sábado, 2 de junio de 2012

Carcoma (segunda parte)

 
 
 
Sangre ante el altar de luz

¿Estás allí, mi paladín de belleza perfecta? Mi devorador de bebés, mi destructor de inocencia, mi candoroso príncipe que me arrebató la venda malsana de la ciega esperanza.

Puedo sentir un poco de tu lejano aroma, un poco de tu ira despiadada que clama cual noche desparramada, el hálito cálido del alma arrebatada, el abrazo de la muerte otorgada como alhaja sin precio, el despreciado toque de caricia rítmico, suave, melodioso, la síncopa de la sierra atravesando el plexo torácico, el aullido, el ahogo de sangre en la garganta. Tu gorgorito de satisfacción. Siento ese fulgor aplacado, fúlgido pero espeso de devaneo pensativo.

Y ese velo, cayendo de mi vida de inocencia. Una lágrima, huyendo de mi rostro. Un homicidio a plena oscuridad, matando todo lo que hay de luz en el mundo. Me mostraste un poco de eso que está allá cuando el horizonte muere y gimotea el todo. Me mostraste el resultado del regalo. ¿Es acaso plausible, racional? ¿Es hermosa la elegía a la vida abandonada? El cadáver estaba marchito desde antes de ser tal, cuando tú lo tocaste y conferiste ese poco de divinidad, esa esencia sacra en su interior enfermo de vida. Y era tan pequeño, tan inocente.

No podría perdonártelo, pero no puedo terminar de agradecértelo con cada lágrima que dispara mi cordura hecha pedazos pero que sigue defecando sus entrañas en el ínterin de mi cráneo. Estoy mirando un poco del silencio que me dejaste, y el bastardo no me dice nada. Tal vez no le he preguntado lo necesario, o lo suficiente. Pedazos de mí son parte fundamental del yo mismo que ahonda las lágrimas que entienden que al llegar no lo harás, y que ese momento fúlgido en que fuiste pecador no volverá a repetirse con la misma precisión beatífica, perversamente sagrada, ya no serás ese ente que aplasta la pureza para convertirla en un vertedero de sangre, vísceras, orina y ruegos. Eso, lo que quiera que fuera, pequeño, llorón, está más en ti que en mí. Será eso lo que te convierte en paladín al cabo, mi glorioso salvador, mi amado, mi corruptor. Asesina de nuevo, asesina, blasfema, mancha, destroza, yo sonreiré, estoy más loca que tú, y con mayores razones. Y te amaré así, pérfido, cruel, babeante y degenerado. Eso es verdad, tú eres humanidad, tú eres lo que la humanidad simboliza detrás de ese avatar de moral, de leyes, de filosofía y buenas y vacías intenciones.

Esta vez tampoco será mi ayuda, es lo que temo. Serás sólo tú otra vez, manchando el blanco velo, haciendo el resplandeciente diseño de las manchas evisceradas, rotas, un poco de un gimoteo, de quien aún no sabe comunicar su dolor, un grito, por mí, un radiante rayo de sol quebrando la noche de la cordura. Asesino, mi amor, asesino…