sábado, 26 de febrero de 2011

Mirando hacia la Negación

Miro hacia una de las ventanas de esta habitación, y respiro un poco del aire que entra desde allí, o desde el más allá cuya imagen remeda la luz que entra por ese sitio.
Es esa luz la que me trae el recuerdo de una voz que alguna vez me dijo una palabra que significaba más que su peso y que simbolizaba algo que no podía reflejarse con la mera y pueril acción de vivir. Su toque me dice que esos recuerdos, los del cielo, los de la luna de esa tierra lejana, los de mi pequeño, no son una mentira hilvanada por mi mente para sobrevivir, aunque sea anegada por la profundidad de su locura.
En esa ventana, o mejor, en la visión de esa ventana, de su absoluto verduzco y brillante, soy yo de nuevo, la diosa del mundo de luz volátil donde todas las palabras significan amor, donde un destello es vida misma y la miseria es sólo una expresión sin sentido. En ese más allá puedo entender, comprender, por fin, qué es o era lo que significaba para mí ser una princesa encerrada en el cariño de seres a los que nunca conocí porque no existían y yo lo sabía, pero qué me importaba.
Allí, en ese exterior de disimulos puedo dejarme entender que esa ribera que no existía como tal, ni como playa, ni como remanso, ni como paz ficticia siquiera, descansa todavía el corazón oscuro pero repujado de aquel ser que vino de mí pero cuyo rostro no puedo recordar por más que lo intente, que llore o que muera por él.
Ojalá significase algo, esta muerte lenta y lánguida, si me pudiese llevar hasta allí y la mentira de mi vida fuese una verdad, así, aunque me transmitiese tan sólo un pequeño destello de esos rostros, de esas veredas, de esos pasos que nunca di, de la música que si escuché nadie más lo hizo porque mi mente la fabricó para que mi soledad no fuera otra enfermedad más poblando mi mente ya nublada y que se despide del ocaso que entra a través de la ventana de esta habitación, que remeda la luz del más allá, hacia la que miro.