viernes, 12 de febrero de 2010

Las máscaras de Alicia (parte primera)





En última instancia, debí haber sentido, un poco, siquiera un ligero estremecimiento, un asomo de la extraña sensación del asco, a la cual me había hecho foránea yo desde hace mucho. El ocaso quemaba todo como una cruel llamarada de olvido y mi mente volvió a días más felices, cuando no todo lo que tenía en el mundo tenía que ver con el pestilente hedor de la sangre, este dolor casi insoportable y estas tumbas, que ahora eran de mi creación. Quise olvidar a mi última víctima, pero el pensamiento sólo me trajo estos, mis últimos recuerdos.

Recuerdo aún los tiempos cuando yo asistía al colegio. No se puede decir que fuera una chica extraña. Ni raleada siquiera. Tenía una buena cantidad de amigas y creo que estuve a punto de tener un chico, cuando estaba allí en primero medio. Eso era todo, y si bien el colegio era cruel y nunca tenía mucho dinero, y hubiese querido siempre ser más bonita, no había muchos problemas en mi vida.
Creo, de hecho, que lo único que en verdad debía lamentar era tener un padre controlador y violento. A veces pensaba que no podía culparlo, después de todo, cuando se divorció, la maldita de mi madre se llevó a mi hermanito, y aunque mi viejo quiso pelear, a la larga sólo me dejaron a mí a su custodia. Justo a la hija que menos quería. Y encima iba a tener que llevarla él solo. Debe ser que yo fui un error. Tantas veces se me había dicho tal cosa. Tantas veces lo había pensado para mí misma, que creía ciertas estas palabras. Muchas veces, en la penumbra de mi habitación, mirando hacia la nada, pensaba en eso quedamente, y aunque al día siguiente asistiría de nuevo al colegio, y estaría sonriente como siempre, la idea no escapaba de mí, ni entonces.
Podía reír, chancearme y hasta intentar coquetear con cualquier chico, desentenderme de las malas notas, dejar ir y venir a mis amigas. Después de todo, ¿qué importancia tenía? Mi padre había sido claro al respecto:
“Sales de colegio y tienes que buscarte un esposo para que te mantenga. No me vas a estar trabajando. No están para eso las mujeres…”

Y poco menos de un año quedaba para que saliese de colegio. Sí. Había por ahí un chico que me gustaba. Creo que se llamaba Andrés o algo así, ya no lo recuerdo a cabalidad. De cualquier forma, no quería pensar en ello. Llenar a mi vacía vida con un macho, por favor…
De eso se ocupaba mi amiga, la Emily. Ella era la muestra de lo que yo quería ser. Era frívola, desobligada y su personalidad era radiante. Cada tarde podíamos verla saliendo con un chico diferente, y era algo así como la abeja reina para nosotras. Yo la seguía a todo lado y calculaba sus movimientos. Cómo volteaba su cabello cuando un chico le parecía interesante, cómo acercaba el celular con un gesto de amaneramiento exquisito, cómo su maquillaje agresivo resaltaba sus rasgos duros y de hembra fuerte. Sí. Yo quería ser como ella.
En esos días el otoño estaba terminando. Apenas iban pasando los días después del 21 de septiembre y ella se me acercaba cada tanto y me hablaba sobre los chicos a los que había conquistado en esas fechas. Debo admitir que sentía una suerte de curiosidad temerosa, al escuchar sus relatos poblados de referencias a una vida sexual de la cual yo aún no tenía ni idea. Hablaba sin mesura y a veces se detenía para soltar una risilla.
Creo que fue esa tarde, la tarde de un martes, cuando comencé a soltar las amarras de la bestia que traería mi destino.

