lunes, 20 de julio de 2009

Fin de Curso

Hay gente por ahí todavía???





Espero que el cruel destino no haya hecho que todos, merecidamente, me hayan abandonado.





No quiero apesadumbrarme, ni desplegar mi lista de dsculpas. Creo que sólo queda postear algo nuevo que había escrito. espero que no hiera sensibilidades.





Y que les guste.

------------------------------------------------

Fin de Curso







Como último gesto, Susana volvió a izar en alto el estilete que llevaba en la mano, y sin dibujar ninguna expresión en su faz, volvió a bajarlo. Los chicos de su curso vieron otra vez el chorro de sangre levantándose, salpicando como poseído, y algunos intentaron gritar, pero la mera visión de aquella chica, sus ojos brillantes en la penumbra y su aspecto demencial los detuvieron.

Y apenas tres meses antes, ella seguía siendo una más de las chicas de aquella promo, tenía una vida como la de cualquiera, unos padres irritantes y desobligados, profes imbéciles, alguno que otro pretendiente, y además, problemas como los de cualquiera.
Y uno de ellos, quizá el más importante, eran sus notas del tercer trimestre. Las del segundo eran cuando menos, deplorables. La chica muchas veces ya había repasado ese papel que era símbolo inequívoco de un mal estudiante.

Pero se había esforzado. El temor al fracaso, más que cualquier otra cosa, había ayudado a que ella diera más de su rendimiento de lo que podía. Su amiga de años, Camila, presenció el sobreesfuerzo al que se sometió Susana. Lo vio, y aunque apenas si ayudaba, también ella se sintió apesadumbrada cuando el profesor de química no parecía ceder a los ruegos de trabajo extra que tanto daba Susana.

El tipo en cuestión era el típico anciano frío y altanero, que a más de entender de su materia, según él, era un erudito en cuanto tema haya compelido la humanidad. Cada jueves y viernes, cuando era su hora de clases, él miraba a los pobres chicos, como lo que consideraba eran ellos, no más que unos pobres animalejos repugnantes, fruto de la falta de cuidados anticonceptivos de los padres a los cuales, por otro lado, jamás atendía en entrevistas ni nada por el estilo.
Se rumoreaba bastante sobre este tipo. Alguien decía por allí que era pariente del director y que por eso no lo despedían, pues las quejas estaban a la orden del día. Un par de veces dio de golpes a alguno de sus estudiantes, y el tema simplemente no fue tocado de nuevo. A pesar de todo, su materia no resultaba tan difícil por cuanto ni siquiera se interesaba en sus alumnos.

Sin embargo, aquí se había producido un cisma. Por vez primera el viejo no accedió a un ruego y aprobó a la pobre chica sin más trámite. Parecía querer hacerla sufrir.
Quizá estuviese comenzando a tomar conciencia de su posición como educador.

O quizá no.

---------------------------------------------------

Todo comenzó el anochecer de un día viernes, en septiembre, cuando Susana se había quedado en el colegio, deambulando por aquí y allá, hasta que pudiese atrapar al profe de química, el tan temido Gepetto.
Y ya casi no había nadie, cuando ella, que esperaba en la puerta de salida, vio acercarse su encorvada figura. Con un saludo inquieto y nervioso, ella trató de entablar conversación. El viejo la ignoró. Ella, más indignada que entusiasmada, siguió el tambaleante paso del anciano. Un siniestro micro azul se apostó en la esquina y el profe subió a él. Susana no dudó un segundo, y también se introdujo.
El viejo refunfuñó, pero ni siquiera así iba a ceder. Ignoró a Susana todo cuanto pudo, aunque no logró evitar mirar hacia la figura sudorosa de la jovencita que, abalanzada sobre la banca de enfrente, hacía caer su aromática cabellera, y lo miraba con unos ojos suplicantes.

Y el silencio del viejo permaneció, hasta que tuvo que erguirse de nuevo, y tan de prisa como podía, descendió del autobús. Y sí, la chiquilla también descendió junto a él.

Fue recién entonces, en tanto el anciano rebuscaba en sus bolsillos, que terminó por contemplar un poco más la enjuta figura de Susana. La chica no cesaba de rogar, y eso añadía un toque carmín a sus mejillas.

No pertenece a los recuerdos de ninguno, pero luego de unos minutos, Susana terminó en el interior de la oscura y solitaria morada del viejo. Su pequeña casa solía estar en penumbra completa y tan sólo constaba de tres habitaciones, una que tenía como acceso su baño, que hacía las veces de dormitorio, otra, que era una combinación yuxtapuesta de un depósito y una estéril cocina, y la última, más grande, que hacía las veces de sala, de solitario comedor, y de biblioteca. ¡Y qué biblioteca! El anciano tenía tomos y tomos, compilados de sabiduría increíble, que aportaban un aire lóbrego a la sala mal iluminada. Susana terminó sentada en la mesa aquella, y el anciano desapareció. Al volver, llevaba consigo una botella de un líquido verduzco, cuyo aroma parecía disfrutar en demasía.

