Era avanzada la mañana cuando me dispuse a apartar por fin las cobijas y dejar que mis pies se corroyeran del entumecimiento, tocando el frío piso de madera de mi casa desolada y solitaria.
Desde antes de que mi mente cobrara conciencia totalmente, creía haber sentido el siniestro y repulsivo hedor de la podredumbre. Después de dos días, era natural que los desechos de mi perro hubieran dejado su siembra en el hogar.
Alargué la mano desde una de las ventanas, hacia el traspatio, y comprobé que en efecto, la lluvia ligera aún no cesaba. Traté de olvidar la pestilencia y sentirme más a gusto, con el frío de este sitio en paz.
Con cuidado, pues siempre habíame provocado accidentes de todo tipo, me acerqué a la cocina, y coloqué la enorme caldera de té que mi familia usaba desde hacía generaciones. Mientras esperaba que el agua calentara y me proveyera de algún abrigo contra el gélido estertor del aire matutino, deambulé indeciso por los cuartos solitarios, recordando los últimos momentos en familia. Iba a extrañar a mis padres, sí lo sabía bien, pero… era necesario que ellos partieran.
Todos siempre supimos que los suministros no nos abastecerían más que para unos días.
Al final, me decidí, y me armé del recogedor de basura y la pequeña pala improvisada, y me dispuse a limpiar la salida de casa de las excrecencias de mi mascota. El pequeño me saludó con una mirada soñolienta en tanto yo enfrentaba tiritando la lluvia helada, y pensaba en mis padres con enorme gratitud, pues me habían permitido vivir acá, solo, y no tener que perecer de inanición junto a ellos.
El silbido de la caldera me sacó de mis elucubraciones. Dejé todo listo, y levanté las manos al cielo, para que la lluvia me limpiara. No vaya a ser que coma mi primer desayuno con los dedos infectos de excremento.
¡Maldita caldera! Nunca pude entender cómo chilla tanto…
Ya está listo. La taza me sonríe también, haciendo un coro de bienvenida con las cucharillas de azúcar, con el vapor emanando de mi delicioso té.
Sólo faltan ellos. Y así, preparado para mi primera comida, en mi propia casa, en éste páramo solitario, abro mi refrigerador, y enfrentado el duro hielo, saco los restos cercenados de los cuerpos de mis padres. Examino todo un poco. No es difícil decidirse. Un fragmento de una de las piernas será suficiente. Después de todo, no me voy a privar de algo verdaderamente alimenticio. Luego tendré todavía abasto. Seguramente los tejidos de los brazos, bien sofritos me proveerán un pasable almuerzo.
La sartén recibe cálidamente la carne otorgada con cariño. Sólo un tiempo dura su fritura.
Y por fin, me dispongo bien, y procedo a comer un poco, no sin antes agradecer de todo corazón a Dios que dio a sus hijos un sabor tan particular, ni tampoco de compartir un poco con mi compañero canino, que me acompaña en la soledad de mi desayuno.
4 comentarios:
Wow Corven! me encantó este cuentito!
pude intuir algo de la historia, pero la deliciosa descripción de la situación hizo que se me fuera olvidando y me perdiera por sus profundos recovecos...hasta encontrarme de nuevo y de golpe, con ese "algo" que ahora me pilló de imprevisto.
Genial...ah, y ya voy captando cierto perfilado de un sello personal que quiere salir a la luz en esta nueva faceta tuya...¿puede ser?
besos y no dejes de escribir de esta manera tan especial mi amigo!
Mary, desde al Averno.
Ay, Mary, entre el apoyo que me das y tus apreciociones me haces sonrojar como no tienes idea.... si me oigo cursi es mi culpa... pero bueno... no te preocupes, que seguiré adelante con mi escritos...Sin embargo... ¿No has vuelto a leer los demás capítulos de Lamentos?
los tengo pendientes querido Corven, que todo mi tiempo y mis fuerzas, me los absorbió mi historia larga pero no dudes que esta noche y un par de días más, los dedicaré sólo a disfrutar de la lectura en red y en ello, el término de la lectura de esa tu maravillosa historia está en primer puesto...la dejé en un punto muy crítico!
besos,
Mary desde el Averno
bastante mono tu nuevo blog amor mio ^_^
Publicar un comentario