viernes, 15 de julio de 2011

Natalia






Escribo estas líneas ante un amanecer blanco, pálido, enfermo de su propia melancolía. Tan extenso es, y tan hondo ha calado en mi profundidad, en mi vida, que casi, casi he estado a punto de olvidar un poco el significado del porqué estás aquí, en el espacio profundo y destrozado de mis pensamientos, en la esquina última de mi mente.
Oh, Natalia, oh, Natalia, si tan sólo vieses hasta dónde llega la nieve. Si entendieras como yo, lo cruel que es que un sueño se haya hecho real mientras no lo estabas soñando. Acá está por fin la soledad por la que siempre luchamos, el blanco páramo de inextinguible belleza, de sempiterna y pura inspiración. Y desde acá puedo escribirte, con pura, dolorosa y envenenada intención. Allá está el barco, perdido más allá de las montañas, del color de vómito de las calles, más allá de la gente que hablaba, habla o hablará de lo extraños que somos, o que soy, o que tú no eres porque al menos tú no existes del todo y el demente soy yo. El viento canta un poco tu nombre, desde que te dejé partir, y me suena a mentira, al menos hasta hoy, hoy que el océano que me lleva a donde reposas me trajo este vaivén de sal, de pútrida enseña de verdad disfrazada, y yo he creído. Por suerte, al menos está nevando. Así puedo sentir algo al menos, de la falsedad que te fabricaba. El barco no está allá, después de todo, y tú no eres más un sueño, como lo eran estos copos que no cesan, y no cesan, y bailan, y danzan armándose de un coraje sobrehumano que destroza los frágiles y tan preciosos tesoros que son los hilos con los que está construida mi locura, mi obcecada enajenación. Con los que estás construida tú. Y he aquí que la danza, los susurros comienzan a cesar. Pronto comprenderé de nuevo tu realidad, así como en breve comenzaré a olvidar que la nieve, después de todo, es real, y no sólo el resultado final de la fábrica de mis memorias teñidas de falsedad que tanto te amarían y te aman, porque, ahora que termino estas líneas voy a esa nada, a ese barco, a ese más allá donde no hay más nieve y donde estás tú para consolarme por siempre el que esté incompleto y que no crea en mi propia existencia.