquedades donde la luz moría al no poder penetrar su atmósfera enrarecida y que habitaban criaturas serpentiformes que eran nefastas a ojos de cualquiera excepto de algún ocasional hechicero.
Más frecuentes eran las lagunas verdes. Remansos extraños de paz aparecidos como lunares sobre un rostro sano. Éstos, desde lo alto de una de las naves de los Arkhûm, se veían como círculos perfectos, verdes y brillantes, como ojos opalescentes perdidos en una oscuridad siniestra y enfermiza.
Porque sí, esta zona enorme que distaba a poco de lindar con el enorme Palacio de los Príncipes, no era como las praderas del sur, de más allá del Gran Río. Allí la hierba es tierna y suave, llena de fragancia y de paz. Los Shyberthor rara vez posan sus ojos en esos lares.
Por el contrario, Khêrrswamen es un larguísimo campo de hierba negruzca, cuyo sonido al viento es un lamento, cuyo olor trasciende con el aroma de muertos de hace siglos, de héroes que lloran no haber podido dirigir su espada una vez más.
La recién llegada pensó en aquellos dejos de historia que se escondían tras las sombras de la noche. Se había asegurado de tener el cuarto más costoso, el más alto del pequeño edificio, cuyos ventanales miraban hacia el sur. Ella suspiró con un poco de nostalgia, y quiso seguir con su actuación. Ella parecía una simple peregrina que debía visitar palacio. Ver los rostros ungidos de los Seis Príncipes y pedir su bendición. Al menos eso había dicho ante la fogata del pueblo, mientras los demás tocaban su Shatak, el instrumentos de seis cuerdas tan común en esa parte de Galvathor, y los jóvenes bailaban y los viejos contaban historias.
Fue Araik mismo quien celebró a la recién llegada. Quiso saber su nombre, pero para cuando se dirigió a ella preguntándoselo, sólo se topó con la túnica ondeando al viento y ella volviendo a su aposento.
-¿Ya te cansaste de esperar para hablarme? –dijo como para sí mientras miraba por su ocre ventana hacia el sur.
-¿Hablarte? –Replicó una voz rasposa entre las sombras de su habitación- ¿Desde cuándo me tomas por alguien tan tranquila? … allí abajo esperaba para poder agarrarte a patadas, pero me dio lástima toda esa gentuza.
-¿En serio? Si te diera tanta lástima no habrías sido tú quien me llamara…
-Epa, no te confundas. No quiero hacer escándalo antes de tiempo. Quiero prepararme para lo de mañana, no necesito un calentamiento ridículo como estar callando a estos pueblerinos.
-Bueno, bueno. Eh,… sal de una vez, Atshula. Me harta eso de que te escondas en la oscuridad.
Sonó un paso en la madera de suelo. Una figura ligeramente encorvada dirigió unos ojos de mirar apagado y moribundo hacia la recién llegada.
Ella la había visto, desde la colina, el sitio donde estaba siempre, como gárgola a la espera de un alma escapando.
La recordaba como siempre, taciturna, sombría, incluso enfadada, podría decirse. Atshula era despreciada, con frecuencia, entre los suyos, por su tendencia a mostrar su verdadera faz sólo después de la muerte de una decena de enemigos. Los Arkhûm no eran guerreros honorables o grandes héroes, pero al menos pretendían un tipo de estoicismo, algún aire de majestad que los hiciera ver superiores a aquellos que protegían. Tal juicio se iría por los suelos si más de los suyos comenzasen a actuar como ella, y parecieran psicópatas sin corazón ni raciocinio.
Aunque, al menos de lo primero no cabía duda.
Atshula removió un poco sus ropajes, y con fastidio sacó un pequeño bolsón. Depositándolo sobre la mesa de noche, sacó de él un pequeño objeto metálico cuyo resplandor iluminó la sala incluso hasta más allá de la oscuridad que seguía en ella. Tenía la forma de una pequeña placa, como las que se colocaban en las losas de los muertos.
La otra mujer abrió mucho los ojos y un silencio casi de muerte pendió del sitio.
Las manos de la recién llegada se levantaron con una lentitud pasmosa y tocaron el objeto con lentitud y con una terrible delicadeza.
Era éste tipo de actitudes las que Atshula detestaba más, y por lo mismo fue que rezongó a un lado y volvió a esconder la placa.
-Uno de los bastardos estaba robando esto del cementerio. Apenas se lo quité de las manos. ¿Sabes algo de eso?
-… No demasiado… o al menos que recuerde con claridad. El enemigo se fía mucho de la supuesta clarividencia de sus líderes. No me extrañaría que ni sepa de qué se trataba, pero…
-Pero…
-¿Cuál era el rango del tipo que robó esto?
-Era uno de esos ladrones de capas rojas.
-Mhh… Un incursor. Eso cambia las cosas.
-¿Cambiarlas?
-Mira, el oráculo de las sombras, allá en Palacio, nos previno de un ataque a esta zona. Un par de siluetas de las naves de los Vaid Shyberthor fueron vistas anoche, dirigiéndose un poco al sur de aquí. He traído conmigo un escáner de corto alcance pero no llega a distinguir nada.
“Esto puede ser una de dos cosas. O el enemigo se ha alejado y espera a una señal, o ellos están agazapados sólo para proteger algo de importancia capital. Algo que debe estar en este poblado…
-¿Y porqué no volarlo en mil pedazos y punto? No entiendo a estos imbéciles… si quieren algo de acá, que lo destruyan y luego buscan en los restos…
-No seas idiota. Si hicieran eso podrían destruir lo que buscan… o sea, esa cosa. No espero que lo pienses mucho, pero entenderás que la menor detonación la podría destruir... ¿Me la muestras de nuevo…?
-Ja, ahora es mía, muchacha… si la quieres tendrás que quitármela de algún modo.
-Bueno… Atshula… dime una cosa.
-¿Qué?
-Sabes que si llevas esa cosa directamente a Palacio muy probablemente te ganarás el aprecio de los altos señores, ¿no?
-Ajá…
-Sabes que si haces eso tal vez no haya necesidad de una batalla en este poblado…
-Sip…
-Y por último, entiendes que si la tienes contigo el enemigo caerá sobre ti más que sobre nadie…
-¡Pero claro!
-Y creo que está por demás decir, que te quedarás aquí y esperarás a provocar al enemigo tanto que caiga una lluvia de enemigos sobre ti, y si luego eres reprendida y degradada, te valdrá un comino, así que… creo que tengo que actuar sobre esa base.
-Bueno, me entiendes, chica. ¿Qué vas a hacer? ¿Ir a llorar por ayuda, o delatarme?
-Claro que no. Yo también quiero ver qué tanto pueden hacer esos infelices. Tan sólo una cosa…
-¿Qué?
-Si por esta decisión muere la gente de acá, me deberás más que una simple muerte.
-…Jejeje, eres la misma de siempre, Janthreya. Es un gusto haberte encontrado, perra.
-¡Shh! No menciones mi nombre aquí… tal vez alguien…
-¿Ah?
-No, nada, olvídalo… quédate aquí… voy a ver algo. Tal vez esa batalla que deseas se inicie antes de lo que crees.

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Es de noche y una sombra más oscura que la noche misma atraviesa un campo desolado que tiene como única frontera una colina desgastada donde enraízan y se disgregan árboles extraños que parecen contemplar las losas que cubren este campo.
Los Galvathor sienten un gran respeto por los muertos. El alma de alguien que ha fallecido está más cerca que la de ningún vivo de la compañía de Akhutar y su voz es una más con aquella que resuenan en el cielo. Las placas que se muestran en el centro de las pequeñas losas muestran un pequeño emblema. Ésta es una particularidad de la gente del norte. En el sur no existe el rígido sistema de clanes familiares, y ellos desconocen la devoción con la que sus hermanos forjan los símbolos de sus familias, símbolos que pueden ir desde unas estrellas dispersas al gran cuervo, o incluso a la estrella enferma, el emblema de la guerra.
Una losa sin placa es una tumba sin honor. Se dice que aquellos que son familiares de aquel que carezca de su propia placa estarán malditos, pues el espíritu de su ancestro, o su familiar no alcanza la paz junto a las estrellas, y éstas buscan justicia en los vivos.
Sin embargo, esto asuntos no son del interés del enemigo. Ellos llegaron con una misión. Tan sólo eso. Si buscan la condenación de la familia de esa mujer, eso no importa. Sólo necesitan esa placa para entregarla con el señor KhullKar, el jefe de los profetas del emperador.
Y por eso está, extrañado, alerta y casi invisible, el oficial Kharnael, el Tigre de las Cavernas.
Éste hombre, versado en los estudios del Khârrem Nalha, el arte marcial de los Shyberthor, envió la noche anterior a uno de sus mejores subordinados en pos de su objetivo. Él lo deseaba así, hallarlo, tenerlo y punto. Regresar a casa sin muertos. Una victoria limpia.
Pero el chico no volvió. Otros intentaron seguir sus pasos para ganarse el favor de su señor, pero él no deseaba más que efectividad, y por eso sus órdenes han sido directas. Si él falla, no habrá modo de dar un paso atrás.
¿Sin embargo, cómo podría fallar?
Un guerrero entrenado para sentir el fluir de las Voces en su cuerpo, una máquina de guerra con una pizca de alma, la suficiente para sentir lealtad a los suyos. Un guerrero perfecto, enclavado en sus habilidades. ¿Quién podría enfrentarlo? ¿Quién sería capaz?
-¿Extraño, deseas ver a alguien que dejaste en paz?
Kharnael se sorprende. No es normal que alguien pueda acercarse tanto como para dirigirle la palabra sin que él lo sienta mucho antes. Voltea la mirada hacia la colina y allí, recortada contra la oscuridad, observa una aparición que arranca una exclamación de sus labios.
La mujer es hermosa, sencillamente. Incluso un curtido guerrero como él puede ver ello.
Ella sentada en una de las rocas que señalan la entrada al lugar, le sonríe quedamente. Una gran cabellera violeta pende de su cabeza, ondeando como el viento mismo, rodeándola y haciendo que ella misma parezca una figura danzante.
-No precisamente… he venido a…
-Espera. Por un momento creí que debería ser más sutil, pero… ahora que lo pienso bien, no pareces una gran amenaza.
-¿Qué dice?
-Quería que tuvieras confianza en mí, Shyberthor, primero eso, y que luego pudiese arrancarte información, y recién matarte, pero… tú eres uno de esos guerreros.
-…
-Veo que entiendes. Bueno, en vista de que no hace falta fingir, heme aquí. Soy una Iniciada del Templo de Akhutar. Una guerrera que ha hecho el ritual del Ala de Cuervo. Puedo percibir tu olor, tu miedo, tu ansia de guerra.
-Je… jejeje…
-Sí, eso es…
-Sí, tienes razón. Yo soy Kharnael de Khairûn, guerrero de Shyberthor.
-Espera… ¿creíste que te daría mi nombre?
-¿Qué?
Las sombras se vuelven confusas. Kharnael sólo observa un instante detenido, cuando el manto oscuro de ella parece estallar y hallarse vacío. Sólo entonces sobreviene el dolor, la pesadilla.
La hoja atraviesa limpiamente su cráneo, brotando un poco por su mentón. Tiene la desgracia de comprender lo que ha sucedido. La pesadilla lo perseguirá por siempre.
Pero la señal ha sido enviada.

