Fue una desgracia que ese chico sin nombre a fin de cuentas sí viese el contenido de ese frasco.
¿O no? ¿Podría ser que el nefasto momento de la verdad fuese algo valedero, complaciente, quizá?
Y esto llevaba años fraguándose, desde que de niño él vivía en una soledad eterna, sin conocer una sola palabra de cariño de su madre, la única persona que alguna vez conoció.
Todo había comenzado cuando él descubrió ese pequeño frasco en la medianoche eterna de lo más profundo de su habitación. Ese día por fin comprendió porqué esas sombras ejercían tal fascinación en su mente.
Durante mucho tiempo estuvo contemplando el recipiente de cristal oscuro, casi negro, mientras descifraba el significado de las palabras que rezaban en la sucia etiqueta.
“Aquí está tu vida”
Y esas palabras decidieron los hechos de los años posteriores, su total aislamiento y su convivencia con la única frase que en su mente podrida decía algo de verdad.
El tiempo que pasó nadie podría decirlo, pues tan sólo él fue testigo de todo, y bien sé que no puede hablar ya, aunque le grite para que me siga.
En sus recuerdos están los hechos de los últimos días.
Cómo volvió a ver a su madre luego de tanto. Cómo ella apareció cual demonio poseído, chillando maldiciones a todo y todos, y cómo se desquitó de nuevo con él. Y soportó todos los golpes, todos y cada uno, sin importar lo humillante, lo dolorosos que fuesen.
Pero cuando ella le arrebató de las manos el pequeño frasco, ya no pudo contenerse más.
Ese harapo de persona, su único semejante, podía arrebatarle cualquier cosa, después de todo… ¿cuándo él había tenido o sido algo de valor?
Todo lo contrario era el frasco. ¿Contenía su vida, después de todo? Eso no tenía la menor importancia… Lo que importaba es que sus palabras le habían dicho algo que no tenía odio y desprecio.
Y por eso, sólo por él, el chico se levantó y aullando tomó la cabeza de su madre y la golpeó contra la pared carcomida de la parte oscura de su habitación.
La mujer gritó, al menos los primeros segundos, con el primer par de golpes, pero luego de unos momentos, la sangre salpicando llenó todo el espacio del macabro sonido del hecho final.
Y fue así que él quedó, solo ante la verdad que había descubierto hace tan poco y que tanto importaba. En soledad, el significado de esas palabras se acrecentaba aún más.
Hasta que, viendo los restos que quedaban semiocultos por la oscuridad, y viendo detenerse los últimos estertores del cadáver de la otra única persona en el mundo, se decidió.
La tapita blanca del frasco giró y cayó a un lado.
Y luego no hubo más nada. Tan sólo él lo observó por unos momentos, antes de tomarlo con fuerza en sus manos y golpear su cabeza contra la misma pared ensangrentada donde había muerto su madre. Y yació junto a los mismos restos.
Y aún ahora está sosteniendo el frasco, pues incluso acá en el Infierno, él sigue buscando un significado.
Creo comprenderlo un poco, cuando me le acerco y veo lo vacío que está ese frasco…
martes, 7 de abril de 2009
Vida en Frasco
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6 comentarios:
Excelente relato Corven, aunque si me permites el atrevimiento de dar un consejo sin que sea pedido, creo que el final revela mucho, yo de ti lo haría más enigmático. Algo como:
"Y yació junto con los mismos restos. Y aún ahora, en esta tierra de tormentos, sostiene apaciblemente ese frasco, sus ojos enajenados buscando un significado."
Un saludo y nos seguimos leyendo.
aa vaya, creo que le halaste un punto más digno de una expresón lírica, A.M.A.
No es para nada mala idea. si ú me lo permits (a la guasa), dejaré eso cmo fnal alternativo pa una edicón en papel
Claro, si ha sido todo un gusto. Saludos.
Que extraño suena suicidarse a cabezazos, jaja, pero en fin las licencias literarias lo permiten todo.
Me alegra ver tus letras de nuevo en la blogosfera Corven , se te echaba de menos
un abrazo
Bastante, bueno, Corven la poesia y la metáfora que hay en tus historias ya es marca registrada.
salu2
Cómo no podría serlo, Bitter???
O tal vez se me haya pasado la mano con el morbo del momento...
La tuya también, Carter, también lo es... gracias...
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