sábado, 27 de febrero de 2010

Las Máscaras de Alicia (Parte tercera)









Ésa es tu amiga, ¿no?
-Era. La muy perra me abandonó esa vez… cuando te conocí.
-No deberías decirle así…
-¿Y por qué no? Si decía que me protegía, me trataba de hermanita y todo, y al final me manda a la mierda…
-¿Te ha pedido disculpas?
-Pues… sí… lo ha intentado, pero…
-Eso significa que comprende las consecuencias de lo que hizo. Mira, alguien puede ceder en un momento dado, incluso fallar, pero está en lo más profundo de uno el admitir un error, y más aún, arrepentirse de ello.
-¿Y qué con eso?
-Que no te debería resultar tan fácil juzgarla. Por un segundo piensa cómo se sintió ese momento. Cómo se sentirá ahora. Yo la veo triste, ¿acaso tú no?
-… Puede ser… Eso me hace recuerdo, Alicia, ese día,… ¿cómo llegué a tu…?
Me volteé para dirigir la última pregunta y ésta quedó colgando de la nada. La Otra había desaparecido y tan sólo estaba la calle gris que me llevaba al colegio. Al parecer Emily también había decidido llegar temprano, y cuando me acerqué, éramos tan sólo ella y yo, como en los viejos tiempos.
-¿Hola… también te putearon en tu casa y te estás escapando? –pregunté llegando a su lado.
-… Nada de eso, niña. Los cabrones de mis viejos prestan atención cuando son las notas nomás.
-Jajaja, por lo menos no se fijan, tanto, pero tanto, que te golpean casi todos los días…
-Jejejeje, qué negro… Vos y tus chistes de mal gusto…
-Emhhh… ¿Me vas a volver a pedir disculpas?
-¿Para qué? Si ya me estás hablando…
-Perra….

Así fue como decidimos olvidar lo que había pasado ese día. Someramente, ella me contó algo acerca de Andrés, cómo su familia luego había hecho un escándalo para con la de mi amiga, y luego de que ambas viejas se gritaran como estúpidas, el asunto terminó en nada, y el niño mimado tan sólo no regresó al colegio porque había usado la mala experiencia como excusa. Ambas nos encogimos de hombros, y luego de que ese día pasara, al siguiente, ella vino toda emocionada hacia mí y me extendió un papel un poco desgastado y de pésima calidad. Casi sabía de memoria lo que iba a leer. En palabras melifluas y vanamente agresivas, la banda de mi amiga una vez más trataba de parecer rebelde y malosa. Yo sonreí para mí. Los subordinados de Emily tocaban bien nomás, después de todo, y hasta una ignorante como yo veía eso. No me iba a perder ese concierto. Creo que fue la mejor señal de reconciliación que pudimos tener. Qué mejor manera de celebrar que las cosas habían do bien, después de todo. Sí… al fin y al cabo no la había perdido a ella, y además tenía esta nueva extraña amiga…

¿Y si?