Y así, mientras Janthreya limpia la hoja de su arma, y vuelve a envainarla en su pantorrilla, un eco se oye en las pantallas del crucero de asalto de las fuerzas Vaid Shyberthor, allá en el sur, tan cerca que ni siquiera Janthreya había imaginado su posición.
Allí en la lejanía, un chillido agudo resonó como si las colinas hubiesen lanzados sus sierpes y las grandes Serpientes bufaran a los vivos. Una luz tenebrosa y metódica ascendió en línea recta, y luego, trazando una curva delicada, se enfiló hacia el pueblo, detrás de la colina que escondía el cementerio. Janthreya lanzó una exclamación al reconocer de qué se trataba.
Los misiles incendiarios eran inmisericordes y se dirigían a una velocidad pasmosa.
¿Eso iba a ser suficiente?
La gente del lugar iba a morir, lenta y dolorosamente. O al menos, eso sería, si ella no fuese una Iniciada, y si ella no conservase aún el vago recuerdo de ese sitio.
En una ocasión común y corriente, Janthreya habría dirigido su ataque en contra de la fuente de los proyectiles, mucho más deseosa de matar a los enemigos que salvar a los suyos.
Fue la presencia de Atshula en el lugar, su salvajismo que la conturbaba y el recuerdo, los que hicieron que sus piernas se lanzaran a una carrera demente en ascenso por la colina, superara el más alto de los árboles con un solo salto, y uno más, la elevara incluso mucho más.
Un giro raudo y violento, pero elegante en su letalidad. Su lanza, seccionada, adquirió una fuerza sobrecogedora. Las dos afiladas piezas aullaron también contra el cielo nocturno. Una se clavó íntegramente, mientras que la otra atravesó una parte del otro proyectil.
El resultado, sin embargo, fue el mismo.
“-Misiles incendiarios, qué fastuoso, infelices…” pensó Janthreya, mientras giraba su cuerpo en caída, evitando la excesiva luz que convirtió la noche en día y dejó una enorme llamarada como una mancha naranja en el cielo nocturno del pueblo. Algunas motas pequeñas de fuego cayeron a su alrededor, pero sólo una, mucho más grande que el resto, llegó hasta allí, donde las tumbas reposaban. La naturaleza de estas armas era bastante reconocida, en particular por su ferocidad. Ése era sólo un fragmento de su poder, pero de igual manera el cementerio, en un par de segundos, se convirtió en un mar de llamas.
Janthreya aterrizó en la copa del árbol. Entrecerró los ojos, enfocando con mayor claridad lo que estaba lejos, en la planicie. Allí estaba.
Ella no pudo más que sorprenderse y admirar, a fin de cuentas, la astucia del enemigo. Una de las Lagunas Verdes tembló de una forma masiva, y luego su pesado líquido fue desplazándose con lentitud. Una silueta enorme y agresiva brotó de las aguas. Un par de cañones, cual almenaras, apuntaron sin ceremonia hacia la misma posición que los misiles y comenzaron una salva brutal.
Los proyectiles de gran calibre primero impactaron contra los primeros resquicios de la colina, arrancando roca y árboles por igual. Janthreya dio un brinco ágil y girando sobre sí misma, descendió por el lado contrario de la colina. Escuchó alguno de los gritos de horror de los habitantes, mientras los primeros impactos destrozaban algunos hogares.
“-Entonces ésta era la tercera posibilidad… si no pudiesen encontrar el objeto, reducir todo a cenizas… ¿es eso o hay alguien ahí tan inestable como Atshula…?”
Mientras meditaba en la situación, soltó la segunda capa que tenía consigo, y reveló su apariencia real. Algunas placas de armadura rojiza se dejaron ver, cubriendo sus hombros, sus brazos y sus piernas. Aspiró un poco, y sostuvo un dije que pendía de su pecho. Miró hacia el poblado donde algunas personas corrían despavoridas por las calles.
Ella detestaba esos momentos. Su búsqueda de gloria debía ser precisa, ágil y quirúrgica, no un escenario de muerte una y otra vez. Eso había que dejarlo a la idiota de su compañera. Atshula se veía a si misma perfecta utilizando artillería o atravesando filas de enemigos a cuchillo y garra.
Y como para corroborar aquellos pensamientos, un poco del pastizal se agitó e instantes después saltó hecho pedazos junto con la tierra donde descansaba. Janthreya miró hacia la dirección del impacto, y pese a todo, sonrió.
Atshula replicó con una sonrisa similar. Soltó un juramento y corrió hacia el otro lado.
Janthreya la siguió a paso ligero. Así vio a su compañera atravesar el campo de fuego cual si no sintiese dolor. Lanzó un par de mandobles con sus manos, apartando sendos corredores de llamaradas con cada gesto, hasta que llegó a una posición privilegiada, casi en el centro de todo.
¿Hacía cuánto estaba Atshula en ese pueblo?
Ella llegó hasta el punto donde una tumba languidecía bajo las llamas. Apartó el fuego, y entonces, clavó sus garras tan profundo como pudo en la tierra, y con un grito feroz, arrancó la misma estructura de la tumba de la tierra que la rodeaba.
Pero eso, al menos, no era una de las típicas tumbas verticales en las que el cuerpo del fallecido reposa erguido, según las creencias Galvathor.
Un pequeño estuche, y otro mucho más grande.
Janthreya escuchó la risa siniestra de su amiga, y entonces ella también se acercó.
Alcanzó a ver el lanzamisiles mientras Atshula lo cargaba riendo todavía. Lo sostuvo en su hombro derecho, y apuntando sin demasiado cuidado, lanzó un proyectil hacia la nave que recién comenzaba a tomar altura.
La explosión fue terriblemente ruidosa, tanto que acalló por completo los gritos de los pobladores. La estructura de la nave Vaid cimbreó en el aire, y luego, como desmigajándose, perdió su altura. El impacto fue igual de violento. Una tempestad de sonido, entre metal entrechocado y pequeñas explosiones, que sincronizó con la última risilla de Atshula, con su capa ondeando al viento y su raído ropaje luciendo sus armas favoritas, un par de enormes cuchillas grises, melladas y casi sin filo, que ella usaba más como un arma contundente, pues, como siempre, iba a disfrutar rompiendo los huesos de sus víctimas, no sesgando sus vidas con precisión.
Janthreya sintió el olor de la muerte rondando el aire, incluso por sobre el aroma de la ceniza, y muy a su pesar, lo sintió embriagador. Después de todo, lo suyo era la ambición de un sitio incluso por encima del mismo Emperador, no una eternidad de combates sangrientos sin sentido.
Porque eso, no tenía sentido.
Atshula corrió hacia el primer frente, donde fue recibida por igual con una dotación de proyectiles explosivos de los Vaid. Un par lograron golpearla. Uno restalló y quebró la placa abdominal de su armadura. El otro atravesó su raída capa arrancando una mitad de ella.
Luego los guerreros tuvieron que hacer uso de sus espadas y lanzas. O al menos eso creyeron. Janthreya se acercó con un trote ligero, y con un gran salto, superó la altura del cadáver de la nave, cortando a su vez, el torso de un francotirador que acababa de brotar de los escombros humeantes. Desde esa posición privilegiada pudo observar, como si de un juego de marionetas se tratase, a Atshula, que giraba y giraba en torno a los desconcertados guerreros. Ciertamente Janthreya apreció el valor de los hombres aquellos, que trataban vanamente de defenderse, mientras la psicótica guerrera tomaba a uno del cuello y con una risa estentórea lo levantaba por los aires y atravesaba su armadura con sus garras, para luego desparramar sus intestinos por todo el sitio. Otro, mientras tanto, lanzó un mandoble hacia ella, la que dejó que la primera parte de la espada se clavara en su hombro, sólo para arrebatársela y luego golpear ella con una de sus cuchillas, no una ni dos, sino muchas veces, hasta reducir su cráneo a una masa informe que salpicaba sangre.
Ése era el poder de un Iniciado. Era mucha la fuerza que venía tras vender el alma.
Janthreya sopesó esa verdad, rozó su frente, en el punto donde el Sacerdote había introducido el Ala de Cuervo. Pensó en ello, y en el crimen que hubo de cometer para acceder a esa posición.
Para Atshula siempre había sido una burla más, el dolor de aquel instante de pesadilla. Para Janthreya era un momento de odio, como una imagen sangrienta congelada en el tiempo.
Atshula rebanó el rostro del último enemigo, pero no dejó que cayera al suelo. Sostuvo su cuerpo exánime y siguió golpeándolo hasta quebrar la caja torácica del infortunado. Sólo entonces permitió que el cuerpo maltrecho se desplomase libre.
Y siguió riendo, con una carcajada pérfida. La luna se levantó y Shyberthor pudo verse en el cielo.
Y entonces, un manojo de dolor atravesó toda su espalda. Un chorro enorme de sangre salpicó varios metros en el aire.
-Ya basta. –dijo Janthreya, sosteniendo su cuchillo en alto. Lo bajó lentamente, preparada para cortar la garganta de su compañera si ésta trataba de defenderse.
Pero, pese a todo, la patada que Atshula dirigió fue tan rápida que Janthreya tan sólo acertó a dirigir un pequeño corte en el tobillo. Eso habría detenido a cualquiera, pero a ella no.
Janthreya se tambaleó, pero no cayó. Sabía qué iba a pasar. Atshula era tan predecible como un mastín de las praderas del sur.
Y así, la noche transcurrió con lentitud, con la luna avanzando hasta convertirse en el sol enfermo. Y el cielo grisáceo de la mañana apareció sin más ceremonia, mientras Atshula lanzaba imprecaciones y vociferaba al aire, intentando dirigir un golpe a su rival, quien simplemente danzaba en su sitio, esquivando todo, como si quisiera burlarse de ella.

Entonces llegó el primer rayo de sol. Y con él, Janthreya sintió que ya era suficiente. Dio un salto pequeño hacia atrás, y aprovechando una abertura en la defensa de Atshula, dirigió una patada con todas sus fuerzas hacia su garganta.
Un rugido acallado brotó de la guerrera abatida, mientras sostenía su cuello casi quebrado y caía al suelo. Janthreya se acercó, y sin más ceremonia, arrebató del cinturón de su ocasional enemiga la placa que la noche anterior habían visto.
Allí quedó Atshula, mascullando con la boca ensangrentada. Janthreya no dio ninguna explicación. Tan sólo se alejó, con su siempre elegante y cadencioso paso.
Atravesó el campo de cenizas que un día había sido el cementerio de los pobladores del lugar. El viento sopló, a su llegada, llevándose lo más ligero de la ceniza.
Cuando hubo pasado, entremezclado con el rumor de las motas negruzcas en el aire, unido al gemir del viento, un coro de voces murmurando se oyó ante ella.
El anciano Araik fue el primero en verla llegar hacia una de las tumbas, sostener con delicadeza la placa y volver a colocarla en su sitio.
-¿Han muerto todos? –preguntó el viejo, sosteniendo sólo él una mirada firme ante la guerrera que los había salvado.
-Todos. Dejen la nave allí, que enviaré un contingente a vigilarla.
La gente se retiró con una reverencia temerosa. Janthreya, con los ojos entrecerrados, siguió su trayecto, hasta cuando estuvo casi al pie de la colina. Sólo entonces se detuvo, y sin mirar atrás, preguntó.
-¿Éste pueblo es Âkhra Khaein?
Un murmullo acallado se hizo patente. Un niño que estaba junto a ella asintió.
Janthreya suspiró, con los ojos cerrados, sintiendo el peso del crimen. El peso de su poder, de su destino. Su decisión, hacía años, fue irrevocable. En ése momento, nada había cambiado.
Tan sólo…
-Anciano Araik…
-Sí, señorita… dígame…
-Hágame un favor, y llévele unas flores a la tumba de una mujer llamada Kuranes. Dígale que su hija la extraña.

Y los pobladores de Âkhra Khaein tan sólo escucharon, después, el rumor delicado y frágil de su canto, hermoso como el día gris que comenzaba.
Por siempre recordarían a la guerrera de cabello violeta y su enorme tristeza.

martes, 8 de junio de 2010

Amanecer, ceniza y sangre







He esperado por casi cinco días a que termine la lluvia de ceniza. Cinco días de hambre. Cinco días de impaciencia. Fue una definitiva suerte para mi cordura que haya encontrado este edificio derruido. Desde acá puedo ver a los engendros, cómo pasean por el mar de ceniza blanquecina, como un sueño macabro. Los veo, dubitar, gruñir un poco y luego por fin ceder al sueño en el páramo blanco en que se ha convertido todo.
Pero eso forma parte de un sueño, para mí también, como aquel del que desperté hace un tiempo, cuando por fin decidí abandonar mi santuario.
Estoy buscando algo, no recuerdo qué, pero no puedo dejar de buscarlo.
Hará un par de días, cuando estaba acá, que escuché un rugido, uno característico, elevándose por sobre la melopea enfermiza de los despojos que mueren balbuceando allá abajo. Alguna vez escuché un eco de ello, en mi vida pasada. Más aún, cuando mi familia aún estaba en el mundo de los vivos, escuchamos un rumor sobre esto, sobre ésta cosa.
Pero incluso ahora, como entonces, parecía la fábula de un loco, incluso en un mundo que había perdido todo sentido hacía mucho.
Era casi imposible imaginar que aquella criatura hubiese sido un humano en algún momento.
Recuerdo que yo estaba en algo así como un cuarto piso y su espalda encorvada se acercaba arrimándose a la ventana desde donde temerosamente lo contemplaba.
Luego vino el sonido. La quebrazón de los huesos de los engendros es algo que generalmente festejaría, pero eso si viene antecedido de un tiro de mi fusil o un corte de mi bayoneta, pero esto era diferente.
Creo que por un momento sentí algo de lástima por los cuerpos muertos que el gigante comenzó a devorar. Eso iba más allá de la profanación que habían sufrido antes de transformarse. Y para peor la bestia, cebada ya, excavaba entre la ceniza buscando más y más.
El anochecer llegó con ese sonido perenne, repetitivo. Un deglutir salvaje y brutal, un hueso quebrado, algo de tejido corroído. Alguno llegó a quejarse todavía un poco. Alguno estaba vivo aún.
Pero… ¿acaso la ceniza no tenía efecto en este monstruo? No eran sólo los engendros quienes sucumbían, por lo general.



Eso había comenzado mucho antes, durante los años de la guerra. Antes de las epidemias, algunas nubes de un color oscuro, sucias y mórbidamente tenebrosas, inundaban el cielo, como una amenaza de un castigo venido de lo lejano.
Y luego llegó la ceniza, la lluvia blanca, la portadora de peste.
La gente enloqueció durante un tiempo, especialmente los creyentes religiosos. Era casi una competencia para ver quién sacaba más conclusiones apocalípticas de aquello.
Lo malo fue que ninguna se aproximase a lo que iba a ser el verdadero horror.
Los corpúsculos iban cayendo lenta, cadenciosamente por entonces. Nada del otro mundo, nada que conllevase algún peligro en especial. A menos que uno se quedase contemplándolos. Gente normal que nunca había tenido que temerle a nada en sus vidas quedaba embelesada sintiendo cómo el influjo de ceniza caía a su alrededor, hasta que caía exánime y su cerebro sencillamente dejaba de operar.
Cuando la gente sucumbió al escándalo, las primeras nubes ya iban retrocediendo. A dónde fueron, nadie podría decirlo. Simplemente dejaron esa blanca cortina sobre las ciudades, y como toda decoración, mares de cuerpos sin vida, encerrados en un momento de fantasía del cual no volverían jamás.
El terror siguió durante un tiempo. Cada nube que aparecía era motivo para que la gente escapase. Y era momento de risas llenas de paroxismo cuando lo que caía del cielo era tan sólo agua.
Pero, el cielo siempre siguió teniendo ese toque, esa apariencia de verdugo callado e infinito.

Y luego vinieron las epidemias. La gente nadó en mares de sangre y casi todo murió, o sucumbió. El mismo mundo quedó hecho un despojo lamentable. Y el dulce réquiem de la humanidad fue cantado por la misma ceniza. Tal vez haya sido ésa la única razón por la que algunos pudimos sobrevivir.
Y es que los engendros no eran inmunes al efecto de la lluvia blanca. Es más, ellos no entendían el peligro que había tras ella. Vagaban y vagaban sin sentido, todavía buscando alguna víctima, mientras sus cerebros, o lo que quedase de ello era carcomido con lentitud. Y así quedaban, nuevos campos llenos de cadáveres. Nuevos campos de muerte, donde se alimentarían los demás engendros, aquellos que no vieron el blanco velo del sueño.

Pero entonces, ¿Qué era el asunto de esta bestia? La ceniza simplemente caía sobre él, llenándolo un poco, cubriéndolo como una capa suave y certera, y él sin reaccionar, sencillamente continuaba su labor. Creo que lo anómalo de la situación hacía más por crisparme los nervios que todo lo demás. Después de que la noche hubo caído, incluso después que la ceniza terminó de caer, seguía él ahí. Ya no había mucha más comida y él se esforzaba en desmigajar lo que quedaría de los últimos. Entonces fue que aproveché el débil fulgor de la luna. Después de todo, seguía siendo un humano, ¿no es así?
No iba a contener mi curiosidad.
Para empezar, algo de su constitución sí delataba que un día había sido un humano. Sí, y eso era lo más morboso. Podía verse aún la forma de sus vértebras, aunque habían adquirido un tamaño espantoso. La piel, magullada, tenía una apariencia quebradiza, no como si fuese coriácea, sino más bien cual si hubiese sufrido roturas en parte importantes. Pensé por un momento que eso sería lo más natural en una criatura tan antinatural. Sin embargo, ahí terminaba lo que de reminiscencias humanas tuviera. Las partes socavadas de la piel mostraban una profundidad espantosa, en unos surcos de un tinte estremecedor. Se los veía purulentos y pútridos, pero firmes pese a todo. Y de ellos, horriblemente, brotaba algo, rígido, opaco, pero indudablemente resistente.
La cornamenta, a su vez, era sucedida por capas de extraño carácter, que parecía quitinoso, y siendo más aberrante aún, entre ellas se veían unas perforaciones extrañas, perfectamente circulares y de una profundidad que con sólo observarlas se encogían los nervios.
Todo esto, su deformidad y su tamaño, y además, el hecho de que era inmune a lo que ya para mí era una ley natural, hacían que lo viese con ojos distintos. Maldito monstruo. No pude ni dormir del terror ni tampoco osar moverme un paso, con la fascinación de su visión y su respirar pesado, durante el tiempo que esa criatura estaba inconsciente, durmiendo sobre los cadáveres semi devorados.