“Emily… ¿No me puedes ayudar a conseguirme chico? No sé ni cómo es… No sé ni cómo hablarles…”
Ella se limitó a mirarme durante un largo segundo, y al final, sonrió de la forma más inocente que jamás le había visto, y me dijo susurrando:
“-Habias estado creciendo, Alicia… Yo te voy a ayudar, no te preocupes”

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-Tienes que escoger, pues, niña… ¿qué te voy a decir si ni sabes con quién quieres estar?
-Es que… me da pena decirte y que te burles…
-Qué va, es el primer chico de mi mejor amiga, no me burlaría aunque te gustase el Alberto.
-Uy… tampoco es para tanto…
Justo entonces pasó el susodicho. Nunca presumí de no ser una persona materialista, y por eso no me avergüenza decir que nuestro compañero de curso, repleto de granos, con lentes gruesos y al que le gustaban esos dibujos animados de chinos, no era alguien con quien me gustaría hacer pareja. No,… lo que quería más bien era alguien como… como…
-…Andrés…
Emily volteó hacia mí con brusquedad. Apenas lo hizo recién caí en cuenta que seguíamos en el mismo lugar, en el patio junto a los kioscos, y acababa de pasar el chico que sí me gustaba.
El muchacho en cuestión era de aquellos que sólo se aparecen en ridículas telenovelas de Disney Channel. Caminaba por allí y allá con sus amigos, como una especie de comandante. Los demás eran nada más que un hato de moscas muertas, pero él… Ese peinado hacia un lado, cubriendo sólo un ojo, sus camisas que nunca llegaban hasta más allá del codo, cómo llevaba la chompa del colegio siempre al hombro… Y además, de lo poco que solía hablar siempre sobresalía su voz potente y bien desarrollada, hablando quizá de estupideces sin remedio, videojuegos y cosas así, pero con una seguridad increíble.
-Ahhh…. Te gusta el Andrés entonces… -me dijo calladamente Emily, mirando de reojo al grupo del chico.
-… Ya mierda… ya me descubriste. ¿Y qué?
-No te pongas así. El chango es cuate. No va a ser difícil que te de un soplo con él…
-¿En serio?
-¡Pero claro! ¿No sabías que él tenía que entrar a mi banda? Él se toca los bajos… no, digo, toca el bajo. Bueno, seguro lo otro también, pero…
-¿Toca? Ay… es el hombre perfecto…
-No te calientes tan rápido. El chango es amigable, pero es medio rarito. Mira. Dame hasta el jueves. Mañana tengo ensayo y voy a tratar de jalarlo de vuelta. Cuando estemos ahí le diré que tienes gustos como los de él, y luego hago que hable, ¿vale?
-Gracias… gracias Emily… Eres tan buena amiga…
-¡Claro que lo soy!

Una pena. Ella sí que lo era…
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Qué buena era la pinta de mi amiga los días en que iba a los ensayos de su banda. Alguna vez había ido a ver a su grupo tocar su metal ligero en concursos y cosas así, ero nunca dejaba de sorprenderme lo genial que le lucía el bajo a modo de mochila, en especial con su cabello sujeto de mala manera, sus labios profundamente pintados y los varios arcillos que pendían de sus orejas.
La vi por un segundo en el recreo, intercambiando un par de palabras con Andrés. Seguramente eso había bastado.