Ahora bien, estimados lectores, a estas alturas el asunto ya se habrá destapado para todos ustedes: la mirada del anciano se había trocado de un viejo impertérrito y cruel, en la de un hombre solitario, y finalmente en la de una bestia astuta y horrible, sedienta de un manjar que tenía justo ante sí.

Pero Susana, en su calidad de manjar, no tenía idea de qué diantre sucedía.

Tal vez haya caído un poco en la cuenta de lo espantoso de la situación, cuando el Gepetto terminaba su labor sobre ella, y retorciéndose, hacía resoplar su viejo pellejo desnudo y comenzaba un sueño cansado. Susana también se retorció.

Pudo ser miedo, asco, pánico o dolor, pero no hubo forma de comprender su sentimiento. Y mucho menos forma de detenerlo.

----------------------------------------------------------------

Susana creyó morir cuando el jueves siguiente, cuando por fin lograba sobrepasar su trauma, volvió a reprobar una práctica de química.

¿Es que acaso ese viejo infeliz estaba jugando con ella?

Y la cosa siguió de la misma manera. Al día siguiente, aunque ella trató de hablar con él, no hubo caso en lo absoluto. El viejo había regresado a su sobrador aislamiento típico.

Y la rutina se repitió, el autobús azul, la soledad a las puertas de la casa del profesor, todo,… excepto porque un tinte ladino había anidado en la faz de la supuesta pobre chica.
Una blusa a medias desabrochada, una falda más corta de lo usual, un carmín antinatural en sus labios, y una actitud desdeñosa, fueron lo que casi hizo enloquecer a Gepetto. Su podrido corazón saltó de su pecho, en ese momento, en tanto profesaba alabanzas a la juventud moderna, y en todo el acto, prometía una y otra vez que no. Que Susana no tenía que preocuparse por sus notas.

Camila, en el transcurso de esa semana, ya había notado el primer cambio en su amiga. Susana era una chiquilla atolondrada y casi lastimera. Bonita, sí, pero un tanto desabrida.
Bastó un fin de semana, el mismo en que la susodicha había estado pensando una y mil veces en las consecuencias de lo que había hecho, para que terminara por desentenderse del asunto. El tener una cantidad nada apreciable de materia gris fue muy útil.
El hecho que ese poco tuviese algo malo desde el principio también ayudó.

El viejo Gepetto ya no era más el perverso e indómito profesor de química, el único imposible de conmover.
Sí, un sábado, un domingo y quizá algo más habían bastado para que Susana comprendiese que, irónicamente, el buen Gepetto, desde entonces, sería su marioneta.

Y hubiera sido genial que Susana notase tal ironía, pero bueno… la malicia no encara mayor potencial neuronal.

--------------------------------------------------

Fue así como las notas de Susana empezaron a mostrar una franca subida. Las tres prácticas que luego había realizado su curso las había aprobado sin ningún problema. Era extraño que ella no hiciese nada durante la duración de las mismas, y más raro aún que al momento de volver a recibirlas, éstas estuviesen escritas con una letra muy similar a la del profe.

Pero, entre una semana y otra, algo más estaba sucediendo, muy por fuera del control del profesor o de Susana.

Y es que Camila, en calidad de gran conocedora de las estupideces de su amiga Susana, comenzaba a notar que algo raro pasaba. Algo que involucraba a su amiga. Vanamente trató un par de veces de informarse más, aunque sí logró incomodar en parte la posición en la que estaba Susana.

E incómodo también quedó el viejo cuando su eventual amante le comunicó su preocupación. El viejo aprovechó ese momento para poner a prueba la verdadera naturaleza del carácter de su protegida.

La vida del Gepetto no era más que una clásica muestra de un hombre que nunca ha sentido aprecio por nada ni nadie en el mundo. Mucho de su amargura se debía, precisamente, a la imposibilidad que siempre había tenido para con el sexo opuesto. Miles de recuerdos de (en contexto) graciosas humillaciones habían dejado tanto su corazón como su aparato reproductor hechos una mera cáscara.

Una par de conversaciones de alcoba entre ambos, la chica ladina y el viejo degenerado, bastaron para que una vez más los papeles se trocasen. De pronto, Gepetto volvió a su antiguo puesto, sobre el escenario, y los hilos le pertenecían a Susana. Y las indicaciones hacían que su odio llegase a Camila, que no era más que una tipeja envidiosa y mezquina. No por nada Susana siempre había envidiado que su otrora amiga era una buena estudiante. Más razón aún habría para odiarla, ya que a ella no le hacía falta acostarse con un viejo hediondo y repugnante.