Y la ceniza siguió cayendo. Fue también por eso que no cedí al sueño.
Ya cabeceaba un poco, cuando las últimas hebras de la sustancia blanquecina caían corcoveantes y parsimoniosas, como deseando hacer un escenario onírico. Podían verse a través de un fulgor lejano, casi inmaterial que atravesaba la ventana desde donde miraba y se deslizaba hasta hacerse ver, con si con timidez llegase, éste amanecer irreal en un mundo destruido.
Irreal, irreal e ilógico. Extraño e imposible también, quizá…

Eso último no fue parte del fulgor del amanecer.
¿Acaso entré en un estado de sopor sin darme cuenta?
Un resplandor rosado, casi purpúreo apareció en la nada blanca, impulsado en su brillantez por la primera luz del día. Era algo físico, yo lo sé. Era algo vivo, allá a lo lejos.
Y desapareció casi al instante, bordeando una esquina de las ruinas. No pude contemplarlo siquiera por un segundo más.
Y me levanté con violencia, casi lanzando un grito.
Es increíble el punto al que llega la mente cuando el paroxismo la empuja a hacer cosas irrealizables. Impensables además, como el dar un paso al frente, luego otro más, y luego sencillamente saltar, sin una esperanza de llegar a nada, sin una esperanza de saber qué encontraría.
El golpe fue sordo, lento y totalmente mudo, con el espesor de la capa de ceniza, la que amortiguó todo efecto de mi salto. Mi respirar sí era pesado, pero mi corazón, disparado a más no poder, era lo que más me preocupaba. Sí, miré hacia un lado y allí estaba: una montaña de carne deforme, rígida y convulsa en un sueño que sólo las mentes más perversas podrían imaginar. Debajo manchas gigantescas de sangre destruían la inmaculada escena manchándola de obscenidad.
Caía todavía un poco de esos corpúsculos, alrededor. Yo no tenía miedo.
Y esa criatura podría estar sólo durmiendo. No el sueño de la ceniza, sino un sueño que terminaría. En cualquier momento.
Yo no tenía miedo.

Y la ceniza pareció tan sólo nieve, en los primeros momentos, cuando mis pasos la zarandeaban un poco por acá y allá, sacudiéndola, dotándola de la vida que yo también sentía correr por mis venas, como un recuerdo que a sabiendas es una mentira.
Por ello no escuché su respirar cuando todo aún no comenzaba.
Y esa calle se convirtió en un paisaje hecho de magia. Ya no había más muerte, no más perversión, ni despojo.

Entonces fue que estalló. No era sólo un simple ventanal, sino era más como el reflejo de la realidad, que al quebrarse me golpeaba de nuevo con su enferma y cruel certeza.
Sólo luego de recuperarme del barrido que había tenido que realizar pude mirar a la criatura. Su brazo alargado, bestial, deforme, gorgoteando una sustancia rojiza, ese miembro infecto, había errado.
Pero no iba a repetirse. Esa criatura quería mi carne trémula y mi sangre fresca. Supongo que yo tendría un gusto diferente al no ser un engendro más. El segundo golpe fue mucho más certero y esta vez sí logró hacer un impacto. Fue la milagrosa presencia de la ceniza en ese páramo lo que amortiguó al menos un poco el golpe.
Así, el dolor que sentí tan sólo fue infernal, corrosivo, pero no mortal. Lo suficiente como para darme cuenta de que mis piernas no estaban rotas y que podía caer con ellas.
Y más aún, preparar, amartillar, apuntar…
Un tiro certero, justo en el centro de esa afiebrada y repulsiva cabeza. Los ojos desprovistos de todo rastro de una pupila se contorsionaron de dolor y un manantial sangriento brotó de su nexo.
Un retortijón de la bestia me produjo escalofríos. Su agitación casi me enloqueció de asco.
Pero no iba a ser suficiente como para menoscabar mi sentido de justicia. Nada de humanidad quedaba en esa mirada vacía y hambrienta y en ese cráneo febrilmente deforme. Sus mandíbulas batientes, las cuatro actuales, me negaban toda posibilidad de compasión.
Y fue allí que apunté la segunda vez.
Y el tiro sí impactó. La herida, agrandada, se convirtió en un manantial, que en el segundo siguiente también me cubrió por completo. Mi fusil era un arma certera, un arma contundente y devastadora. ¿Por qué no iba a ser también extremadamente dolorosa cuando no fuese mortal?
La agonía de la bestia se había convertido en ira. La ira en paroxismo. Y todo, todo estaba destinado a destruirme.
Un salto hacia delante, puro instinto, logró salvar mi vida, aunque exponiéndola incluso más.
Claro, la contextura encorvada del monstruo permitía perfectamente que alguien que aún era humano se cobijara en sus infectas entrañas.
Pero desde esa posición estaba a merced de sus garras, de sus colmillos y cualesquiera horrores que pudiera prepararme. En los segundos que siguieron agradecí al dios ciego quela gente adoraba hace tanto. Sí, agradecía la oscuridad de esa estructura, ya que me protegía de la visión de la perversión en que se habrían convertido las entrañas de la criatura.
Agradecí también su limitado intelecto, que la redujo a husmear el rededor, iracunda. Tiempo suficiente para recargar.
Pero sabía bien que una bala no sería suficiente. De ser así el primer tiro lo habría liquidado. No, necesitaba algo más… quirúrgico.
Mi bayoneta relució como deseando el momento siguiente. Y no le negué el placer. Un tiro brutal, un corte casi artístico. Y un hedor visceral.
Y manchado, así como estaba, tuve que abrirme paso, a razón de otro disparo que quebrase la contorsionada pierna que me cercaba.
Varios pasos me alejaron lo suficiente como para contemplar.
Pero no para escapar, realmente.
La mañana era incorpórea, irreal, pero dolorosa igual. Más con las garras atenazándome y levantándome en alto. Por un instante estuve a punto de soltar mi fusil, del dolor. Sentí mis costillas crujir un poco, y un ligero hilillo de sangre brotar de mis labios cerrados con fuerza para contenerme de gritar.
El lomo de la criatura era lo que asemejaba la retorcida caja torácica de lo que un día había sido humano. Una parte de ello resoplaba, como un aliento que brotase desde lo más interno de ello. Desde mi posición sólo eso podía ver. Sólo eso y un instante que casi me produjo una carcajada de horror, sobrepasando incluso el dolor del aprisionamiento.
Siguiendo con la vista la estructura que debería ser una espalda uno veía de todo. Escoriaciones, cicatrices, hendiduras, protuberancias y un limo blancuzco entremezclado con otros rojizos. Sólo al final, cuando lo que parecía la columna comenzaba a retorcerse, uno notaba algo más extraño. Y es que de una espalda, brotaba un torso. Sí, así como lo escribo.
La columna se erguía un poco y metamorfoseaba su forma, torcida y perversa, haciendo lo que debería ser un vientre famélico. Sobre éste una verdadera caja torácica, no esta aberración, respiraba con fuerza. Y de ella pendían muñones de los que colgaban huesos desollados, sin un motivo en claro. Y el cuello, el cuello de aquella criatura…
No, no debía pensar en lo que estaba allí. Me bastaba con saber que podría ser un sitio vulnerable. Entrecerré mis dientes, haciéndolos restallar, y a la par, mi fusil volvió a su posición, y un tiro certero chilló en el amanecer que por fin llegaba.
Le reguero de sangre que siguió fue simplemente dantesco. No entiendo cuánta podría contener un cuerpo como este, pero evidentemente era mucha. Pronto estuve casi inundado en una verdadera lluvia de sangre.
Pronto la ceniza se hizo un colchón de roja vastedad, donde mi cuerpo exánime cayó rendido. Apenas si podía sentir mis huesos. No podía saber cuán herido estaba, y no podía levantarme para comprobarlo. Pero eso no era lo peor.
La lluvia. La lluvia.
Y el infierno.
Yo siempre recordaba a mi ángel. Aquellas noches en que ellos roían las paredes de mi refugio.
Cuando lograron herirme. Cuando estuve muriendo, la primera vez.
Nunca la olvidé. Nunca podría…
Pero el infierno no lo perdonaba. Tan sólo existía eso, que caía del cielo y que me recordaba que no había esperanza. Sin importar lo vivo que estuviese, tan sólo era una brizna en un mundo envuelto en llamas rojas de destrucción.
La luz llegaba. Era un nuevo sol, el que venía siempre detrás de la nube que nos dejaba la ceniza. Y la sangre siguió. Sólo entonces mi cabeza giró un poco, imperceptiblemente. Mis ojos siguieron una pequeña trayectoria, y vi algo más allá.
Y ese fulgor de nuevo. ¿El mundo tenía un pequeño resplandor violeta?
Un despertar. Un llamado. Después de todo, podía moverme. Lo suficiente como para levantarme dolorida y lentamente. Mis pasos resbalaron y se deslizaron entre la sustancia en la que convertía la sangre a la ceniza. El escenario era de sueño eterno; también de devastación.
Cayeron unas últimas gotas. El brillo volvió a ocultarse en el recodo de antes.
El sueño en medio de la ceniza. El monstruo destruido.

El amanecer por fin cesó.
El brillo de la mañana me abrazó cuando volteé aquella calle. Sostenía mi cuerpo en mi fusil, pero éste cayó a un lado, exánime, en vista de que yo no iba a hacerlo pese a todo.
Y es que en la alucinación del momento, entre el sueño de la ceniza, entre la lluvia de sangre, entre el pánico y el terror de la vida que tenía, había lugar para una visión demente.
De rosada envergadura, de brillante elegancia.
Y como la nube de ceniza se levantó un día, una nube también agitó el viento y se lanzó hacia el infinito. Aquella fue gris. Ésta resplandecía violácea y lanzaba un corcoveo aullante.
El canto de los flamencos.
Había algo vivo en este mundo aún.
Y volaba, libre, hacia donde señalaba la luz.

jueves, 13 de mayo de 2010

Las Máscaras de Alicia (Parte quinta y final)




Tenía miedo, Antes de darme cuenta la noche ya había pasado. Deben haber sido horas tenebrosas, aunque no las puedo recordar bien, borrando las señales del crimen que me había hecho libre.
Sólo cuando parecía que ya estaba terminando, la sensación corpórea regresó a mí. El hambre y la sed del agotamiento de toda una noche de macabros trajines me vencieron…
¿En serio era otra persona, aquella Alicia?
¿Por qué entonces me conocía tan bien?
¿Por qué iba a preocuparse acerca de mí, hasta de la menor minucia de mis problemas emocionales?
¿Por qué…?
No,… ya no iba a preguntármelo. Ya no deseaba pensar más. No quería que nada más penetrase en mi mente. Ya era suficiente. Ya no más.
No sé si habrá sido compostura o una señal más de enloquecimiento, pero para cuando el timbre volvió a sonar yo estaba rebuscando algo entre los diferentes platos y recipientes donde habían quedado los restos de mi padre. Al parecer La Otra no se había llevado lo que fuera mi progenitor, sino la comida que éste había llevado a casa. O al menos eso quise pensar… había otra idea en mí, pero ese no era el momento.
Cuando finalmente obtuve un tazón de plástico donde estaba algo que confirmaba que eso era mi padre, el timbre insistió. Di un respingo y al abrir la puerta Emily apareció con un rostro preocupado. Una vez más caía en cuenta del tiempo que había pasado.
Me han contado de lo que ha pasado… pensé que ese hijo de puta del Andrés te había hecho algo…
…No… ¿cómo crees? Le he estado sacando su…
-hice un gesto altivo con la mano y entonces nos miramos. Mi hermana mayor, casi… Si tan sólo hubiese podido saber un poco. Tal vez ella supiera desde cuándo estaba loca-
che, mi viejo ha salido un buen rato. ¿Quieres huevear un poco?
Jajaja, con gusto. Estaba podrida en mi casa. he conseguido un libro nuevo, dice que con cierto conjuro en el piso podemos hacer que se le caiga el pelo a alguien
La rutina fue la de siempre. Ella tenía consigo un ejemplar de ese libro tan infame, el temido y a la vez respetado Baldor, a la par de que yo había sacado conmigo la tabla ouija que me había comprado la navidad pasada no recuerdo bien dónde. Teníamos la extraña idea de que si llamábamos a un espíritu para que contestase nuestras preguntas, al momento de usar el libro ése, luego le sería más fácil comunicarse por medio de la tabla.
Una tijera y algo de equilibrio…
Ella y yo reíamos. Era como en los viejos tiempos, pero, me sentía extraña, No era sólo que había visto dos muertes ya, además de que una fuera mi propio padre. Era además, saber que estaba involucrada en ambas, sin saber aún en qué nivel… mi paciencia se acabó…
Debe haber sido la tarde de un lunes,… sí, eso puedo creer…
Veía de manera casi piadosa el libro pendiente de las manos de Emily. La veía con piedad a ella. Eso no eran más que juegos de niños. Y fue recién en ese momento que comprendí lo que dijo Andrés esa noche perdida en el tiempo.
-¿Sabes qué?... Esto no son más que huevadas…
-¿Ah?
-Estos jueguitos… Tú y yo nos hacemos a las oscuras con estas cojudeces… estamos tratando de invocar espíritus por puro juego… ¿Acaso estamos tratando de sólo evitar la mierda que es nuestra vida real?
-No sé de qué me estás hablando… ¿Te ha vuelto a pegar tu viejo?
-¿A ti te han hecho caso los tuyos? ¿Te han mirado siquiera? A que en tu casa ni sabían de tu tocada del sábado…
-Tranquila… si quieres me voy nomás. No te quiero meter en problemas con tu viejo. Parece que se ha puesto peor…
-¡Peor! Ja…. Ja… ¡jajajaja! ¿No quieres dejar de jugar?
¿Quieres ver algo jodido, pero jodido…?
-Yo… ¡ey…!
-Tú nunca has sabido lo que se siente que alguien tenga todo su poder sobre ti. Alguien que en lo más profundo sólo te desprecia… ¿Sabes lo que es vivir pensando en que cada día podría reventarte a golpes por nada…? Y lo peor es que le debes respeto y deberes a esa persona… a esa piltrafa… ¡a ese montón de mierda! –Había arrastrado de la mano a mi amiga hacia la cocina y allí, mientras le gritaba señalaba hacia el refrigerador. Estaba totalmente azorada. Apenas si la veía. Tan sólo veía la oscura silueta de mi padre, los días en que me golpeaba por todo, por haber nacido.-
Toda la vida he visto que alguien sin valor, alguien ruin y despreciable como él haya tenido todo el poder. ¿Yo qué le hice? ¡¿Nacer?! ¡¿No ser cómo él?!
…Bueno… ya es tarde, pero puedo ser un poco como él, ¿sabes?... después de todo, puedo saber cómo es, de principio a fin… ¿lo quieres ver?
Abrí el refrigerador. Emily dio un respingo y empalideció. Sin embargo, el horror la plantó en su sitio, para que siguiera viendo.
-Ahora lo tengo por partes… je… mejor es que puedo ser un poco como él,… mira
Ahora yo puedo ser quien mande… jejeje… jejejeje...
Fue allí que Emily no aguantó más. No dio un solo grito, ni una exclamación. Seguro y le dí miedo…
Tan sólo salió despedida. Escuché el portazo cuando hubo huido, y yo caí de rodillas al piso, riendo quedamente aún. Quisiera dejar de recordar eso al menos. El olor de la sangre fría en mi boca. La sensación de tener a mi padre tan cerca, aún…
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La tarde siguió transcurriendo y el abrazo del crepúsculo llegó hasta mí en la misma posición de siempre. Sentada ante la nada, con la sala revuelta, sólo que algo había cambiado.
La casa estaba hecha mierda, la había limpiado, pero no recuerdo cómo se ensució otra vez…pero, estaba tranquila a pesar de todo, Por vez primera esa sensación de tranquilidad tuvo una razón de ser, era libre, ya no habrían golpizas nocturnas, no habrían reproches y además me estaba conociendo más a mi misma….
Y eso pese a que seguía manteniendo esa horrenda máscara en mi faz. Luego de un buen rato me la quité. La coloqué sobre la mesa y la contemplé un momento largo.

