sábado, 29 de septiembre de 2012

Cenizas, el río y la Furia



Después de un año sin dormir, me embarqué en un bus, sin saber dónde debería llevarme. Luego se detuvo, y entonces abordé uno de regreso. Luego Intenté dormir de nuevo, y tan sólo acerté a volver a esa misma ruta. 
Y hace varias noches, tan sólo de pasada, miré a un anciano que observaba detenidamente el cielo. Era de noche, y su figura apenas podía distinguirse, mientras el juego de luces dejaba todo borroso, y el ruido de los automóviles convertía el prado en un río llameante. 
Dos días después, reparé en lo curioso del asunto, no por su quietud, sino más bien por una sensación de incomodidad ante esa constancia. Lo contemplé desde la ventana del bus, primero como un pequeño mástil gris, que se hacía más curvado y más triste a medida que crecía, y luego como una mirada pequeña rogando al universo una explicación. Ésa fue mi impresión más fuerte, y me llevó a pensar que tal vez en todo ese tiempo, el anciano no había dejado de mirar y mirar, mientras yo seguía con mi vigilia.    
Y desperté, ayer, con el sueño insuficiente, con la sensación de que debía ver también hacia ese sitio, localizado en la nada. 
El bus matutino me llevó a ese punto, donde se afanaba gente, caminando, hablando, viviendo. Tan sólo quedaba una mancha de negra ceniza, que dibujaba hojas desparramadas, mientras los pasos de los transeúntes la desbrozaban y agitaban.  La imagen, ora era una mano tendida hacia la nada, ora una gran boca aullante, ora una herida sangrante. No era más que una mancha, negra, dispersa y moribunda, que goteaba hacia todas partes. Pero me resistí a dejar de mirarla, y de pronto, me sentí llevado hasta alguna de las pesadillas que poblaron mis sueños hace años. No me sé completo, y quizá por eso el viaje continuo me trajo hasta acá y ahora. Pero el anciano no está y no he llegado a tiempo. 
Luego, la noche se lleva a la multitud, y nosotros quedamos casi a solas, acompañados sólo por la bullente furia del río, el exterior que existe más allá de las sombras informes. Piso la sombra, yo también, reflexiono sobre su carencia de sentido y me siento transportado a una pesadilla otra vez, sólo que parece que no volveré a sentir la zozobra del sueño nunca más. Me siento tardío y roto. Descompaginado, insuficiente. Ojalá el bus volviese y las pisadas de la gente también quebrasen mi forma.   
Así pues, yo también miro hacia allí arriba. Olvido las noches sin sueño. Olvido mi nacimiento, las primeras letras que leí, el olor de mi madre. Ignoro el paso de la gente, destruido el mundo. Soy tan sólo una mota en un oasis negro, surcado por el vigoroso horror de la vida, pero algo allí arriba está brillando, enfermo, rutilante y grácil. 
Una estrella estará muriendo, el universo estará congelándose. La gravedad nos lleva consigo, el magnetismo no nos protegerá más. Soy sólo una sombra dentro de la ceniza, pero puedo verlo y puedo saberlo. 
Pronto, el recuerdo del anciano deja de existir. Luego mi insomnio, mientras las pisadas me alejan de mí mismo y de mi comprensión del todo.