No fue muy difícil que el viejo convenciera a Susana de que la mejor manera de darle una lección a su infeliz amiga no era ignorándola, sino llevándola a su cubil.

Claro está que Susana debió haber pensado que el Gepetto haría algo así como una enseñanza cruel, o que daría una noticia espantosa a la pobre de Camila, o que la humillaría como mucho.

Ojala sus ridículas ideas hubiesen sido al menos, cercanas a la realidad.

----------------------------------------------------

Camila era una chica de un carácter fuerte, no precisamente una luchadora enfática y de altos y elevados intereses, pero sabía defender su dignidad. Era por eso que la indignaba aún más la actitud de su amiga.

Ella pensaba, en una porción algo anegada de su mente, que lo que Susana hacía era ir a la casa del viejo a hacer de sirvienta. Sólo así podía explicarse que sus notas subieran, Que el profe le hiciera la tarea por ella, y más aún, el porqué cada viernes ella se quedaba hasta tarde y abordaba el mismo micro azul que llevaba al Gepetto a casa.

Fue un viernes, cuando ya había pasado un buen tiempo y prácticamente la nota de Susana estaba asegurada, cuando ésta volvió a su estado de chiquilla atolondrada, y sonriente, invitó a su amiga a que fueran juntas donde el profesor. La excusa era que ella había conseguido que el Gepetto le diese cursos extra, y ella, tan buena amiga, no quería quedárselos sólo para sí.

Camila, aunque no creía una palabra, accedió. La verdad era que quería saber qué era lo que pasaba. Tan sólo eso.
Y así, recorrieron el camino hasta la casa del viejo. Camila, al contrario de su amiga tenía una gran cantidad de neuronas interconectadas entre sí, las suficientes como para darse cuenta de lo pérfida que se le hacía la entrada a esa casucha de una villa de por sí peligrosa. Instintivamente había tomado su estilete, el gran estilete amarillo que le regalase su padre, y lo puso en su manga, lo más cerca que pudo de su mano.

El viejo las recibió a ambas amablemente. Pronto Camila también se sorprendió viendo los grandes baluartes de conocimiento que el Gepetto poseía. Estaba en eso, cuando el irregularmente amable anciano reapareció, llevando consigo dos elegantes copas llenas del mismo líquido verde que hiciera tomar a Susana.

Camila lo olisqueó un poco y con una mueca rechazó el brebaje. Ella sabía un poco más de todo, y un poco de deducción la llevó rechazar categóricamente el ajenjo. Su amiga, por otro lado, estaba ya terminando su copa para ese momento.

He ahí el porqué de esa mirada desvaída. El porqué de ese distanciamiento.
Después de su largo sorbo, Susana volvió a mirar a su amiga. Camila, viéndola, pensó que ese asunto ya no valía la pena. Su ex amiga podía pudrirse en el quinto infierno y hacer caso de las perversiones de cuanto viejo le diera la gana, que lo haga sola. Tomó sus cosas y se dispuso a irse. El viejo no movió un músculo, y no perdió su sonrisa amable. Tan sólo hizo un gesto imperceptible, mirando en la dirección en que se encontraba Susana. El guiñapo que tenía por amante comprendió al instante.

Sólo que exageró un poco. La idea no era que estallara toda la botella en la cabeza de su amiga. Bastaba con la misma copa, o cualquier cosa. El resultado fue Camila, en el suelo, no inconsciente, como pretendía, sino con un desangre preocupante.

Ambos, tanto el viejo como la tonta chica, se miraron, y rápidamente, sin pánico, tomaron el pequeño cuerpo de la muchacha que seguía sangrando en el suelo y lo arrastraron hasta llevarlo al cuartucho que hacía de depósito y baño.

Y luego, para compensar al viejo y para que la chica no se quedase sin hacer nada, acerrajaron la puerta del depósito y durante una hora o más se entregaron mutuamente. El viejo ya había caído en una y mil perversidades. ¿Porqué no festejar el culmen de otra más?

---------------------------------------

Luego del período de oscuridad que siguió al ya conocido exhalar del viejo, Susana logró despertar. Como siempre, luego de la bebida le quedaba un sabor en extremo amargo en la boca. No cayó en cuenta de que el Gepetto ya no estaba en la cama. No le dio más importancia al asunto y vistiéndose al menos un poco, se dirigió a la cocina.
En el paso entre cuarto y cuarto, sin saber muy bien porqué, un estremecimiento la recorrió entera. Observó un poco con el rabillo del ojo la otra puerta, a del depósito, y la vio entreabierta. Una luz mortecina y perversa escapaba de aquella rendija. Dio un paso. Luego otro y otro más. Una mancha negruzca rojiza iba entreviéndose. La chica no llegó a entender bien qué pasaba sino hasta que empujó la puerta y logró ver el cuerpo descoyuntado y aún retorcido del Gepetto. Su boca misma, así como las orejas y un tanto los ojos, iban derramando cantidades atroces de líquido vital. Y de rodillas, justo ante él, estaba Camila, llorando todavía y temblando, aún sosteniendo el estilete roto, del que no se habían percatado y con el cual logró detener al anciano antes de que la tocase.