Levanté la vista. Aquellas palabras venían de esa figura que ya no quería volver a ver. Una capucha, un solo ojo de mirar afiebrado y una cabellera negra sobresaliendo de uno y cubriendo el otro. Una pose encorvada y una sonrisa imposible de definir.
-¿Por qué extraña? Han matado a mi padre y yo soy feliz… ¿Es por eso?
-No. Me refiero a que conserves sólo esa parte. No le veo un motivo.
-Nada que ver. Lo demás está ahí en la cocina, donde lo guardaste…
-Yo no guardé nada, pequeña Alicia. Tú eres quien se ha encargado de todo. Yo no he tenido que hacer nada.
-¡¿Quieres parar con eso ya?! Si estoy loca y sólo yo te veo… ¡mejor me dices! ¡¡No me importa el acabar loca, pero quiero saber si ya lo estoy!!

-Qué simple eres… ¿Sigues teniéndole miedo a que alguien te castigue?
-¡Claro! ¡¿No ves lo que hemos hecho?!
-Ya te lo dije. Yo no hice nada. De todo te has encargado tú…
-¡Basta! ¡¡Desaparece de una vez!! ¡¡Mi vida estaba bien sin ti!! ¡¡Desaparece, mierda!!
Hice el ademán de levantar un brazo, como si fuese a golpearla. Dios, lo habría hecho, sino hubiese tenido aún el temor de lanzar el golpe y encontrarme con que no había nada allí. Creo que fue mejor que ella resoplara y me contestara, en un tono que hizo detener no sólo mi movimiento, sino incluso los latidos de mi corazón.
-No te atrevas… ¡¿He hecho todo esto para protegerte y así me agradeces?! ¡Niña estúpida! Me he esforzado en ti y ahora resulta que no eres más que una cobarde hipócrita… ¿No acabas de entender, imbécil?
¡¡Tu viejo era un sujeto malnacido, un absoluto despojo de persona!! ¿Acaso debes preocuparte porque se haya muerto? ¿Entiendes o no que ya eres libre? ¿Para qué estás guardando esta máscara?
-Yo… yo…
-Claro, debería saberlo… olvidé por un segundo que yo soy tú, y que tú no eres nadie. A ver… ¿así te la pones? ¿Piensas que con esto hablas como tu padre? ¿Con autoridad, sin que nadie pueda contrariarte?
-…Sí… creo que es eso…
-Qué asco, te gusta usar porquerías...Puede que por un tiempo la necesites. Sólo que... hay algo que debes hacer todavía para ganarte tu libertad… debes demostrarme que la mereces…
Di unos pasos y cuando estuve cerca, me apretujó con fuerza y susurró unas palabras a mi oído. Aún después de todo lo que había ocurrido, no pude evitar horrorizarme. Obviamente ella lo notó, pues me miró, entre divertida y expectante.
-Yo… no puedo hacer eso… no… No puedes obligarme…
-De acuerdo. No puedo obligarte… Pero tú sabes que no puedo faltar a mi deber, ¿no?
-Si…
-Sabes que si alguien destrozado, sin libertad, está ante mí… yo debo liberarlo… Decide. Lo haces tú o lo hago yo.
La Otra Alicia me dio la espalda y se dirigió con paso lento hacia la puerta. Hizo un gesto enigmático cuando la traspuso, y luego, sólo quedé yo, sola, inmersa en la oscuridad, con un crepúsculo de nunca acabar, hiriéndome todavía, hiriéndome como todo el mundo lo hacía porque no quería liberarme.
Y lo peor es que sí tenía que hacerlo…
Pobre Emily… todo dependía de ella.
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Frío martes. Frío mundo, mudo también, pues nada en él me decía ya algo. Mi uniforme escolar parecía tan sólo una enseña. Un disfraz ridículo que trataba de imitar años donde aún tenía una vida. Donde todavía estaba esclavizada y sojuzgada.
Muy a lo lejos, en la entrada a mi escuela, pude ver a Emily. Su silueta imponente era como siempre lo había sido, excepto por un par de detalles. Para empezar, la clásica comitiva de amigas que la acompañaban siempre ya no estaba ahí. Para terminar, estaba la expresión que adquirió cuando me vio llegar.
Seguía ese aire de hermana mayor. Sólo que también había miedo en ella, pese a la expresión resuelta de su mirada.
-Alicia…
-Emily
-¿Qué fue lo que pasó ahí, amiga…?
-¿Dónde? ¿En mi casa?
-Claro, dónde si no…
-Muchas cosas. Necesarias, supongo…
-Creo que te entiendo. ¿Sabes? Un par de veces llegué a ver las heridas que tenías en la espalda, o que sobresalían por tu cuello.
-No hables de eso.
-¿Cómo no voy a hacerlo?.. Yo… tan sólo quiero decirte que comprendo lo que ha pasado. El mundo no es como debería. Ahora podría reprocharte muchas cosas, pero sería injusto. Terriblemente injusto.
-¿No lo vas a hacer?
-No podría. Él se lo merecía. Lo que hayas hecho, se lo merecía. Pero… ya no importa. Yo te ayudaré, hermanita... Yo te ayudaré… tenemos que limpiar eso… y de protegerte,… podemos hacerlo todavía.
Día de colegio, frio… la Emily me evitó todo el día, pero al final me hizo llegar una notita (una de sus costumbres)… su palabras con ese tono cálido, con ese cariño que siempre me había tenido, me llenaba de más miedo. ¿Cómo podría cumplir mi misión? ¿Cómo iba a liberarla a ella? Es decir, era una chica fuerte, capaz de sobrevivir a todo, capaz de ayudar a alguien como yo. ¿De qué había que librarla?
Definitivamente Emily era la mejor persona que jamás conocí. Ella me protegió en todo momento. No se separaba de mí sino hasta que era inevitable. Iba junto a mí a casa. Me proveyó de un poco de comida, y además, trató de hacer que yo olvidase las sombras de lo sucedido en esos días.
Esa misma tarde ella me acompañó a casa. Ambas, con temor, fuimos a ver lo que estaba en el refrigerador. Teníamos que deshacernos de lo que quedaba de mi padre.


El viernes , nos vimos como siempre en nuestro improvisado cubil, ella quería que yo volviera a mi vida normal… olvidarme de algunas cosas,quería que esté bien…
Tras recitar un par de salmodias de un ridículo libraco de magia negra, ambas nos cagábamos de risa, era como volver a los viejos tiempos, donde todo aún era muy negro o muy blanco…

Con soltura, con inocencia nada más, me dijo:
Y pensar que ese maricón del Andrés quería meterse con nosotras esa noche. El muy cojudo ni va a volver al colegio, parece…
-Ése imbécil… Debe haberse muerto…
-Qué jodido,… yo creo que debe estar lloriqueando en su casa porque le cambien de colegio. Es un mimado de porquería… Sus viejos son como los míos, pero con quivos…
-¿Como tus padres?
-Como mi familia en realidad… sabes que los muy tarados ni se enteran de lo que hago… a veces pienso que estaría mejor sin ellos.
-… ¿Eso crees?...
Desde que ella había nombrado a sus padres, una sensación como de cosquilleo llegó a mi cabeza, internándose muy profundamente. Creo que hizo un coro extraño con la luz pálida y fría de la luna que se levantaba lozana. Puse mis manos en mi frente y bajé la cabeza, adolorida.
-…..¿Alicia? ¿Qué te pasa?
-Nada… estoy… tan sólo pensando en algo…
-¿Te sientes mal?
Ya no respondí. Éste es el punto cuando mis recuerdos se truncan. Es ahí donde debo haber perdido finalmente a los lazos que ataban mi cordura. ¿O habrá sido antes? Ojalá alguien me pudiese decir desde cuándo estaba loca.
Y mi cabello, sacudido, cayó sobre un lado, cubriéndome un ojo. Y la luz blanquecina me convirtió en el espectro que me hizo libre, privándome de mi vida.
Entonces Emily pegó un respingo. Yo no pude reaccionar, ensimismada como estaba. Tan sólo sentí cuando el estilete se apretaba contra mi cuello.
-Ahora sí, perra… me vas a decir qué estaba ahí ese día…
La voz cascada de Andrés se oía entre cansada y dolorida. Cuánto tiempo nos habrá estado esperando en ese sitio para poder atacarme... Sentí un poco de lástima por él, escuchando su respirar pesado.
-¡Maldito cabrón! ¡¡Mejor sueltas eso o te reviento los huevos!!
-¡¡Callate puta o después vas a ver!!!
Ah, Emily, la siempre dulce Emily. También sentí lástima porque ya tenía una idea vaga de lo que debía hacer con ella.
-Emily…Mira bien a este idiota… Hace demasiado que la locura lo sumió a él también, pese a que era un inocente. Míralo… lo único que quiere es un poco de consuelo para el peso que su alma carga, pero nadie jamás va a dárselo.
Creo que la idea que su familia tiene de consuelo es un mimo sin freno. Eso, más la locura que ha anidado en él lo convertirá en un demente, capaz de hacerle daño a cualquiera… y él no tendría la culpa.
O sea, tenemos a un joven que en lugar de apoyo sólo ha encontrado supresión y condescendencia, alguien ya sin un futuro real… pero, sigue siendo un inocente. Él se merece ser libre. Hay algo que todavía se puede hacer por él. Hay una forma de ayudarlo.
¿Quieres ver cómo podemos ayudarlo? ¿Qué podemos hacer por él?

Emily ni siquiera pudo replicar. Vio todo, la trayectoria de la hoja mellada y delgada que hundí con fuerza en el cuello de Andrés. El chico se retorció con más fuerza aún, mientras la hoja cercenaba con lentitud su faringe y brotaba de nuevo por fuera. No pude evitarlo, yo era una novata,… o quizá estaba todavía recordando bien…
Emily no gritó. No me detuvo. No se movió sino cuando no pudo soportar más y su cuerpo cayó a un lado desarticulado, ya inconsciente por tanta impresión.
Mejor así. No quería explicarle lo que iba a hacerle. No era tiempo aún…
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Y…
¿Si en ese vacío creado por la oscuridad nada puede existir…
…Uno puede ser oído…?
Su mejor amiga… un recuerdo perteneciente a esa oscuridad que la rodeaba. Emily ya sabía lo que iba a pasarle… La pequeña Alicia era, más que nadie, la persona más importante del mundo para ella.
Lo único que de verdad importaba en la vida de Emily. Desde que tenía conciencia, sus padres habían sido algo así como un espejismo tras una imagen borrosa

Recordó un día, de niña, cuando un perro que pasaba de tanto en tanto por su casa la atacó sin un motivo. De poco sirvieron sus lágrimas, y la misma enseñanza de sus heridas aún sangrantes. Sus padres se limitaron a disculparse con los dueños del perro porque ella, defendiéndose le había reventado un ojo.
Y fue junto a estos recuerdos, que tomó conciencia de su posición. Conociendo a la gente que debía protegerla, supo que estaba perdida.
-… Ja… jajaja,… Y los cojudos de mis viejos ni me van a notar. Bueno, creo que al final pude hacer algo en la casa. Me decían que aportara algo, ¿No? … cabrones… nadie va a venir. La Alicia debe haber pensado que ya estaba muerta y me habrá tirado por algún lado… ella… la única persona a la que hubiese querido proteger… ella… está tan perdida como yo. Creo que lo mejor es que me muera nomás. Ja, si va a ser así, a darle prisa. Ya no queda mucho que hacer, de todas formas…
La puerta se abrió con un restallar, y una explosión de luz llenó el sitio. Allí fue que pude verla. Ella, recamada contra una de las paredes de mi casa, rodeada sólo por sombras. Sola, sin nada en el mundo, sin una sola esperanza.
¿Cómo no libertarla?
-Hay demasiado en el mundo como para que te llenes la cabeza con semejantes estupideces. Nunca estamos totalmente solos. Nunca queda nada más. ¿No has pensado en toda la dimensión de la vida que se te ofrece desde siempre? No has vivido ni siquiera un ápice y crees que has gastado todas tus posibilidades… ¿Crees que porque me he muerto ya no queda nadie en el mundo? ¿Y qué hay de ti? Si no aprendes a valorarte esa soledad te perseguirá por siempre.

