jueves, 19 de mayo de 2011

Maggot





Observando hacia su rostro gris y demacrado, podía ver un trágico sentido de comedia. Después de todo, estaba contorsionándose a un ritmo más que sostenido. ¿Era posible ver o percibir eso en medio de la oscuridad? ¿Era lógico acaso? Tal vez fuera meramente el bullir de la sangre atravesando los vasos rotos y sonriendo al exterior invisible e inexistente de ese pequeño universo de madera a medio pudrir y algo de tierra apestosa. Dónde estaba él, era difícil precisarlo, aunque algo debía decirle eso de que podía ver el rostro del cadáver. Claro, en todos esos años de experiencia sabía que el cuerpo muerto se retuerce bajo el influjo de sus compañeros, y puede que sus proporciones varíen enormemente. No era imposible que la cabeza, sonriente en su ignorancia, llegase a comprimirse y aparecer junto a su vientre. Él podría estar entre los genitales, devorando el corroído orgullo de un humano silvestre que por fin era lo que debe ser. O un músculo cualquiera, magro y grisáceo. Hasta un hueso. Los hilillos de sangre lo estaban rodeando, medio coagulados, gelatinosos y no líquidos.
Ahí él se topó con una zona más rígida, no tanto como un hueso. Sintió un débil palpitar luego de morder, y entonces extrajo su cabeza carente de ojos y faz, y observó en la oscuridad imposible de atravesar, un rostro que sonrió un poco.
Y entonces se habría encogido de hombros, de tenerlos en su tubular anatomía, y siguió adelante.
Algo de bueno tendría que tener comerse el corazón de un muerto.