Ella y yo teníamos un lugar especial, en nuestro colegio, un sitio bajo las gradas que conducían a los laboratorios, que parecía vedado y de no ser por nosotras estaría casi destrozado. El cuartucho socavado bajo la escalinata era oscuro y más aún cuando nos reuníamos, que solía ser por la noche, cuando ya el colegio estaba cerrado. Hacía un tiempo que Emily había logrado robar (y copiar) la llave del portón principal, de modo que no era ningún problema meternos discretamente allí después de clases, cumplir nuestros asuntos y luego salir campantes del colegio como si nada hubiese sucedido.
Pero… para qué voy con sutilezas… nuestros asuntos, que después de todo requerían eso, absoluta privacidad… a la larga eran tontería de poca calaña pero que nos podrían haber metido en líos. Imaginen a la bastarda de nuestra directora viendo cómo repasábamos fútiles e insulsos conjuros “Cipriánicos”. No veo qué cara pondría mi padre de llegar a ver la prolija tabla de ouija que yo llevaba allí, y cuyas oscilaciones se hacían casi mágicas, especialmente en las noches que la luz de la luna salía temprano y se dirigía prontamente a través de extraños corredores y dibujaba una estela circular sobre nosotras, encerradas, y nos daba ese aire místico, en el cual podíamos prescindir de nuestras velas negras. Hablábamos un poco de lo escasamente instruidas que estábamos en temas importantes pero que tomábamos a la ligera, como la tradición hermética, la filosofía Laveyana, y otras cosas. Lo único bueno era que mucho más no tratábamos de hacer. Alguna vez obtuvimos un ejemplar fotocopiado de “La clavícula de San Cipriano” pero sus hechizos sólo sirvieron para que riésemos buena parte de la noche.
Admitámoslo, no era nuestro propósito el andarse haciendo sacrificios a diestra y siniestra. Jamás hicimos el amague de agarrar un gato negro, o llevar un gallo (también negro), para degollarlo y utilizar su sangre a modo de ungir el pentáculo y/o tetragramatton que dibujábamos con tiza roja (u rosada) en la pared, para darnos ambiente.
Bueno, no hablaré más, pues es menester que relate las cosas en orden, para que mi cabeza no vuelva a divagar y mi vista se quede encerrada en esa sangre, que sí se ha derramado en esta ocasión, y cuyo hedor parece que vaya a perseguirme por siempre.

El asunto es que, como luego me dijo, Emily había logrado que el muchachito, que no parecía un ignorante de nuestros temas, al cabo, se nos uniera el viernes siguiente. Si ella era tan buena amiga, nos acompañaría un rato y luego nos dejaría solos.
Entonces tendría al chico que quería y listo. Un logro que presumir.

