miércoles, 24 de agosto de 2011

Repeticiones





Observaba hacia el hosco vacío que había dejado su ausencia en la poza donde estaba naciendo. Y donde nacería una y otra vez mientras conservase la condición que humano y hombre lo hacía. Eso era su maldición, su orgullosa maldición.
Entonces comprendió que estaba haciendo el mismo paso tan repetida y cansinamente que no terminaría de desandarlo jamás, que lo desearía por siempre, y que estaría consumiéndose, vapor que regresa a la tetera, abdomen de abeja matándola matando, mientras se entendiese a sí mismo como lo que estaba hecho y derecho y que no podía ni podría negar, ni aceptar, por mucho que lo siguiese y siguiese haciendo por siempre jamás en tanto las cosas tuviesen ese olor a deseo y ese tacto a la calidez de la luz primera de su vida. El círculo nunca iba a terminar, y él seguiría queriendo, añorando, rogando, por el resto de sus días y noches.
O al menos hasta que encontrase una forma, de que su corazón valga la pena para quien no está condenada a esa condición, porque se sabe completa, no repetida, no cansina, y viva de verdad y no como repetido reflejo.