jueves, 8 de abril de 2010

Las Máscaras de Alicia (parte cuarta y penúltima)






Algo en lo cual ella tenía toda la razón era en que mis nervios estaban ya rotos. Al volver a casa miraba para todos lados, imaginando una mirada furtiva esconderse en cualquier recodo. Alguien que me incriminara por dejar morir a mi progenitor. Alguien que clamara por la culpabilidad de sentirme bien por ello…
Ya habiendo traspuesto la entrada a mi hogar, lo primero que hice fue tomar de manera indolente el periódico empapado, limpiar de manera somera el piso y dejar remojando la alfombra donde el primer torrente de sangre había dejado huella. Antes de darme cuenta la noche ya había pasado. Deben haber sido horas tenebrosas, aunque no las puedo recordar bien, entre tanto tráfago, yendo y viniendo, limpiando, sonriendo de manera extraña, borrando las señales del crimen que me había hecho libre.
Sólo cuando parecía que ya estaba terminando, la sensación corpórea regresó a mí. Sentí una combinación de ansiedad, hambre y sed, que sólo algo calmaba. Fue por eso que me dirigí a la cocina, y preparando una taza de café humeante, y habiendo colocado la caldera al fuego, me percaté de que el refrigerador estaba entrecerrado. No entendí en ese momento cómo es que no pude sentir la pestilencia que provenía de aquél. Mi corazón casi se detuvo, haciendo un coro a mis pasos, que se acercaron con lentitud hacia la puerta blanca. Sólo en el último momento percibí una ligera, casi imperceptible mancha rojiza pendiente del extremo de la puerta.
¿En serio era otra persona, aquella Alicia?
¿Por qué entonces me conocía tan bien?
¿Por qué iba a preocuparse acerca de mí, hasta de la menor minucia de mis problemas emocionales?
¿Por qué…?
No,… ya no iba a preguntármelo. Ya no deseaba pensar más. No quería que nada más penetrase en mi mente. Ya era suficiente. Ya no más.
No sé si habrá sido compostura o una señal más de enloquecimiento, pero para cuando el timbre volvió a sonar yo estaba rebuscando algo entre los diferentes platos y recipientes donde habían quedado los restos de mi padre. Al parecer La Otra no se había llevado lo que fuera mi progenitor, sino la comida que éste había llevado a casa. O al menos eso quise pensar… había otra idea en mí, pero ese no era el momento.
Cuando finalmente obtuve un tazón de plástico donde estaba algo que confirmaba que eso era mi padre, el timbre insistió. Di un respingo y al abrir la puerta Emily apareció con un rostro preocupado. Una vez más caía en cuenta del tiempo que había pasado.
-Me han contado de lo que ha pasado… pensé que ese hijo de puta te había hecho algo…
-…No… ¿cómo crees? Le he estado sacando su… -hice un gesto altivo con la mano y entonces nos miramos. Mi hermana mayor, casi… Si tan sólo hubiese podido saber un poco. Tal vez ella supiera desde cuándo estaba loca- che, mi viejo ha salido un buen rato. ¿Quieres huevear un poco?
-Jajaja, con gusto. Estaba podrida en mi casa.
La rutina fue la de siempre. Ella tenía consigo un ejemplar de ese libro tan infame, el temido y a la vez respetado Baldor, a la par de que yo había sacado conmigo la tabla ouija que me había comprado la navidad pasada no recuerdo bien dónde. Teníamos la extraña idea de que si llamábamos a un espíritu para que contestase nuestras preguntas, al momento de usar el libro ése, luego le sería más fácil comunicarse por medio de la tabla.
Una tijera y algo de equilibrio…
Ella y yo reíamos. Me sentía extraña, empero. No era sólo que había visto dos muertes ya, además de que una fuera mi propio padre. Era además, saber que estaba involucrada en ambas, sin saber aún en qué nivel.
Debe haber sido la tarde de un lunes,… sí, eso puedo creer…
Veía de manera casi piadosa el libro pendiente de las manos de Emily. La veía con piedad a ella. Eso no eran más que juegos de niños. Y fue recién en ese momento que comprendí lo que dijo Andrés esa noche perdida en el tiempo.