Creí notar un movimiento en las sombras del depósito. Su figura se irguió con lentitud, y sin temor, sin dudar, ella se acercó a mí.
-¿Alicia? –Dijo en un susurro- ¿eres tú? ¿Dónde está el Andrés?
-Aún te preocupas por alguien que ya está libre… todavía no entiendes nada…
-¿Entender qué? Amiga, ya basta, has hecho un montón de mierda estos días… -ella caminó un poco y se sentó en el mismo lugar donde yo lo había hecho hacía demasiado- ¿A cuánta gente más has matado…?
-…Liberado… -corregí, al tiempo que le daba espacio.
-Carajo… estás loca ya, ¿no?
-¿Loca? Qué estupidez. De hecho soy la única que está cuerda aquí…
-…Perdón…
-¿Por qué? ¿Porque no pudiste salvarme de matar a mi padre? ¿Por no evitar que liberara a ese niño tarado? Tú misma dijiste que mi padre se lo merecía… y el otro se lo merecía más…
-… Ya cállate… ¿Dónde estamos?
-Éste es un espacio de vacío cuántico. Lo que ves aquí es sólo una posibilidad de lo que podría existir. Este lugar no existe, sino porque quieres que sea así… Así que tu pregunta en sí es errónea…
-… ¡¿Por lo menos has pensado en lo que nos va a pasar?! ¡¡Has matado a dos personas, una frente a mí!! ¿Qué vas a hacer ahora?
-Responderé a la única pregunta que vale la pena responder. Lo que voy a hacer ahora es simple. Voy a matarte.
Emily no me replicó con una mirada de terror. Parecía más una visión furibunda.
-¡¿Qué?! Ya estás demente… Yo no me quedó más aquí…
Aún sigo lamentando lo que tuve que hacer, pero ella no era como yo antes de entender mi misión. Ella era una mujer fuerte. Y como toda persona fuerte, se aferra a como cree que funciona el mundo. ¿Ella creía que yo sólo era una loca? ¿Qué mis palabras no tenían sentido? Vale, pero no iba a irse sin que hiciera algo más por ella.
Así fue que antes de que terminara de erguirse icé sobre mí el estilete que se había cobrado la vida de Andrés y lo clavé, sin dudar, con fuerza, en la palma de mi amiga. Ella lanzó un chillido apagado, que luego terminó en un gruñido.
-¿Viste lo que hice con mi padre, no? Mejor no intentas contradecirme porque no nos va a llevar a nada. Déjame terminar. No voy a hacerte daño. No al menos sin hacerte sentir libre.
La sangre manchaba la mesa. Ella miró la herida sangrante y ahí sí, su visión se convirtió en una imagen rabiosa. Apretaba los dientes hasta hacerlos chirriar. No iba a permitirse una sola lágrima. No una sola exclamación de dolor.
-Ahora vamos a hacer algo, algo muy importante. Sólo cuando haya cumplido esa labor te explicaré los pormenores de tu muerte. Toma esto y para ese sangrado. Vengo en un momento.
La bolsa que contenía los huesos de Andrés no era ni muy grande ni muy pesada. No representó mucho esfuerzo salir hasta el exterior del bosquecillo en penumbras con ella. Lo único difícil fue lograr que Emily me acompañase sin presentar problemas. Aún resoplaba por el dolor, pese a que se había aplicado un torniquete y su sangrado no era tan preocupante. Creo que lo único que la contuvo conmigo era el sempiterno ambiente lúgubre de los arboles sumergidos en sombras.
Luego de un rato la luz escapada de la ciudad delineó unas siluetas vagamente. Ella las reconoció casi al momento. No cabían dudas. Ella era más lista que yo cuando me las mostré a mí misma antes. Por eso mismo ella intuyó que llevaba esos hueso a ese sitio.
-¿Por lo menos vas a enterrarlo entonces?,… Todavía no estás hecha un animal. ¿Y qué hiciste con el resto?
-Tan sólo lo he aprovechado... No puedo dejar que la cáscara de un inocente se desperdicie. Así además, su alma descansará de manera más pacífica. La carne se pudre, se corroe y lo que queda de ella es ruin, imposible de llamar espiritual. Piensa en esto. En los huesos. Ellos son diferentes. Su estructura se convierte en una blanca elegía de lo que un día sostuvieron. Son puros, en esencia. Son lo único que merece descansar en paz.
Mientras hablaba hacía una cavidad en la tierra. Aunque no la veía sabía que ella me escuchaba. Lo sabía porque yo también me había escuchado a mí misma, en algún momento, antes de que fuese libre.
-Ya está. Espero que hayas entendido mis palabras. Es esencial porque sino no podrías comprender lo que tengo que hacer. Lo que tienes que hacer por mí…
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-Mirá a esta tarada… ¿dónde te has hecho eso ahora?
-Eso te pasa por estar en esas tonterías. Seguro los de tu pandilla te han hecho eso…
-Mirala a la Emily…. Se va a hacer putear.
-Cojuda… ¿qué nomás te habrás hecho?

No hacía falta una explicación. La chica tan sólo evitó la presencia de esa familia que estaba a su alrededor. Compartió con ellos esa comida frugal, repasando silenciosamente las enseñanzas que hubiese recibido. El asunto era que mis palabras eran como las lecciones importantes. Sólo se las entiende a cabalidad cuando se piensa mucho tiempo en ellas.
Debe haber sido muy duro para ella. Tuvo menos tiempo para aprender que yo. Pero, era necesario, sino alguien más la librearía… no, eso no podía permitirlo…
Sí, ha de haber sido muy duro, el ir contemplando sólo en reflexión; el poco o nulo valor que la vida circular, la vida en la que estábamos encerrados todos, tenía al fin y al cabo… El poco valor que tendría el haber nacido en esa familia.

-Tienes que hacerlo por mí, ¿está bien? Recuerda siempre que yo te quiero.
Sólo debes hacer algo. Será mañana por la mañana que yo te busque. Será temprano, muy temprano. Para entonces tienes que decirme una simple cosa. Tienes el derecho de llevarte a alguien contigo. Tan sólo piénsalo en tus sueños. Alguien más morirá mañana, junto a ti, sólo hace falta que me digas quién va a ser.
Emily, recostada mirando hacia la nada, pensaba en la pesadilla en la que estaba inmersa. En la infinita soledad de su vida. Esa chica que le había encomendado esa macabra misión no era ya Alicia. Ya no quedaba nadie más. Nadie en el mundo. Era el momento ideal para morir, pero sentía que no podía hacerlo en paz. Por vez última había sentido el desprecio de su familia. Por última vez se había sentido apartada en el extremo, ignorada y apenas si reprochada. Sintió una sorda recriminación hacia lo que le quedaba de mundo. Porque… después de todo, ya sin Alicia sólo estaba su familia y ya nada más.
“-¿Cómo no voy a hacerlo?.. Yo… tan sólo quiero decirte que comprendo lo que ha pasado. El mundo no es como debería. Ahora podría reprocharte muchas cosas, pero sería injusto. Terriblemente injusto.
-¿No lo vas a hacer?
-No podría. Él se lo merecía. Lo que hayas hecho, se lo merecía.”

Ellos se lo merecían. Su soledad iba a permanecer en su muerte también. Entonces, ¿Por qué no hacer una pequeña muestra de justicia?
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Cuando Emily abrió los ojos, yo ya estaba allí. No se sobresaltó. Sabía que iba a estar allí.
-¿Ya lo sabes?
-Sí. Vas a tener que ayudarme. Son varios.
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Los padres de Emily murieron rápido. Ella les tapó la boca con celeridad y yo tan sólo clavé un punzón afilado en sus sienes. Rápido, indoloro. Frío.
Pensé que se detendría cuando proseguimos con sus hermanos, pero por lo visto tenía sus objetivos bien en claro.
-¿No consideraste a tu hermano menor? –le pregunté, cuando abría la última bolsa donde dejar los huesos.- Digo, era un niño…
-¿Y qué? Sin mí allí no iba a tardar en quedar infecto con la influencia de mis padres. No quiero que alguien más aparezca en el mundo creyendo que lo único que importa es tener dinero y una casa.
-Has entendido mucho, Emily. Sabía que podía confiar en ti.
Una sonrisa. Una extraña quizá de comprensión, no lo sé… lo único cierto era que esa sonrisa emanaba una tranquilidad que se me hizo muy familiar.
-Vamos. Hay que llevarlos a un lugar donde tengan paz.

La mañana siempre ha tenido una apariencia mística para mí. Quizá por ello reaccionaba en imágenes así, aquellos días cuando estaba cobrando conciencia. Nada más adecuado, para un momento cuando la persona más importante para mí abría los ojos. El enterramiento fue grácil, casi cariñoso. Nunca podría decir que Emily había odiado a sus padres. Tan sólo hizo un acto de justicia, uno necesario. Como yo.

Después de un rato, el silencio nos rodeó. Un poco de viento ondeó, agitando su cabellera. Me hundí en la capucha que cubría mi cabeza.
-¿Y bien? –Preguntó ella, sin voltear a mirarme.- Supongo que ha llegado el momento para mí. Vamos, date prisa…
Esa imagen, la conservaré por siempre. Creo que jamás había querido o querré tanto como a ella. La chica fuerte que siempre me protegió, mi hermana mayor, la que quiso salvarme siempre. Era libre, como yo. Estaba hecho.
-Ya eres libre, Emily. No hace falta tomar tu vida. Tan sólo tenemos que continuar…
Recién entonces sus ojos oscuros se dirigieron a mí de nuevo. Una sonrisa, una sonrisa llena de paz, de una serenidad que sólo la tienen aquellos que se han librado de la esclavitud de la vida, podían dirigir.

-Bien entonces. ¿Qué hacemos ahora?






FiN

jueves, 8 de abril de 2010

Las Máscaras de Alicia (parte cuarta y penúltima)






Algo en lo cual ella tenía toda la razón era en que mis nervios estaban ya rotos. Al volver a casa miraba para todos lados, imaginando una mirada furtiva esconderse en cualquier recodo. Alguien que me incriminara por dejar morir a mi progenitor. Alguien que clamara por la culpabilidad de sentirme bien por ello…
Ya habiendo traspuesto la entrada a mi hogar, lo primero que hice fue tomar de manera indolente el periódico empapado, limpiar de manera somera el piso y dejar remojando la alfombra donde el primer torrente de sangre había dejado huella. Antes de darme cuenta la noche ya había pasado. Deben haber sido horas tenebrosas, aunque no las puedo recordar bien, entre tanto tráfago, yendo y viniendo, limpiando, sonriendo de manera extraña, borrando las señales del crimen que me había hecho libre.
Sólo cuando parecía que ya estaba terminando, la sensación corpórea regresó a mí. Sentí una combinación de ansiedad, hambre y sed, que sólo algo calmaba. Fue por eso que me dirigí a la cocina, y preparando una taza de café humeante, y habiendo colocado la caldera al fuego, me percaté de que el refrigerador estaba entrecerrado. No entendí en ese momento cómo es que no pude sentir la pestilencia que provenía de aquél. Mi corazón casi se detuvo, haciendo un coro a mis pasos, que se acercaron con lentitud hacia la puerta blanca. Sólo en el último momento percibí una ligera, casi imperceptible mancha rojiza pendiente del extremo de la puerta.
¿En serio era otra persona, aquella Alicia?
¿Por qué entonces me conocía tan bien?
¿Por qué iba a preocuparse acerca de mí, hasta de la menor minucia de mis problemas emocionales?
¿Por qué…?
No,… ya no iba a preguntármelo. Ya no deseaba pensar más. No quería que nada más penetrase en mi mente. Ya era suficiente. Ya no más.
No sé si habrá sido compostura o una señal más de enloquecimiento, pero para cuando el timbre volvió a sonar yo estaba rebuscando algo entre los diferentes platos y recipientes donde habían quedado los restos de mi padre. Al parecer La Otra no se había llevado lo que fuera mi progenitor, sino la comida que éste había llevado a casa. O al menos eso quise pensar… había otra idea en mí, pero ese no era el momento.
Cuando finalmente obtuve un tazón de plástico donde estaba algo que confirmaba que eso era mi padre, el timbre insistió. Di un respingo y al abrir la puerta Emily apareció con un rostro preocupado. Una vez más caía en cuenta del tiempo que había pasado.
-Me han contado de lo que ha pasado… pensé que ese hijo de puta te había hecho algo…
-…No… ¿cómo crees? Le he estado sacando su… -hice un gesto altivo con la mano y entonces nos miramos. Mi hermana mayor, casi… Si tan sólo hubiese podido saber un poco. Tal vez ella supiera desde cuándo estaba loca- che, mi viejo ha salido un buen rato. ¿Quieres huevear un poco?
-Jajaja, con gusto. Estaba podrida en mi casa.
La rutina fue la de siempre. Ella tenía consigo un ejemplar de ese libro tan infame, el temido y a la vez respetado Baldor, a la par de que yo había sacado conmigo la tabla ouija que me había comprado la navidad pasada no recuerdo bien dónde. Teníamos la extraña idea de que si llamábamos a un espíritu para que contestase nuestras preguntas, al momento de usar el libro ése, luego le sería más fácil comunicarse por medio de la tabla.
Una tijera y algo de equilibrio…
Ella y yo reíamos. Me sentía extraña, empero. No era sólo que había visto dos muertes ya, además de que una fuera mi propio padre. Era además, saber que estaba involucrada en ambas, sin saber aún en qué nivel.
Debe haber sido la tarde de un lunes,… sí, eso puedo creer…
Veía de manera casi piadosa el libro pendiente de las manos de Emily. La veía con piedad a ella. Eso no eran más que juegos de niños. Y fue recién en ese momento que comprendí lo que dijo Andrés esa noche perdida en el tiempo.
-¿Sabes qué?... -dije mirando directamente a los ojos de mi amiga- Esto no son más que huevadas…
-¿Ah?
-Estos jueguitos… Tú y yo nos hacemos a las oscuras con estas cojudeces… estamos tratando de invocar espíritus por puro juego… ¿Acaso estamos tratando de sólo evitar la mierda que es nuestra vida real?
-No se de qué me estás hablando… ¿Te ha vuelto a pegar tu viejo?
-¿A ti te han hecho caso los tuyos? ¿Te han mirado siquiera? A que en tu casa ni sabían de tu tocada del sábado…
-Tranquila… si quieres me voy nomás. No te quiero meter en problemas con tu viejo. Parece que se ha puesto peor…
-¡Peor! Ja…. Ja… ¡jajajaja! ¿No quieres dejar de jugar? –Dije de pronto, alzando la vista. Mi voz ya no era la normal. Ya nunca más lo sería- ¿Quieres ver algo jodido, pero jodido…?
-Yo… ¡ey…!
-Tú nunca has sabido lo que se siente que alguien tenga todo su poder sobre ti. Alguien que en lo más profundo sólo te desprecia… ¿Sabes lo que es vivir pensando en que cada día podría reventarte a golpes por nada…? Y lo peor es que le debes respeto y deberes a esa persona… a esa piltrafa… ¡a ese montón de mierda! –Había arrastrado de la mano a mi amiga hacia la cocina y allí, mientras le gritaba señalaba hacia el refrigerador. Estaba totalmente azorada. Apenas si la veía. Tan sólo veía la oscura silueta de mi padre, los días en que me golpeaba por todo, por haber nacido.- Toda la vida he visto que alguien sin valor, alguien ruin y despreciable como él haya tenido todo el poder. ¿Yo qué le hice? ¡¿Nacer?! ¡¿No ser cómo él?! …Bueno… ya es tarde, pero puedo ser un poco como él, ¿sabes?... después de todo, puedo saber cómo es, de principio a fin… ¿lo quieres ver?
Abrí el refrigerador. Emily dio un respingo y empalideció. Sin embargo, el horror la plantó en su sitio, para que siguiera viendo.
-Ahora lo tengo por partes… je… -Saqué el plato de plástico y derramé su contenido en el mesón de un lado. Un ojo dio una vuelta completa y quedó mirando directamente donde mi amiga. Saqué del montón las orejas y las puse junto a éste. Entonces vi algo mejor. Definitivamente La Otra Alicia era una experta en lo que hacía. Había desollado la parte de los labios de mi padre, de una forma magnífica. Los labios seguían dibujándose en ese retazo de piel contraída, pálida y fría. Volví a sonreír.- De hecho, lo mejor es que puedo ser un poco como él,… mira –hice un ademán y me puse el trozo de piel a modo de barbijo. No sé cómo habrá sido mi imagen, con esa boca postiza, pero Emily exclamó algo como un pequeño grito- Ahora yo puedo ser quien mande… jejeje… jejejeje...
Fue allí que Emily no aguantó más. No dio un solo grito, ni una exclamación. Tan sólo salió despedida. Escuché el portazo cuando hubo huido, y yo caí de rodillas al piso, riendo quedamente aún. Quisiera dejar de recordar eso al menos. El olor de la sangre fría en mi boca. La sensación de tener a mi padre tan cerca, aún…
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La tarde siguió transcurriendo y el abrazo del crepúsculo llegó hasta mí en la misma posición de siempre. Sentada ante la nada, con la sala revuelta, sólo que algo había cambiado. Por vez primera esa sensación de tranquilidad tuvo una razón de ser. Y eso pese a que seguía manteniendo esa horrenda máscara en mi faz. Luego de un buen rato me la quité. La coloqué sobre la mesa y la contemplé un momento largo.