Lo siguiente fue una escena digna de una telenovela de bajo presupuesto. Susana pareció haber comprendido de inmediato la terrible desgracia que acababa de suceder, y de la cual era culpable por completo. Se disculpó de mil maneras con su amiga, y ambas tuvieron que darse a la tarea de embolsar el cuerpo y llevarlo hasta un terreno baldío que estaba más allá de su casa, y enterrarlo como pudieron.

Y el precio de tan espantoso destino había sido la inocencia arrebatada, para ambas, y la vida de un anciano despreciable, que hubiese merecido eso y mucho más. Luego de enterrarlo, ambas terminaron abrazadas, y llorando, y prometieron no hablar nunca jamás de lo ocurrido aquella noche.

--------------------------------------------------

Ahora bien, el espíritu mismo de Susana estaba carcomido mucho más de lo que pudiera reparar una escena de reconciliación de corte Talk Show.

Camila regresó a su hogar, ese viernes, y habrá llegado a poner una excusa para su herida en la cabeza. Para ella, quizá lo sucedido podría haber terminado allí, pero ése no era el caso de Susana.

La otrora amante del anciano, apenas hubo pasado la noche del viernes, cuando aún amanecía el sábado, reapareció en la casa ya abandonada. Se sentó en el borde de la cama donde saboreara una inconsciencia que sería digna sólo de demonios. Y así, el tiempo pasó ante ella en una pesadilla de una longitud inabarcable. Repasó todo lo sucedido, desde el tiempo, tan corto en realidad, cuando ella no era más que otra chica, y su inocencia seguía junto a sí. Volvió a revivir, desde la primera vez que sintió el fétido olor del anciano dejando su esencia dentro de ella, hasta su imagen, mal iluminada, con la garganta hecha pedazos y sangrante, todo obra de un mísero estilete.

¿Un mísero estilete?

Como por acto reflejo, Susana volvió al lugar del siniestro, y allí, en el suelo, encontró el trozo de metal y plástico que segó la vida del que la había condenado. Lo miro durante larguísimos minutos, sopesando lo estremecedor que había terminado por trocarse su destino. Y mirándolo, fue que terminó por darse cuenta de porqué había pasado todo aquello.

O más precisamente, quién era la culpable de que su vida estuviese arruinada.

--------------------------------------

Y así fue, queridos amigos, como llegó el día lunes. Un día lunes más, de las estribaciones de noviembre, cuando el curso de las dos chicas volvía al aula.
Apenas si Susana había dirigido una mirada a nadie, pues lo poco que le quedaba de conciencia iba a ser utilizado cuando comenzase esa mañana, consumida hasta el fin en una venganza inclemente, perversa y completamente estúpida.

Después de una mirada de una intensidad incalculable, saludó a Camila con un beso callado. Y así, ellas dos se quedaron silenciosas, en tanto el resto del curso seguía tomando sus lugares en sus pupitres. Camila se sintió tranquila. Un poco, al menos, del trauma había logrado pasar.

Y al final, todos terminaron de sentarse. La profe de historia aún no llegaba.

Un portón brutal cerró la puerta con salvajismo.

Y antes que se diera cuenta, Camila fue empujada atrás con violencia, hasta caer al suelo. Susana, luego de haber hecho ambas cosas, miró al curso entero, con un desprecio venido de más allá de este mundo, y con una voz pausada y una mirada y unos movimientos hipnóticos, les relató todo lo que había pasado durante esos días. Todo. Habló sin ningún tipo de moderación sobre lo que ese viejo asqueroso había hecho con ella, y terminó con una jugosa explicación acerca de cómo aconteció su muerte.
Y durante la última parte de su relato, demostró la mancillada hoja que recogiera allá, y que iba a ser la victimaria de quien había tenido la culpa de todo.

Y no. No era Camila. La pobre sólo tuvo que observar cómo Susana iba de a poco, cercenando, cual si fuese metódica, cual si hubiese calculado todo, su brazo íntegro.
Y así, la sangre siguió salpicando, en tanto la chica daba un adiós efímero a otros jóvenes que aún eran como ella lo fuera.

Que tan sólo pretendían pasar de curso.