-¿Sabes qué?... -dije mirando directamente a los ojos de mi amiga- Esto no son más que huevadas…
-¿Ah?
-Estos jueguitos… Tú y yo nos hacemos a las oscuras con estas cojudeces… estamos tratando de invocar espíritus por puro juego… ¿Acaso estamos tratando de sólo evitar la mierda que es nuestra vida real?
-No se de qué me estás hablando… ¿Te ha vuelto a pegar tu viejo?
-¿A ti te han hecho caso los tuyos? ¿Te han mirado siquiera? A que en tu casa ni sabían de tu tocada del sábado…
-Tranquila… si quieres me voy nomás. No te quiero meter en problemas con tu viejo. Parece que se ha puesto peor…
-¡Peor! Ja…. Ja… ¡jajajaja! ¿No quieres dejar de jugar? –Dije de pronto, alzando la vista. Mi voz ya no era la normal. Ya nunca más lo sería- ¿Quieres ver algo jodido, pero jodido…?
-Yo… ¡ey…!
-Tú nunca has sabido lo que se siente que alguien tenga todo su poder sobre ti. Alguien que en lo más profundo sólo te desprecia… ¿Sabes lo que es vivir pensando en que cada día podría reventarte a golpes por nada…? Y lo peor es que le debes respeto y deberes a esa persona… a esa piltrafa… ¡a ese montón de mierda! –Había arrastrado de la mano a mi amiga hacia la cocina y allí, mientras le gritaba señalaba hacia el refrigerador. Estaba totalmente azorada. Apenas si la veía. Tan sólo veía la oscura silueta de mi padre, los días en que me golpeaba por todo, por haber nacido.- Toda la vida he visto que alguien sin valor, alguien ruin y despreciable como él haya tenido todo el poder. ¿Yo qué le hice? ¡¿Nacer?! ¡¿No ser cómo él?! …Bueno… ya es tarde, pero puedo ser un poco como él, ¿sabes?... después de todo, puedo saber cómo es, de principio a fin… ¿lo quieres ver?
Abrí el refrigerador. Emily dio un respingo y empalideció. Sin embargo, el horror la plantó en su sitio, para que siguiera viendo.
-Ahora lo tengo por partes… je… -Saqué el plato de plástico y derramé su contenido en el mesón de un lado. Un ojo dio una vuelta completa y quedó mirando directamente donde mi amiga. Saqué del montón las orejas y las puse junto a éste. Entonces vi algo mejor. Definitivamente La Otra Alicia era una experta en lo que hacía. Había desollado la parte de los labios de mi padre, de una forma magnífica. Los labios seguían dibujándose en ese retazo de piel contraída, pálida y fría. Volví a sonreír.- De hecho, lo mejor es que puedo ser un poco como él,… mira –hice un ademán y me puse el trozo de piel a modo de barbijo. No sé cómo habrá sido mi imagen, con esa boca postiza, pero Emily exclamó algo como un pequeño grito- Ahora yo puedo ser quien mande… jejeje… jejejeje...
Fue allí que Emily no aguantó más. No dio un solo grito, ni una exclamación. Tan sólo salió despedida. Escuché el portazo cuando hubo huido, y yo caí de rodillas al piso, riendo quedamente aún. Quisiera dejar de recordar eso al menos. El olor de la sangre fría en mi boca. La sensación de tener a mi padre tan cerca, aún…
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La tarde siguió transcurriendo y el abrazo del crepúsculo llegó hasta mí en la misma posición de siempre. Sentada ante la nada, con la sala revuelta, sólo que algo había cambiado. Por vez primera esa sensación de tranquilidad tuvo una razón de ser. Y eso pese a que seguía manteniendo esa horrenda máscara en mi faz. Luego de un buen rato me la quité. La coloqué sobre la mesa y la contemplé un momento largo.

-¿Sólo la boca? Eres tan extraña…
Levanté la vista. Aquellas palabras venían de esa figura que ya no quería volver a ver. Una capucha, un solo ojo de mirar afiebrado y una cabellera negra sobresaliendo de uno y cubriendo el otro. Una pose encorvada y una sonrisa imposible de definir.
-¿Por qué extraña? Han matado a mi padre y yo soy feliz… ¿Es por eso?
-No. Me refiero a que conserves sólo esa parte. No le veo un motivo.