El sol que iba cayendo aquel viernes era como el de cualquier día. Sin diferencias en lo absoluto. Tan sólo estaba su fulgor rojizo cuando iba muriendo, y las sombras alargándose mientras la muchachada del colegio abandonaba nuestra jaula de todas las tardes.
Sólo después de un rato apareció Emily, trayendo del brazo a Andrés. El chico mostraba una sonrisa torcida, de galán de telenovela, que se hizo más evidente cuando ambas le mostramos el sitio donde nos reuníamos.
-¿En serio primera vez que lo traen a un chico aquí? –Dijo él apenas estuvo instalado en una esquina y parecía no sentirse demasiado molesto con la suciedad del sitio- Cualquiera de esos cabrones diría que son lesbis.
-Estamos acostumbradas a los prejuicios estúpidos, ¿sabes? –Replicó con aplomo Emily- Cuando le dije a mi mamá que soy bruja casi me bota de la casa… la muy cojuda. A veces sigue santiguándose cuando aparezco por ahí.
-Y eso que yo no le he dicho ni a mi papá. –dije yo, como para ambientar la escena nada más- Él cree que mi tabla ouija es un adorno de mesa… pobre viejo…
-Eso digo yo… -dijo Emily con sorna. El crepúsculo iba terminando. Un haz de luz blanquecina lo atravesó todo, y como una señal iluminó directamente el rostro de nuestro invitado.
-No me jodan… -dijo éste, tan sólo, quitándole todo lo que podía tener de poético a la escena.
-¿?
-¿En serio creen que son brujas? Pensé que eran chicas más maduras y no se estaban con esas huevadas. Yo estaba pensando que me traías para relajearme, pues, Emily.
-Cállate, idiota. Y yo que pensaba invitarte de nuevo a la banda…
-Miren, chicas… el que tengan dibujada una estrellita aquí y tengan un par de velitas no las hace brujas ni nada. Sólo las hace ver pelotudas… además…
Andrés calló. Su recriminación tenía mucho de chico frívolo, pero una ligera, casi imperceptible vibra de su voz había hablado con un tono serio. De pronto, esa misma vibra rodeó su faz en tanto hablaba y calló. Él tan sólo miraba la luna.
-… ¿Además…? –Emily no estaba dispuesta a notar sutilezas como ésa. En tanto yo miraba al chico, que a esa luz esplendente se tornaba casi hermoso; ella no podía perdonar el simple insulto de sus convicciones. Yo lo sabía bien. Ella se tomaba todo muy en serio.
-Terminá de hablar, cojudo. Si no te boto de aquí ya mismo.
-¿No quieren dejar de jugar? –Dijo de pronto él, bajando la vista. Su voz había vuelto a la normalidad. Seguía siendo el mismo chico trivial- ¿Quieren escuchar de algo jodido, pero jodido…?
-¿Qué sería? –pregunté yo, mezcla de curiosidad y embelesamiento.
-Una vez mi hermano y yo nos fuimos al bosquecillo. Mi viejo le había contado un par de cuentos sobre los túneles. Han debido ver en los noticieros. Ahí vive de todo. Colos, loquitos, de todo… bueno, a mi hermano mucho efecto no le hizo. Con más ganas él quería ir por ahí. Quería ver qué tanto asustaba ese lugar. Y claro, el muy cojudo me tenía que llevar, por si se asustaba de verdad.
-¿Pero ése era tu hermano menor, no?
-Qué va…es mi mayor por como siete años. Otra cosa es que siempre ha sido miedoso. La cosa es que si fuimos. Y sí, nos metimos. Él consiguió dos ramitas para que tocáramos las paredes del túnel, para no perdernos, y teníamos una linterna. Fuimos en la mañana, temprano nomás…
-¿Y? ¿Qué pasó? –Ni Emily ni yo habíamos podido evitar que el chico comenzase a llamar nuestra atención. Y cómo no… un relato escabroso siempre era manera de llamarnos.
-El huevón de mi hermano estaba yendo por detrás. Yo estaba llevando la linterna. La cosa es que después de un rato el me agarró del hombro bien fuerte y me dijo como susurrando: “¿Has escuchado?”… Yo miré para todos lados pero no había nada. Le dije que se tranquilizara, que ya nos fuéramos, pero él de repente me agarró más fuerte el hombro. Estaba sudando una mierda. Me agité para que me suelte, porque me estaba lastimando, y ahí sonó algo, pero jodidamente fuerte…
-¿Y qué era? ¿Había alguien?
-Nada que ver. El pelotudo de mi hermano se puso tan nervioso que se apoyó mucho con la ramita. Al final la rompió, y se hizo vencer con su peso. La cosa es que cayó contra la pared y… ¡La maldita mierda se derrumbó!
-¿Y ahí qué pasó?
-Yo me quedé helado ahí mismo. La linterna apenas si alumbraba con el polvo. No sé ni cuánto tiempo estaba mi hermano ahí, pero cuando apareció fue peor. El muy bestia salió de los escombros y comenzó a gritar como loco. Me empujó a gritos y los dos comenzamos a correr. Me acuerdo que me asusté tanto que me puse a llorar, pero él no me decía nada, sólo corría y corría, y me seguía empujando. Me tropecé un par de veces y me levantó casi a patadas.
“Cuando salimos, era mediodía recién. Yo me tiré contra un árbol y jadeando lo miraba con empute. Pero él sólo cayó de rodillas y comenzó a llorar horrible.
-¿Y nada más? ¿Cómo se fueron luego?
-Yo normal nomás. Ni le quería hablar. Pero él seguía bien nervioso. Mucho rato todavía miraba hacia atrás y temblaba. Al final yo les conté a mis viejos y le dieron la cuera del siglo. Se lo ganó el muy cojudo.
Cuando Andrés terminó de hablar, la luna ya comenzaba a acercarse a su cenit. Emily lo miraba con una expresión entre decepcionada y curiosa. Yo por mi parte, tenía un par de preguntas en la punta de la lengua, pero quería dejarlo terminar.
-¿Eso es todo? –Dijo Emily al fin- Qué cojudez. ¿Con eso querías asustarnos? Si quieres mañana mismo vamos a los túneles. Me he metido ya y no hay nada ahí. Nada de nada…
-¡Pero claro! ¡No faltaba más! ¡Mañana mismo vamos entonces! ¿Qué les parece si vamos por ese mismo lado? Han pasado tantos años y nunca he sabido lo que pasó con esa pared.
-Ya pues. ¿A qué hora nos encontramos?
-A ver… ¿a las ocho, en el centro piloto de la Vásquez?
-Me parece bien. Hasta mañana nomás entonces. Yo los dejo. A ver si le sacas algo interesante a este maricón, Alicia…
Al final yo tenía lo que quería. Emily se había ido. Su figura desapareció con rapidez y pronto estuve a solas con el chico que me gustaba. Pero yo ya no tenía ganas de charlar con él. Ni de coquetearle siquiera. Y de las preguntas que estaban en mi cabeza sólo quedaron dos, acuciantes, apremiantes.
-Andrés…
-Dime…
-Y… ¿Qué era lo que vio tu hermano detrás de esa pared? –primera pregunta.
-Nunca me dijo. –primer respuesta esquiva.
-¿Nunca te contó? –Pregunta redundante- … ¿No te habló sobre eso? –Otra pregunta redundante- ¿Cómo estaba después? –Esa sí, la segunda pregunta.
-No jodas con eso… -dijo Andrés, y al momento tomó su mochila y se dispuso a largarse. Algo lo había molestado, al parecer. Sólo cuando estuvo fuera del cuartucho volteó atrás para mirarme. Nunca sabré si la mirada era de malicia o de ira- Mi hermano nunca se recuperó del susto. Creo que ahora está en Sucre. No quiero ni saber. El muy cabrón se lo buscó…