-¿Sólo la boca? Eres tan extraña…
Levanté la vista. Aquellas palabras venían de esa figura que ya no quería volver a ver. Una capucha, un solo ojo de mirar afiebrado y una cabellera negra sobresaliendo de uno y cubriendo el otro. Una pose encorvada y una sonrisa imposible de definir.
-¿Por qué extraña? Han matado a mi padre y yo soy feliz… ¿Es por eso?
-No. Me refiero a que conserves sólo esa parte. No le veo un motivo.
-Nada que ver. Lo demás está ahí en la cocina, donde lo guardaste…
-Yo no guardé nada, pequeña Alicia. Tú eres quien se ha encargado de todo. Yo no he tenido que hacer nada.
-¡¿Quieres parar con eso ya?! Si estoy loca y sólo yo te veo… ¡mejor me dices! ¡¡No me importa el acabar loca, pero quiero saber si ya lo estoy!!
-Qué simple eres… ¿Sigues teniéndole miedo a que alguien te castigue?
-¡Claro! ¡¿No ves lo que hemos hecho?!
-Ya te lo dije. Yo no hice nada. De todo te has encargado tú…
-¡Basta! –recién en ese momento me incorporé. Ella, que estaba sentada en el apoyabrazos del sillón, me miró sin cambiar su expresión. Yo me acerqué tanto como pude, casi hasta rozar su boca con la mía.- ¡¡Desaparece de una vez!! ¡¡Mi vida estaba bien sin ti!! ¡¡Desaparece, mierda!!
Hice el ademán de levantar un brazo, como si fuese a golpearla. Dios, lo habría hecho, sino hubiese tenido aún el temor de lanzar el golpe y encontrarme con que no había nada allí. Creo que fue mejor que ella resoplara y me contestara, en un tono que hizo detener no sólo mi movimiento, sino incluso los latidos de mi corazón.
-¡¿He hecho todo esto para protegerte y así me agradeces?! ¡Niña estúpida! –Se levantó- Me he esforzado en ti y ahora resulta que no eres más que una cobarde hipócrita… ¿No acabas de entender, imbécil? ¡¡Tu viejo era un sujeto malnacido, un absoluto despojo de persona!! ¿Acaso debes preocuparte porque se haya muerto? ¿Entiendes o no que ya eres libre? ¿Para qué estás guardando esta máscara?
-Yo… yo…
-Claro, debería saberlo… olvidé por un segundo que yo soy tú, y que tú no eres nadie. A ver… ¿así te la pones? –Colocó la máscara en la misma posición que yo la tenía. El trozo de piel, ya no tan frío, tenía algunos segmentos pegajosos por la sangre, de modo que quedó colgando de su boca. No me figuré que la imagen sería tan horrenda…- ¿Piensas que con esto hablas como tu padre? ¿Con autoridad, sin que nadie pueda contrariarte?
-…Sí… creo que es eso…
-Mhhh… Puede que por un tiempo la necesites. Sólo que... hay algo que debes hacer todavía para ganarte tu libertad… debes demostrarme que la mereces… acércate… ven conmigo…
Di unos pasos y cuando estuve cerca, me apretujó con fuerza y susurró unas palabras a mi oído. Aún después de todo lo que había ocurrido, no pude evitar horrorizarme. Obviamente ella lo notó, pues me miró, entre divertida y expectante.
-Yo… no puedo hacer eso… no… No puedes obligarme…
-De acuerdo. No puedo obligarte… Pero tú sabes que no puedo faltar a mi deber, ¿no? –asentí. Ella se acercó. Sólo así pude notar que tenía mi misma estatura- Sabes que si alguien destrozado, sin libertad, está ante mí… yo debo liberarlo… Decide. Lo haces tú o lo hago yo. Y si lo hago yo, tú tendrás que ser la siguiente, porque no me habrás demostrado tu valor. No me habrás demostrado que valía la pena ser libre…
La Otra Alicia me dio la espalda y se dirigió con paso lento hacia la puerta. Hizo un gesto enigmático cuando la traspuso, y luego, sólo quedé yo, sola, inmersa en la oscuridad, con un crepúsculo de nunca acabar, hiriéndome todavía, hiriéndome como todo el mundo lo hacía porque no quería liberarme.
Y lo peor es que sí tenía que hacerlo…
Pobre Emily… todo dependía de ella.
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Frío martes. Frío mundo, mudo también, pues nada en él me decía ya algo. Mi uniforme escolar parecía tan sólo una enseña. Un disfraz ridículo que trataba de imitar años donde aún tenía una vida. Donde todavía estaba esclavizada y sojuzgada.
Muy a lo lejos, en la entrada a mi escuela, pude ver a Emily. Su silueta imponente era como siempre lo había sido, excepto por un par de detalles. Para empezar, la clásica comitiva de amigas que la acompañaban siempre ya no estaba ahí. Para terminar, estaba la expresión que adquirió cuando me vio llegar.
Seguía ese aire de hermana mayor. Sólo que también había miedo en ella, pese a la expresión resuelta de su mirada.
-Alicia…
-Emily
-¿Qué fue lo que pasó ahí, amiga…?
-¿Dónde? ¿En mi casa?
-Claro, dónde si no…
-Muchas cosas. Necesarias, supongo…
-Creo que te entiendo. ¿Sabes? Un par de veces llegué a ver las heridas que tenías en la espalda, o que sobresalían por tu cuello.
-No hables de eso.
-¿Cómo no voy a hacerlo?.. Yo… tan sólo quiero decirte que comprendo lo que ha pasado. El mundo no es como debería. Ahora podría reprocharte muchas cosas, pero sería injusto. Terriblemente injusto.
-¿No lo vas a hacer?
-No podría. Él se lo merecía. Lo que hayas hecho, se lo merecía. Pero… ya no importa. Yo te ayudaré, hermanita... Yo te ayudaré… tenemos que limpiar eso… y de protegerte,… podemos hacerlo todavía.
Yo miré a mi amiga. Apenas si entendía lo que me decía. Escucharla así, con ese tono cálido, con ese cariño que siempre me había tenido, me llenaba de más miedo. ¿Cómo podría cumplir mi misión? ¿Cómo iba a liberarla a ella? Es decir, era una chica fuerte, capaz de sobrevivir a todo, capaz de ayudar a alguien como yo. ¿De qué había que librarla?
Pero al final, dejé que el destino trabajara en ello. Tan sólo me dejé llevar y por un segundo extraño volvía a mi infancia, antes de que Yo, o mejor dicho, La Otra, se inmiscuyera en mi vida torturada.
Y así, admití el abrazo de Emily, sintiéndome feliz, como debía ser. Los días correrían. Yo ya sabría cómo buscar su opresión, y su libertad. No iba a ser en vano que la quería…

Esa misma tarde ella me acompañó a casa. Ambas, con temor, fuimos a ver lo que estaba en el refrigerador. Teníamos que deshacernos de lo que quedaba de mi padre. El que estuviese vacío, y yo no recordase haberme desecho de los restos, ella lo atribuyó a mi extremo nerviosismo. Creo que yo también. No quería pensar otra vez en la posibilidad de que yo estaba haciendo todo pese a que no lo recordaba.



-¿Quieres que nos veamos el viernes por la noche? –pregunté al día siguiente. Emily me miró extrañada, antes de replicar.
-¿Crees que sea bueno en estos días?
-Es mejor que nunca. Necesito que me protejas, y así me siento más segura. Estando solo contigo…
-Está bien… creo que nos hará olvidar algunas cosas.
-Sí, eso espero.

Si rememorara escenas del resto ésa última semana, sería como hablar de otros tiempos. Definitivamente Emily era la mejor persona que jamás conocí. Ella me protegió en todo momento. No se separaba de mí sino hasta que era inevitable. Iba junto a mí a casa. Me proveyó de un poco de comida, y además, trató de hacer que yo olvidase las sombras de lo sucedido en esos días. Nada más que eso hubiese querido yo. Nada más. Ojalá hubiese sido al menos lo único que consiguiese.

El viernes fue un día largo, de un anochecer lento. Algunas nubes ya acosaban el cielo, haciendo brechas muy esporádicas para que la luz de la luna llena llegase incluso hasta nosotros, en nuestro refugio.
Tras recitar un par de salmodias de in ridículo libraco de magia negra, ambas reímos a voz queda, y ella me tomó del hombro.
Con soltura, con inocencia nada más, me dijo:
-Y pensar que ese maricón del Andrés quería meterse con nosotras esa noche. El muy cojudo ni va a volver al colegio, parece…
-Ése imbécil… Debe haberse muerto…
-Qué jodido,… yo creo que debe estar lloriqueando en su casa porque le cambien de colegio. Es un mimado de porquería… Sus viejos son como los míos, pero con quivos…
-¿Cómo tus padres?
-Como mi familia en realidad… sabes que los muy tarados ni se enteran de lo que hago… a veces pienso que estaría mejor sin ellos.
-… ¿Eso crees?...
Desde que ella había nombrado a sus padres, una sensación como de cosquilleo llegó a mi cabeza, internándose muy profundamente. Creo que hizo un coro extraño con la luz pálida y fría de la luna que se levantaba lozana. Puse mis manos en mi frente y bajé la cabeza, adolorida.
-¿Alicia? ¿Qué te pasa?
-Nada… estoy… tan sólo pensando en algo…
-¿Te sientes mal?
Ya no respondí. Éste es el punto cuando mis recuerdos se truncan. Es ahí donde debo haber perdido finalmente a los lazos que ataban mi cordura. ¿O habrá sido antes? Ojalá alguien me pudiese decir desde cuándo estaba loca.
Y mi cabello, sacudido, cayó sobre un lado, cubriéndome un ojo. Y la luz blanquecina me convirtió en el espectro que me hizo libre, privándome de mi vida.
Entonces Emily pegó un respingo. Yo no pude reaccionar, ensimismada como estaba. Tan sólo sentí cuando el estilete se apretaba contra mi cuello.
-Ahora sí, perra… me vas a decir qué estaba ahí ese día…
La voz cascada de Andrés se oía entre cansada y dolorida. Cuánto tiempo nos habrá estado esperando en ese sitio para poder atacarme. Sentí un poco de lástima por él, escuchando su respirar pesado.
-¡Maldito cabrón! ¡¡Mejor sueltas eso o te reviento los huevos!!
Ah, Emily, la siempre dulce Emily. También sentí lástima porque ya tenía una idea vaga de lo que debía hacer con ella. Así fue que sólo miré hacia sus ojos, cuando mis movimientos, rápidos y certeros, atenazaron la mano que sostenía el estilete, y clavaron mi pulgar con brutalidad, haciendo estallar uno de los globos oculares del chico que un día me había gustado. Todo en un solo gesto.
Andrés casi ni pudo gritar. Tan sólo lanzó un gemido apagado y se retorció dolorosamente.
Sostuve el estilete, y jugueteando con él, miré a mi horrorizada compañera. Sabía de memoria lo que tenía que decirle.