-Nada que ver. Lo demás está ahí en la cocina, donde lo guardaste…
-Yo no guardé nada, pequeña Alicia. Tú eres quien se ha encargado de todo. Yo no he tenido que hacer nada.
-¡¿Quieres parar con eso ya?! Si estoy loca y sólo yo te veo… ¡mejor me dices! ¡¡No me importa el acabar loca, pero quiero saber si ya lo estoy!!
-Qué simple eres… ¿Sigues teniéndole miedo a que alguien te castigue?
-¡Claro! ¡¿No ves lo que hemos hecho?!
-Ya te lo dije. Yo no hice nada. De todo te has encargado tú…
-¡Basta! –recién en ese momento me incorporé. Ella, que estaba sentada en el apoyabrazos del sillón, me miró sin cambiar su expresión. Yo me acerqué tanto como pude, casi hasta rozar su boca con la mía.- ¡¡Desaparece de una vez!! ¡¡Mi vida estaba bien sin ti!! ¡¡Desaparece, mierda!!
Hice el ademán de levantar un brazo, como si fuese a golpearla. Dios, lo habría hecho, sino hubiese tenido aún el temor de lanzar el golpe y encontrarme con que no había nada allí. Creo que fue mejor que ella resoplara y me contestara, en un tono que hizo detener no sólo mi movimiento, sino incluso los latidos de mi corazón.
-¡¿He hecho todo esto para protegerte y así me agradeces?! ¡Niña estúpida! –Se levantó- Me he esforzado en ti y ahora resulta que no eres más que una cobarde hipócrita… ¿No acabas de entender, imbécil? ¡¡Tu viejo era un sujeto malnacido, un absoluto despojo de persona!! ¿Acaso debes preocuparte porque se haya muerto? ¿Entiendes o no que ya eres libre? ¿Para qué estás guardando esta máscara?
-Yo… yo…
-Claro, debería saberlo… olvidé por un segundo que yo soy tú, y que tú no eres nadie. A ver… ¿así te la pones? –Colocó la máscara en la misma posición que yo la tenía. El trozo de piel, ya no tan frío, tenía algunos segmentos pegajosos por la sangre, de modo que quedó colgando de su boca. No me figuré que la imagen sería tan horrenda…- ¿Piensas que con esto hablas como tu padre? ¿Con autoridad, sin que nadie pueda contrariarte?
-…Sí… creo que es eso…
-Mhhh… Puede que por un tiempo la necesites. Sólo que... hay algo que debes hacer todavía para ganarte tu libertad… debes demostrarme que la mereces… acércate… ven conmigo…
Di unos pasos y cuando estuve cerca, me apretujó con fuerza y susurró unas palabras a mi oído. Aún después de todo lo que había ocurrido, no pude evitar horrorizarme. Obviamente ella lo notó, pues me miró, entre divertida y expectante.
-Yo… no puedo hacer eso… no… No puedes obligarme…
-De acuerdo. No puedo obligarte… Pero tú sabes que no puedo faltar a mi deber, ¿no? –asentí. Ella se acercó. Sólo así pude notar que tenía mi misma estatura- Sabes que si alguien destrozado, sin libertad, está ante mí… yo debo liberarlo… Decide. Lo haces tú o lo hago yo. Y si lo hago yo, tú tendrás que ser la siguiente, porque no me habrás demostrado tu valor. No me habrás demostrado que valía la pena ser libre…
La Otra Alicia me dio la espalda y se dirigió con paso lento hacia la puerta. Hizo un gesto enigmático cuando la traspuso, y luego, sólo quedé yo, sola, inmersa en la oscuridad, con un crepúsculo de nunca acabar, hiriéndome todavía, hiriéndome como todo el mundo lo hacía porque no quería liberarme.
Y lo peor es que sí tenía que hacerlo…
Pobre Emily… todo dependía de ella.
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Frío martes. Frío mundo, mudo también, pues nada en él me decía ya algo. Mi uniforme escolar parecía tan sólo una enseña. Un disfraz ridículo que trataba de imitar años donde aún tenía una vida. Donde todavía estaba esclavizada y sojuzgada.