Él se lo buscó…



Continuará

8 comentarios:

Corven Icenail dijo...

Sólo para aclarar:
Andrés habla de Sucre puesto que acá en Bolivia es donde se encuentra el manicomio más conocido del país..

Saludos a todo el que lea!

Marcelo Carter dijo...

seh, algo asi habia sospechado, que se referia a un sanatorio mental o algo asi jej.

ajá! con que es el mismo del foro o.o


un abrazo, espero el 2do cap ^^

Anónimo dijo...

leerlo en la revista es lindo,los graficos y todo, pero al leerlo como esta acá ,es mas de mi agrado, y esta mas completa la historia,siempre es tan grato entrar a este blog.

Anónimo dijo...

Me has cautivado de verdad, camarada. Este relato tiene un aire fresco, y sin embargo siento que hay algo en él de hace mucho tiempo. Difícil de explicar. Espero el próximo capítulo.

Lainedy dijo...

Finalmente, el relato completo de la historia que más polemica causo en la Mi Nomine.

Muy bueno señor Corven...este es uno de los relatos que mas me gustaron, aunque me llamen mas la atencion los relatos que incluyen un sanatorio que vaya mas alla de una simple mencion...

Corven Icenail dijo...

Gente, me siento halgado con el mero hecho de que se hayan tomado la molestia de leer algo tan largo.

Carter, mañana mismo lees el 2º, esta vez sin el menor atisbo de falta.

A.M.A., el asunto con el aire vetusto es más bien porque esta historia la había pensado por meses y meses. Creo que debido a eso tiene aire de antiguedad.

Anónimo, creo que varias cosas de la revista van a comenzar a verse por aquí más seguido...


Lainedy, aparte de que es un gusto verte, muchacha, es un honor tener tus comentarios por aquí. Sí que ha causado contrversia esta historia, y espero que siga así...

Rafaela Rada Herrera dijo...

uuu...cierto cierto, tiene otro gusto leer el original...yo he tendo que editar bastante, hay más sutilezas en el relato original que el el cómic.

Corven Icenail dijo...

Eso es de las pocas diferencias. Estriba también el hecho de que uno debe usar su imaginación para caracterizar la apariencia de lo que lee