Mira bien a este idiota –dije, ondeando el estilete- hace un tiempo él sufrió por un error del destino que le ha costado todo su futuro. De ahora en más él será sólo un pedazo de basura para todos lo s que la rodean, no sólo para los que saben lo que ha pasado, sino para todos, porque los imbéciles de sus padres no entenderán jamás lo que le sucedió. Además, quién sabe cuánto tardará la locura en sumergirlo por completo. Cuando germine este sentimiento, podrá acabar con su vida, o quizá busque una salida más cobarde, que sería aplacar sus sentimientos con alguien más. Sabes a lo que me refiero, ¿no? En ese caso no tardará en meterse en problemas mucho peores que los que le ha deparado el destino, y puede que sea culpable de alguna cosa… muy fea. Mira nomás lo que intentó hacer ahora…
Emily me miraba sin decir palabra. ¿Quién era esta mujer, al cabo?
-O sea, tenemos a un joven que en lugar de apoyo sólo ha encontrado supresión y condescendencia. Tenemos a alguien, que incluso en la peor circunstancia es un inocente, pero que ya no tiene esperanza para un futuro. Es triste, pero hay algo que todavía se puede hacer por él. Hay una forma de ayudarlo.
“¿Quieres ver cómo podemos ayudarlo? ¿Qué podemos hacer por él?
Emily ni siquiera pudo replicar. No quiso o no pudo mirar la trayectoria de la hoja mellada y delgada que hundí con fuerza en el cuello de Andrés. El chico se retorció con más fuerza aún, mientras la hoja cercenaba con lentitud su faringe y brotaba de nuevo por fuera. No pude evitarlo, yo era una novata,… o quizá estaba todavía recordando bien…
Emily no gritó. No me detuvo. No se movió sino cuando no pudo soportar más y su cuerpo cayó a un lado desarticulado, ya inconsciente por tanta impresión.
Mejor así. No quería explicarle lo que iba a hacerle. No era tiempo aún…
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sábado, 27 de febrero de 2010

Las Máscaras de Alicia (Parte tercera)









Ésa es tu amiga, ¿no?
-Era. La muy perra me abandonó esa vez… cuando te conocí.
-No deberías decirle así…
-¿Y por qué no? Si decía que me protegía, me trataba de hermanita y todo, y al final me manda a la mierda…
-¿Te ha pedido disculpas?
-Pues… sí… lo ha intentado, pero…
-Eso significa que comprende las consecuencias de lo que hizo. Mira, alguien puede ceder en un momento dado, incluso fallar, pero está en lo más profundo de uno el admitir un error, y más aún, arrepentirse de ello.
-¿Y qué con eso?
-Que no te debería resultar tan fácil juzgarla. Por un segundo piensa cómo se sintió ese momento. Cómo se sentirá ahora. Yo la veo triste, ¿acaso tú no?
-… Puede ser… Eso me hace recuerdo, Alicia, ese día,… ¿cómo llegué a tu…?
Me volteé para dirigir la última pregunta y ésta quedó colgando de la nada. La Otra había desaparecido y tan sólo estaba la calle gris que me llevaba al colegio. Al parecer Emily también había decidido llegar temprano, y cuando me acerqué, éramos tan sólo ella y yo, como en los viejos tiempos.
-¿Hola… también te putearon en tu casa y te estás escapando? –pregunté llegando a su lado.
-… Nada de eso, niña. Los cabrones de mis viejos prestan atención cuando son las notas nomás.
-Jajaja, por lo menos no se fijan, tanto, pero tanto, que te golpean casi todos los días…
-Jejejeje, qué negro… Vos y tus chistes de mal gusto…
-Emhhh… ¿Me vas a volver a pedir disculpas?
-¿Para qué? Si ya me estás hablando…
-Perra….

Así fue como decidimos olvidar lo que había pasado ese día. Someramente, ella me contó algo acerca de Andrés, cómo su familia luego había hecho un escándalo para con la de mi amiga, y luego de que ambas viejas se gritaran como estúpidas, el asunto terminó en nada, y el niño mimado tan sólo no regresó al colegio porque había usado la mala experiencia como excusa. Ambas nos encogimos de hombros, y luego de que ese día pasara, al siguiente, ella vino toda emocionada hacia mí y me extendió un papel un poco desgastado y de pésima calidad. Casi sabía de memoria lo que iba a leer. En palabras melifluas y vanamente agresivas, la banda de mi amiga una vez más trataba de parecer rebelde y malosa. Yo sonreí para mí. Los subordinados de Emily tocaban bien nomás, después de todo, y hasta una ignorante como yo veía eso. No me iba a perder ese concierto. Creo que fue la mejor señal de reconciliación que pudimos tener. Qué mejor manera de celebrar que las cosas habían do bien, después de todo. Sí… al fin y al cabo no la había perdido a ella, y además tenía esta nueva extraña amiga…

¿Y si?

-Emily… he conocido a alguien el otro día…
-Ésta chequeadora… ¿ahora quién te gusta?
-¡Cojuda! Es una amiga que conocí ese día…
-Ah, bien… pues… ¿por qué no la llevas a la tocada? Así me haces más barra…
-Mhhh… Puede ser, puede ser…
Ese día la salida estaba poblada de una luz cálida, como si la primavera extrañamente se hubiese ido adelantando. Emily se despidió de mí efusivamente y corrió hacia su ensayo llevando consigo esa guitarra que otrora tanto le envidiara. Mi amiga era alguien en quien podía confiar. Al fin y al cabo, La Otra había tenido razón en ello. Un lazo de amistad no se rompe con tanta facilidad.
La Otra Alicia… empezaba a preguntarme cómo rayos le haría para avisarle acerca del concierto, que caí e cuenta que tal vez sería incluso peligroso ponerla en contacto de más gente. ¿Qué sabía de ella, al cabo? Era una muy buena consejera, una persona también en quien confiar, pero de las veces que nos habíamos visto, lo que más recordaba era que asesinó a una chica frente a mí, y que tal vez incluso haya comido una parte de esa víctima… ¿No le daría por liquidar a alguien durante la tocada? Sabía que esa gentuza no suele estar muy atenta a sí misma y que luego alguien termine siendo carneado sería un problema, y uno serio…
-¿En qué piensas con tanta intensidad?
-… En canibalismo… eh…. ¡ah!
Acababa de replicar sin pensar, y al abandonar mi concentración el susto casi me hizo caer de espaldas. Dejé de mirar el suelo y al levantar la mirada, estaba ella, otra vez aparecida de la nada. Y ahora estaba justo a la puerta de mi casa, con las manos en los bolsillos y recamada pacientemente en la puerta.
-¡¿Qué estás haciendo aquí?! –pregunté nerviosamente. Lo último que quería era que mi viejo la viese a ella.
-¿Qué? ¿No puedo visitar a mi mejor amiga?
-… ¿Tu mejor amiga?
-¿Qué?, ¿Te avergüenza?
-No… es que yo…
-Bueno, ya que no entonces dame algo de comer. Muero de hambre.
-Ya. Pero te vas rápido… No quiero líos con mi viejo, ¿si? –esto último lo decía estando ya ambas en la sala. Yo husmeaba el refrigerador de mi papá (que él siempre me había dejado en claro que esa casa y sus cosas eran “de él” y nada mío), cada segundo me ponía más nerviosa. La última paliza, luego del incidente en el bosquecillo, aún mostraba sus secuelas. Claro, algunas marcas en mi espalda y en mis brazos. Pero no me lo quitaba de la cabeza. Siempre creí que me merecía todo eso. Por haber arruinado la vida de mi papá. Por no ser lo que él quería.
-A ver,… apresuremos las cosas... te tardas demasiado. Algo como comer no debería ser tan complicado, ¿sabes?
-¿Qué carajo haces?
-Preparo algo rápido… lo que no puedes hacer tú…
Mientras cavilaba en mí, la Otra habíase acercado al mesón de la cocina, y sin dudar, untaba una cantidad apreciable de kétchup en un pan que había horadado con las manos. Una vez hubo rellenado una cantidad apreciable, sin dudar fue comiéndoselo. Entre la perplejidad de mi mirada también se entrevió un diminuto escalofrío, quizá producido porque la imagen de la sustancia roja brotando del pan se me hacía algo… conmemorativa.
¿Acaso cada vez que nos viéramos iba a ser derramado algo rojizo y pastoso? Algo me decía que iba a volver a ver esas mismas manchas en sus labios, pronto.
-¿Qué tanto me miras? ¿No vas a comer?
-Emmhhhh… mejor no. No tengo hambre. ¿Cuánto rato te vas a quedar?
El kétchup seguía derramándose de a poco.
-En serio estás apresurada porque me vaya, ¿no? ¿Tanto miedo le tienes a ese viejo infeliz?
-¡No has visto lo que hace…! Yo… yo no quiero problemas… no más…
-No deberías no sólo no querer los problemas. No deberías tenerles miedo. En última instancia, aquello que te causa problemas debiera desaparecer. Es el mejor modo de vivir, créeme.
-¿Y cómo me deshago de mis problemas? Estoy changa todavía… Recién saliendo de colegio me voy a poder ir de esta casa.
-No te dije que huyeras. Te dije… -la mirada de ella iba poniéndose más y más siniestra. Justo en ese momento volvió a tomar en sus manos el cuchillo con el que cortara el pan y lo blandió, amenazante, demoníaca casi, ante mí- Te dije que lo que te causa problemas debiera desaparecer…
Estaba aún yo, pasmada, intentando comprender lo que quería decirme, cuando la puerta de metal resonó con fuerza. Mi viejo. Y ella seguía en su casa.


-Mierda… escóndete… haz algo. No te tiene que ver aquí…
-Bah… dale, sigue viviendo en temor, niña.
-¡Pero ya! ¡Escóndete!
-Bueno… ¿dónde es tu cuarto?
-Es allá, asando el pasillo. Mira, voy a ir a atenderlo a mi viejo y tú te vas ahí y me esperas, ¿ya?
-Sabes que voy a hurgar tus cosas…
-¡Sólo vete!
Creo que luego mi viejo me soltó un bofetón o algo así, después de ver el desastre que estaba en la cocina, pero a mucho más no pasó. Estaba un tanto mareado y eso me beneficiaba, pues le bastaba con comer algo y luego dormiría hasta el día siguiente.
Sólo después de un rato de duda me dirigí a mi cuarto. La sensación de temor no desaparecía tan fácilmente. ¿Qué quería decirme ella?
¿Deshacerme de mis problemas?
¿De mi padre?
Pero, aunque quise preguntárselo, quitarme la incertidumbre… al llegar a mi habitación ya no había nadie. Busqué por todas partes, bajo mi cama, detrás de la cortina, en mi ropero incluso.
Nada.
Lo único que me quedó fue mucho para pensar esa noche. Y encima no le había podido decir de la tocada.
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El sábado llegó rápidamente. No volví a ver a la Otra durante todos esos días, y pese a todo, eso me tranquilizaba mucho. Cuando llegué al antro donde Emily tocaría, pues… creo que durante un buen rato me sentía joven de nuevo. Niña, incluso. Ese tipo de reunión social de estereotipos tenía ese poder sobre mí. Desde antes, a las pocas tocadas que iba las veía como si fuese a una guardería a jugar con pelotas de colores en una piscina. El tráfago brutal era sólo un juego, y la banda venía a ser el ambiente del parque. Poco me importaba el que algunos asquerosos ebrios alguna vez hubiesen intentado abalanzarse sobre mí. Era fácil evitarlos, y a la postre, parecía parte del juego.
Apenas si pude dirigirle un saludo a mi amiga. Ella andaba ocupada consiguiendo que el sonido se oyese bien, y arreando a su baterista, que tenía más ganas de embriagarse que de prepararse para el concierto. Mientras, la primera banda iba tocando. Su estilo era un death metal más bien mediocre… por redundante que suene eso. Fue allí, mientras me distraía mirando a los chiquillos que se entornaban contra el escenario, que divisé una silueta que se me hizo familiar.
Esa pinta desgarbada, ese porte enfermizo, la estatura más bien elevada, y más que nada, el peinado.
Allí estaba Andrés.
Momento… ¿le tenía miedo a volver al colegio y sin embargo se hacía presente en un conciertucho de poca monta? Bueno, no tenía mucha lógica, a menos que consideremos que el chico era en extremo mimado. Sentí un poco de rabia al verlo, así, despreocupado, como si nada hubiera pasado. Luego de esa mañana en el bosquecillo él habría regresado a casa y sus padres lo habrán mimado ridículamente, pensando en si no terminaría como su cobarde hermano. Y yo… yo regresé a casa luego de casi morir, para que el bastardo de mi padre me golpeara a su antojo, sin siquiera preguntarme antes si estaba bien…
La banda de Emily comenzó. Era lo de siempre. Su hardcore metal juvenil y plagado de mensajes revolucionarios. Sus letras decían mucho, mucho sobre la conciencia que deberían adquirir nuestras juventudes, en contra de los prejuicios, de la influencia nociva de las generaciones anteriores. Hablaba de la mierda que es el mundo, y yo, mirando hacia el chico que me había abandonado a un destino que podría haber sido mortal, mientras él hacía un mosh des estresante y juguetón, yo me di cuenta cuánta razón tenía. Lo poco que se conoce del mundo es en su mayoría hipocresía sin valor.
Pero igualmente iba a aprovechar el ambiente. Esquivé un par de codazos con presteza, y cuando estuve cerca, él aún no me había notado. Y no lo hizo sino hasta que levanté mi puño en vilo y lo estrellé con brutalidad contra su nuca.
El muy infeliz se encogió un poco y luego, a medias sonriendo volteó. Sin embargo, cuando me tuvo en su línea de visión todo cambió bruscamente. El desenfado que había visto en sus ojos hacía unos minutos nada más desapareció por completo. La mirada que me dio infundió miedo en mí, no puedo negarlo. Parecía un animal apaleado, rabioso, a punto de lanzarse contra sus torturadores.
Y así, con los ojos inyectados en sangre, él usó toda su fuerza bruta (que sí tenía, al cabo), y de un empujón me lanzó al suelo, con él sobre mí.
-¡¿Dónde carajo estabas?! ¡¡¡¿Cómo saliste de ahí?!!!
-No te entiendo… suéltame, cabrón…
-Ese día… deberías haber muerto… mi hermano,… él…
Algo de saliva correaba, como dibujando espumarajos, desde las fauces de mi atacante. A todas luces, esto parecería sólo el asedio de un borracho en medio del mosh. La gente alrededor nos miró un instante nada más para luego continuar con la confusión.
-… Mi hermano… nunca me contó… tú… dime… ¿qué había ahí dentro? ¡¿Qué había?!
-No sé… ya quítate... Me estás lastimando…
-¡¡¿Qué mierda me importa?!! Quiero saber qué estaba en ese lugar… ¿Qué lo cagó a mi hermano? ¡¡¿Qué era?!!
El aliento de Andrés y su misma presión comenzaban a sofocarme. Su aire enloquecido no disminuía. Sus rodillas estaban bien emplazadas sobre mis hombros, tanto que mis huesos comenzaban a resentirse Nunca fui una chica vigorosa, ý no podía aguantar algo así.
Fue por eso doblemente un alivio cuando algo golpeó con salvajismo la cabeza de Andrés, lanzándolo hacia un lado. Vi vagamente una sombra que iba tras él y de un solo empujón, incluso pasando a través del resto de la gente, lo estrellaba atrás, contra el bar…
-Te me vuelves a acercar y te saco la piel a pedazos, hijo de puta…
Esa helada voz ya la había escuchado. Antes, alguna vez me otorgó paz, me reconfortó. Me enseñó a darle valor a una muerte.
Allí estaba La Otra. Y una vez más, todo se lo debía a ella.
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De lo que siguió, esa noche, no puedo recordar mucho. El ataque del chico me había afectado más de lo que parecía. Mi mente estaba un poco nublada. Habrá sido la mezcla del miedo, el estrés de todos esos días, y quién sabe qué más… El infeliz pudo escapar, y apenas lo hizo, La Otra me levantó con un gesto tierno pero nervioso, y de la misma forma, me indicó que la siguiese.
Nuestra caminata fue larga, y yo volví a hablar sólo cuando vi que íbamos internándonos más allá de la ex terminal de trenes.
-Esperá… ¿Adónde estamos yendo?
-A mi casa, ¿dónde más?
-… No… ahora no vamos a entrar al bosquecillo… es de noche…
-Ay, por favor… ¿Qué dices? Es mi CASA… no va a pasar nada. Ahí vas a estar más segura que acá afuera.
-Pero el imbécil ya se ha ido… no hay porqué…
-Shhh… Conozco a los de su ralea. Ese cojudo ya tiene el seso frito. No te va a dejar en paz. No quiero esperar a que aparezca de la nada en tu casa y te esté haciendo algo.
-Pero… entonces… él sólo quiere saber qué había ahí en tu casa… ¿por qué no me dices? Con eso creo que lo puedo dejar tranquilo…
Las sombras de los primeros árboles nos cubrieron, y de pronto, ya no pude ver su rostro, oculto como siempre, debajo de esa capucha, ahora, más cobijado que nunca, con una sombra más grande, la de la noche, sobre ambas.
-Te lo diría… -replicó, en un tono que nunca le había escuchado. Su voz sonaba como un eco distante- sí, te lo diría, pero… ahora no voy a poder.
-Pero… ¿Por qué?
-Porque estás durmiéndote, mi querida Alicia…
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Extraños sueños entretejiéndose, formando un lienzo de consistencia incomprensible, plagado de voces venidas de sitios incognoscibles, de hoyos profundos en lo recóndito, allá donde la conciencia huye, donde quedan sólo cadáveres de cordura. Sueños fragmentados, dotados de maldiciones innominables. Pesadillas, de aquellas que se extrañan cuando uno recobra la visión del mundo vigil.