Muy a lo lejos, en la entrada a mi escuela, pude ver a Emily. Su silueta imponente era como siempre lo había sido, excepto por un par de detalles. Para empezar, la clásica comitiva de amigas que la acompañaban siempre ya no estaba ahí. Para terminar, estaba la expresión que adquirió cuando me vio llegar.
Seguía ese aire de hermana mayor. Sólo que también había miedo en ella, pese a la expresión resuelta de su mirada.
-Alicia…
-Emily
-¿Qué fue lo que pasó ahí, amiga…?
-¿Dónde? ¿En mi casa?
-Claro, dónde si no…
-Muchas cosas. Necesarias, supongo…
-Creo que te entiendo. ¿Sabes? Un par de veces llegué a ver las heridas que tenías en la espalda, o que sobresalían por tu cuello.
-No hables de eso.
-¿Cómo no voy a hacerlo?.. Yo… tan sólo quiero decirte que comprendo lo que ha pasado. El mundo no es como debería. Ahora podría reprocharte muchas cosas, pero sería injusto. Terriblemente injusto.
-¿No lo vas a hacer?
-No podría. Él se lo merecía. Lo que hayas hecho, se lo merecía. Pero… ya no importa. Yo te ayudaré, hermanita... Yo te ayudaré… tenemos que limpiar eso… y de protegerte,… podemos hacerlo todavía.
Yo miré a mi amiga. Apenas si entendía lo que me decía. Escucharla así, con ese tono cálido, con ese cariño que siempre me había tenido, me llenaba de más miedo. ¿Cómo podría cumplir mi misión? ¿Cómo iba a liberarla a ella? Es decir, era una chica fuerte, capaz de sobrevivir a todo, capaz de ayudar a alguien como yo. ¿De qué había que librarla?
Pero al final, dejé que el destino trabajara en ello. Tan sólo me dejé llevar y por un segundo extraño volvía a mi infancia, antes de que Yo, o mejor dicho, La Otra, se inmiscuyera en mi vida torturada.
Y así, admití el abrazo de Emily, sintiéndome feliz, como debía ser. Los días correrían. Yo ya sabría cómo buscar su opresión, y su libertad. No iba a ser en vano que la quería…

Esa misma tarde ella me acompañó a casa. Ambas, con temor, fuimos a ver lo que estaba en el refrigerador. Teníamos que deshacernos de lo que quedaba de mi padre. El que estuviese vacío, y yo no recordase haberme desecho de los restos, ella lo atribuyó a mi extremo nerviosismo. Creo que yo también. No quería pensar otra vez en la posibilidad de que yo estaba haciendo todo pese a que no lo recordaba.



-¿Quieres que nos veamos el viernes por la noche? –pregunté al día siguiente. Emily me miró extrañada, antes de replicar.
-¿Crees que sea bueno en estos días?
-Es mejor que nunca. Necesito que me protejas, y así me siento más segura. Estando solo contigo…
-Está bien… creo que nos hará olvidar algunas cosas.
-Sí, eso espero.

Si rememorara escenas del resto ésa última semana, sería como hablar de otros tiempos. Definitivamente Emily era la mejor persona que jamás conocí. Ella me protegió en todo momento. No se separaba de mí sino hasta que era inevitable. Iba junto a mí a casa. Me proveyó de un poco de comida, y además, trató de hacer que yo olvidase las sombras de lo sucedido en esos días. Nada más que eso hubiese querido yo. Nada más. Ojalá hubiese sido al menos lo único que consiguiese.

El viernes fue un día largo, de un anochecer lento. Algunas nubes ya acosaban el cielo, haciendo brechas muy esporádicas para que la luz de la luna llena llegase incluso hasta nosotros, en nuestro refugio.
Tras recitar un par de salmodias de in ridículo libraco de magia negra, ambas reímos a voz queda, y ella me tomó del hombro.
Con soltura, con inocencia nada más, me dijo:
-Y pensar que ese maricón del Andrés quería meterse con nosotras esa noche. El muy cojudo ni va a volver al colegio, parece…
-Ése imbécil… Debe haberse muerto…
-Qué jodido,… yo creo que debe estar lloriqueando en su casa porque le cambien de colegio. Es un mimado de porquería… Sus viejos son como los míos, pero con quivos…
-¿Cómo tus padres?
-Como mi familia en realidad… sabes que los muy tarados ni se enteran de lo que hago… a veces pienso que estaría mejor sin ellos.
-… ¿Eso crees?...
Desde que ella había nombrado a sus padres, una sensación como de cosquilleo llegó a mi cabeza, internándose muy profundamente. Creo que hizo un coro extraño con la luz pálida y fría de la luna que se levantaba lozana. Puse mis manos en mi frente y bajé la cabeza, adolorida.
-¿Alicia? ¿Qué te pasa?
-Nada… estoy… tan sólo pensando en algo…
-¿Te sientes mal?
Ya no respondí. Éste es el punto cuando mis recuerdos se truncan. Es ahí donde debo haber perdido finalmente a los lazos que ataban mi cordura. ¿O habrá sido antes? Ojalá alguien me pudiese decir desde cuándo estaba loca.
Y mi cabello, sacudido, cayó sobre un lado, cubriéndome un ojo. Y la luz blanquecina me convirtió en el espectro que me hizo libre, privándome de mi vida.
Entonces Emily pegó un respingo. Yo no pude reaccionar, ensimismada como estaba. Tan sólo sentí cuando el estilete se apretaba contra mi cuello.
-Ahora sí, perra… me vas a decir qué estaba ahí ese día…
La voz cascada de Andrés se oía entre cansada y dolorida. Cuánto tiempo nos habrá estado esperando en ese sitio para poder atacarme. Sentí un poco de lástima por él, escuchando su respirar pesado.
-¡Maldito cabrón! ¡¡Mejor sueltas eso o te reviento los huevos!!
Ah, Emily, la siempre dulce Emily. También sentí lástima porque ya tenía una idea vaga de lo que debía hacer con ella. Así fue que sólo miré hacia sus ojos, cuando mis movimientos, rápidos y certeros, atenazaron la mano que sostenía el estilete, y clavaron mi pulgar con brutalidad, haciendo estallar uno de los globos oculares del chico que un día me había gustado. Todo en un solo gesto.
Andrés casi ni pudo gritar. Tan sólo lanzó un gemido apagado y se retorció dolorosamente.
Sostuve el estilete, y jugueteando con él, miré a mi horrorizada compañera. Sabía de memoria lo que tenía que decirle.

Mira bien a este idiota –dije, ondeando el estilete- hace un tiempo él sufrió por un error del destino que le ha costado todo su futuro. De ahora en más él será sólo un pedazo de basura para todos lo s que la rodean, no sólo para los que saben lo que ha pasado, sino para todos, porque los imbéciles de sus padres no entenderán jamás lo que le sucedió. Además, quién sabe cuánto tardará la locura en sumergirlo por completo. Cuando germine este sentimiento, podrá acabar con su vida, o quizá busque una salida más cobarde, que sería aplacar sus sentimientos con alguien más. Sabes a lo que me refiero, ¿no? En ese caso no tardará en meterse en problemas mucho peores que los que le ha deparado el destino, y puede que sea culpable de alguna cosa… muy fea. Mira nomás lo que intentó hacer ahora…
Emily me miraba sin decir palabra. ¿Quién era esta mujer, al cabo?
-O sea, tenemos a un joven que en lugar de apoyo sólo ha encontrado supresión y condescendencia. Tenemos a alguien, que incluso en la peor circunstancia es un inocente, pero que ya no tiene esperanza para un futuro. Es triste, pero hay algo que todavía se puede hacer por él. Hay una forma de ayudarlo.
“¿Quieres ver cómo podemos ayudarlo? ¿Qué podemos hacer por él?
Emily ni siquiera pudo replicar. No quiso o no pudo mirar la trayectoria de la hoja mellada y delgada que hundí con fuerza en el cuello de Andrés. El chico se retorció con más fuerza aún, mientras la hoja cercenaba con lentitud su faringe y brotaba de nuevo por fuera. No pude evitarlo, yo era una novata,… o quizá estaba todavía recordando bien…
Emily no gritó. No me detuvo. No se movió sino cuando no pudo soportar más y su cuerpo cayó a un lado desarticulado, ya inconsciente por tanta impresión.
Mejor así. No quería explicarle lo que iba a hacerle. No era tiempo aún…
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