Al despertar, otra vez observé el ya conocido panorama. Un pastizal bajo, ralo y demacrado. En lo alto esos troncos delgados y enjutos, y el aire de ese amarillo macilento.
Mis pies estaban muy adoloridos. Mi cuerpo entero tenía reflejos de cansancio terribles. Pero, aún a pesar de ello, no pude evitar dar una mirada alrededor. Más allá, mucho más lejos, creí reconocer la silueta borrosa de esas tumbas que señalaban la proximidad de la casa de mi captora-rescatadora.
Al final, sólo me quedó un suspiro pesado, y la conciencia de que debía volver a casa, y más aún, de que me iba a ir mal allá.
Y de qué forma…
Nunca había visto a mi viejo tan furioso. Bramaba al tiempo que tomaba ese maldito cinturón de siempre y o azotaba contra mi espalda. Oí las palabras clásicas.
Escuché de nuevo, cuán desgraciada era la vida de mi padre porque yo nomás le había quedado. Lo poco que valía su hija. Que estaría mejor con mi hermano. Que debería haberme muerto nomás, después de nacer. Por milésima vez debí reconocer la frase ésa.
“Tu madre te debería haber abortado, carajo”
Creo que la paliza duró hasta entrada la tarde. Él sólo se detuvo porque tenía que salir.
Luego me quedó la rutina de siempre. Ponerme ropa holgada, lo más posible, para evitar roces con las heridas. Prepararme un poco de café, que extrañamente me daba una sensación de alivio, y al final, tomarlo en mi sala, con la vista hacia la nada.
En esos momentos, yo solía meditar en silencio sobre todo lo que mi padre decía cuando me golpeaba. Casi, casi siempre, terminaba llorando, pensando en que tenía razón. Después de todo, si mi madre no me quiso consigo, y ahora que estaba con él, él tampoco me quería, entonces ¿para qué estar en el mundo? ¿Para qué había nacido?
Sólo que, esta vez, mi silencio fue más penetrante. Mis pensamientos no fueron tan oscuros. Tan sólo fueron… extraños. Estaba más el espejismo del recuerdo de mis sueños. Y más incluso, una sensación de alivio, porque sabía que en alguna parte, una criatura extraña e incomprensible se preocupaba por mí. Me había metido en problemas, por segunda vez, pero…
El timbre sonó.
Salí de mi ensimismamiento rápido. Podría ser mi padre, que volvía más temprano. Enjugué con rapidez mis lágrimas y me abalancé sobre la puerta.
-Hola. –Dijo en un tono natural, La Otra, la Alicia del bosquecillo- ¿Qué tal dormiste?
-Yo…
-¿En lo que piensas me dejas pasar? Tengo hambre…
No pude replicar nada. No la pude detener. Ella fue a paso rápido hacia mi cocina y al cabo de un rato nada más regresó con otra vez el pan lleno de kétchup.
-¡Qué bien! ¿Puedo? –preguntó al tiempo que sin esperar a mi respuesta tomaba la taza donde estaba mi café y tomaba casi todo de un tirón- Esto siempre me tranquiliza… ¿sabes?
-… ¡¿Qué estás haciendo aquí?! ¡Esta mañana ya me he hecho pegar con mi viejo por tu culpa!
-¿Crees que no lo sé? –dijo ella, aún sin mostrar signos de preocupación- No habría venido si no estuvieses en problemas que no puedes, o no quieres resolver, como siempre…
-¡¿Qué?!
-Mírate, mira el estado deplorable en el que estás… tu pose encorvada por las heridas, tu mirada preocupada y vacía,… el mismo tono de tu voz, débil de convicciones… eres frágil y todos a tu alrededor han aprovechado eso… eres una víctima que goza viviendo como tal…
-Deja de joder con esas cosas… ahora no es momento…
-…¡¿Cómo que no es momento?! ¡¡Anoche tu vida estuvo en riesgo y a ese malnacido que llamas padre ni siquiera le importó saber eso!! ¡Sabes tan bien como yo que te golpeó porque anoche no había quién le sirva su comida de mierda!!
Al proferir estos últimos gritos, la mirada del ojo único que me mostraba esta mujer se hizo cristalina, casi de hielo mismo. Todos los nervios de mi cuerpo reverberaron, como si la misma ira que ella sentía fluyera en mí. Cerré un poco mi puño derecho, presa de una indignación que antes jamás creía capaz en mí. Apreté los dientes con fuerza y bajando la cabeza, derramé un par de lágrimas.
-Ya estás bajando la cabeza de nuevo… creo que vas a tener que conocer tu lugar en el mundo por las malas…

Hubo un sonido en la puerta de calle.

-¡Alicia!

-¡Es mi viejo! ¡Escóndete rápido!...
-…Por las malas entonces…
-¡Ya pues!... ¡vete!...
La Otra dio un pequeño saltito hacia atrás del sillón y se esfumó hacia los pasillos de atrás en un parpadeo. Yo tomé la taza como si la estuviese recogiendo, y entonces llegó ese hombre.
-¿Dónde estás? ¡Tanto te grito para que me ayudes con esto en la entrada y ni apareces! –mi viejo llevaba una bolsa negra, de ésas de basura, que parecía tener una carga pesada, de un olor penetrante. Claro, era sábado… Ese hombre tenía la costumbre de comprar provisiones al por mayor, y al parecer esa tarde la había aprovechado para hacer mercado y llevar carne, mucha carne a la casa.
Yo me abalancé sobre esa bolsa, y casi arrebatándosela de las manos, la llevé hacia la cocina.
-¡Prepará un café, ¿ya?!
Él se había aposentado del sillón donde segundos antes estuviese La Otra. Respiraba con pesadez, como todas las personas con sobrepeso. Yo me apresuré, llené de agua la caldera, y entonces recordé que La Otra había dejado su extraño sándwich en la misma mesa, frente a donde estaba mi padre. Encima de todo, no quería un puteo más por estar dejando comida por todos lados. Era algo inocente, pero hasta a eso le temí en ese momento. ¿Dónde estaba La Otra Alicia?...
-¿Qué mierda es esto? –dijo él en cuanto salí de la cocina. Sí, como cabe suponer, él había intentado darle una mordida al pan lleno de kétchup y la sensación posterior era bastante desagradable…
-…Es… no estaba encontrando nada en la cocina…
-No me jodas… ¡Te dejo el refri lleno para que no tengas que estar sonseando como siempre! ¡Te la pasas haciendo chistes cojudos como éste y encima te pierdes cada vez! ¡Ya me hartas! ¡Por qué nomás no te habrá llevado tu madre! ¡¡Esa cojuda debería haberme dejado a tu hermano!! ¡¡Él sí valía algo!! ¡¡Me he quedado con lo peor de la familia!!
Yo no escuchaba. Había quedado en mí, un poco del germen de rabia que me dejara la otra. Por eso quizá miraba de una manera distinta hacia ese sitio, donde ya no sólo estaba mi viejo, sino Ella también, que brotaba con sigilo, casi con apariencia cómica, desde atrás del sillón. Me miró con una sonrisa maliciosa, y entonces me mostró el cuchillo de cocina con el que había preparado ese sándwich. Lo señaló, y diciendo con los labios, como entendí, me dijo en tono cómico:
-…Más kétchup…
Sólo ahí recobré la conciencia. Mis ojos se desencajaron por el terror. Mi padre debió haber creído que estaba asustada por sus palabras. Gritaba más incluso, pero yo ya no oía nada. Sólo miraba la lenta trayectoria de la hoja ya manchada, hasta que chocó con la boca abierta de mi padre, haciendo restallar su lengua en una roja explosión, y con tanta fuerza que la punta del cuchillo brotó por debajo de la quijada.
Pero no murió de inmediato. El corte le quitó toda respuesta consciente, eso sí, especialmente debido al shock y a la pérdida tan repentina de tanta sangre. No me imagino cuánta habrá tragado… La Otra se recamó un poco más en el respaldo del sillón y con esa mirada demente, me dirigió un gesto extraño, y entonces, salvajemente, aplicó más presión sobre la bullente herida.
La cabeza del viejo, impelida por ese empujón, descendió hasta quedar mirando el suelo.
-Así ve el mundo tu hija… Siente cómo es mirar el piso... ¿entiendes lo que le has hecho?... viejo de mierda… ella merecía todo tu amor, no porque se lo tuviera que ganar, sino porque es parte de ti. No es tu derecho, ni tu obligación, sino tu deber el amarla. El tan sólo haber hecho que un minuto de su vida tuviese valor. Eres un pedazo de porquería… toda la frustración de tu fracasada vida se lo endilgaste a ella, a una chica tierna e inocente, que de no ser por ti habría sido luminosa y feliz…
¿Mi padre entendía algo? Yo lo escuché intentar lanzar un balbuceo, pero la carencia de lengua hacía imposible entender nada. Yo ya no tenía idea qué pensar, qué hacer…
-¿Vas por lo menos a pedirle disculpas antes de morir, cabrón?... Así creo que podría tenerle respeto a tu cadáver luego… -Silencio- ¿Nada? Bueno,… entonces creo que mejor aceleramos la cosa.
Ella casi se encimó en él, y haciendo una presión terrible, hizo que el cuchillo se rompiese en varios pedazos, al salir por un lado de la quijada, quebrándola ésta también y haciendo que el borbotear de sangre se hiciera un torrente.
Sólo entonces pude reaccionar. Como la vez anterior, a la luz de la masacre no me quedó más que lloriquear un poco, caer de rodillas y seguir mirando el cuerpo sin vida. Puse mi cabeza entre mis manos y comencé a temblar. Ella no me esperó. Apenas el cuerpo dejó completamente de moverse, se fue, y tras un trajín afanoso regresó con un atajo de periódicos, los que dispuso en el suelo, detrás del sillón. Jaló el cuerpo descoyuntado hacia ese lado. Fue una suerte que lo hiciera, porque así por lo menos sólo tuve que escuchar, no ver, cómo Ella iba extrayendo la carne del cadáver.
No sé cuánto habrá tardado. Imaginé cada movimiento, cada corte, cada extracción, cada limpieza de hueso. Sólo al final su silueta apareció de nuevo sobresaliendo del sillón, y sin mediar palabra alguna, me indicó que la siguiera. Ella llevaba esas dos bolsas negras. En una repicaban los huesos. En la otra, más voluminosa, estaría lo aprovechable del cuerpo… Ella era una figura extraña y de caminar desviado, seguida por una casi niña de mirar enjuto y de paso aún más temeroso. Debimos parecer escapadas de nuestra casa.
Así fue que fuimos remontando el camino de la autopista, rumbo a alguna entrada del bosquecillo. Yo no decía nada. Tan sólo observaba esas bolsas donde estaba lo que un día fuera mi padre. Observaba y tenía una sensación que me causaba repulsión. Una sensación, no sé si habrá sido de alivio, o mera tranquilidad, da igual, de todas formas me la reprochaba.
De pronto, ella se detuvo.
-¿Qué pasa? –pregunté.
-Pequeña Alicia, sabes cuál es mi misión, ¿no es así?
-Emmmhhh…
-Yo tan sólo quiero librar a aquellos inocentes del destino que sufren en el mundo. Ésta es la primera vez que asesino a un culpable por la misma razón. He hecho justicia,… pero mi víctima ahora era el culpable de todo… no puedo tenerle respeto. No puede estar en esas tumbas, las que he preparado para mis ángeles. De hecho, este montón de mierda no se merece reposar siquiera…
Y dichas estas palabras, ella cerró los ojos significativamente, y lanzó la bolsa de huesos hacia la vertiente del río. La bolsa desapareció en segundos, entre el agua sucia y los desperdicios.
Yo tan sólo miré la escena mientras un rictus de dolor me acompañaba. Tenía un poco de creencias hacia supersticiones comunes, y como cualquiera sabía que un espíritu que es llevado por las aguas nunca encuentra la paz. Ella debió notarlo, pues me dio la espalda, con un gesto de molestia, casi.
-Tienes los nervios demasiado rotos para acompañarme… mejor vuelves a tu casa.
-Yo…
-Vete. Ahora no quiero verte. No has podido siquiera agradecerme…



Continuará