-Emily… he conocido a alguien el otro día…
-Ésta chequeadora… ¿ahora quién te gusta?
-¡Cojuda! Es una amiga que conocí ese día…
-Ah, bien… pues… ¿por qué no la llevas a la tocada? Así me haces más barra…
-Mhhh… Puede ser, puede ser…
Ese día la salida estaba poblada de una luz cálida, como si la primavera extrañamente se hubiese ido adelantando. Emily se despidió de mí efusivamente y corrió hacia su ensayo llevando consigo esa guitarra que otrora tanto le envidiara. Mi amiga era alguien en quien podía confiar. Al fin y al cabo, La Otra había tenido razón en ello. Un lazo de amistad no se rompe con tanta facilidad.
La Otra Alicia… empezaba a preguntarme cómo rayos le haría para avisarle acerca del concierto, que caí e cuenta que tal vez sería incluso peligroso ponerla en contacto de más gente. ¿Qué sabía de ella, al cabo? Era una muy buena consejera, una persona también en quien confiar, pero de las veces que nos habíamos visto, lo que más recordaba era que asesinó a una chica frente a mí, y que tal vez incluso haya comido una parte de esa víctima… ¿No le daría por liquidar a alguien durante la tocada? Sabía que esa gentuza no suele estar muy atenta a sí misma y que luego alguien termine siendo carneado sería un problema, y uno serio…
-¿En qué piensas con tanta intensidad?
-… En canibalismo… eh…. ¡ah!
Acababa de replicar sin pensar, y al abandonar mi concentración el susto casi me hizo caer de espaldas. Dejé de mirar el suelo y al levantar la mirada, estaba ella, otra vez aparecida de la nada. Y ahora estaba justo a la puerta de mi casa, con las manos en los bolsillos y recamada pacientemente en la puerta.
-¡¿Qué estás haciendo aquí?! –pregunté nerviosamente. Lo último que quería era que mi viejo la viese a ella.
-¿Qué? ¿No puedo visitar a mi mejor amiga?
-… ¿Tu mejor amiga?
-¿Qué?, ¿Te avergüenza?
-No… es que yo…
-Bueno, ya que no entonces dame algo de comer. Muero de hambre.
-Ya. Pero te vas rápido… No quiero líos con mi viejo, ¿si? –esto último lo decía estando ya ambas en la sala. Yo husmeaba el refrigerador de mi papá (que él siempre me había dejado en claro que esa casa y sus cosas eran “de él” y nada mío), cada segundo me ponía más nerviosa. La última paliza, luego del incidente en el bosquecillo, aún mostraba sus secuelas. Claro, algunas marcas en mi espalda y en mis brazos. Pero no me lo quitaba de la cabeza. Siempre creí que me merecía todo eso. Por haber arruinado la vida de mi papá. Por no ser lo que él quería.
-A ver,… apresuremos las cosas... te tardas demasiado. Algo como comer no debería ser tan complicado, ¿sabes?
-¿Qué carajo haces?
-Preparo algo rápido… lo que no puedes hacer tú…
Mientras cavilaba en mí, la Otra habíase acercado al mesón de la cocina, y sin dudar, untaba una cantidad apreciable de kétchup en un pan que había horadado con las manos. Una vez hubo rellenado una cantidad apreciable, sin dudar fue comiéndoselo. Entre la perplejidad de mi mirada también se entrevió un diminuto escalofrío, quizá producido porque la imagen de la sustancia roja brotando del pan se me hacía algo… conmemorativa.
¿Acaso cada vez que nos viéramos iba a ser derramado algo rojizo y pastoso? Algo me decía que iba a volver a ver esas mismas manchas en sus labios, pronto.
-¿Qué tanto me miras? ¿No vas a comer?
-Emmhhhh… mejor no. No tengo hambre. ¿Cuánto rato te vas a quedar?
El kétchup seguía derramándose de a poco.
-En serio estás apresurada porque me vaya, ¿no? ¿Tanto miedo le tienes a ese viejo infeliz?
-¡No has visto lo que hace…! Yo… yo no quiero problemas… no más…
-No deberías no sólo no querer los problemas. No deberías tenerles miedo. En última instancia, aquello que te causa problemas debiera desaparecer. Es el mejor modo de vivir, créeme.
-¿Y cómo me deshago de mis problemas? Estoy changa todavía… Recién saliendo de colegio me voy a poder ir de esta casa.
-No te dije que huyeras. Te dije… -la mirada de ella iba poniéndose más y más siniestra. Justo en ese momento volvió a tomar en sus manos el cuchillo con el que cortara el pan y lo blandió, amenazante, demoníaca casi, ante mí- Te dije que lo que te causa problemas debiera desaparecer…
Estaba aún yo, pasmada, intentando comprender lo que quería decirme, cuando la puerta de metal resonó con fuerza. Mi viejo. Y ella seguía en su casa.


-Mierda… escóndete… haz algo. No te tiene que ver aquí…
-Bah… dale, sigue viviendo en temor, niña.
-¡Pero ya! ¡Escóndete!
-Bueno… ¿dónde es tu cuarto?
-Es allá, asando el pasillo. Mira, voy a ir a atenderlo a mi viejo y tú te vas ahí y me esperas, ¿ya?
-Sabes que voy a hurgar tus cosas…
-¡Sólo vete!
Creo que luego mi viejo me soltó un bofetón o algo así, después de ver el desastre que estaba en la cocina, pero a mucho más no pasó. Estaba un tanto mareado y eso me beneficiaba, pues le bastaba con comer algo y luego dormiría hasta el día siguiente.
Sólo después de un rato de duda me dirigí a mi cuarto. La sensación de temor no desaparecía tan fácilmente. ¿Qué quería decirme ella?
¿Deshacerme de mis problemas?
¿De mi padre?
Pero, aunque quise preguntárselo, quitarme la incertidumbre… al llegar a mi habitación ya no había nadie. Busqué por todas partes, bajo mi cama, detrás de la cortina, en mi ropero incluso.
Nada.
Lo único que me quedó fue mucho para pensar esa noche. Y encima no le había podido decir de la tocada.
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El sábado llegó rápidamente. No volví a ver a la Otra durante todos esos días, y pese a todo, eso me tranquilizaba mucho. Cuando llegué al antro donde Emily tocaría, pues… creo que durante un buen rato me sentía joven de nuevo. Niña, incluso. Ese tipo de reunión social de estereotipos tenía ese poder sobre mí. Desde antes, a las pocas tocadas que iba las veía como si fuese a una guardería a jugar con pelotas de colores en una piscina. El tráfago brutal era sólo un juego, y la banda venía a ser el ambiente del parque. Poco me importaba el que algunos asquerosos ebrios alguna vez hubiesen intentado abalanzarse sobre mí. Era fácil evitarlos, y a la postre, parecía parte del juego.
Apenas si pude dirigirle un saludo a mi amiga. Ella andaba ocupada consiguiendo que el sonido se oyese bien, y arreando a su baterista, que tenía más ganas de embriagarse que de prepararse para el concierto. Mientras, la primera banda iba tocando. Su estilo era un death metal más bien mediocre… por redundante que suene eso. Fue allí, mientras me distraía mirando a los chiquillos que se entornaban contra el escenario, que divisé una silueta que se me hizo familiar.
Esa pinta desgarbada, ese porte enfermizo, la estatura más bien elevada, y más que nada, el peinado.
Allí estaba Andrés.
Momento… ¿le tenía miedo a volver al colegio y sin embargo se hacía presente en un conciertucho de poca monta? Bueno, no tenía mucha lógica, a menos que consideremos que el chico era en extremo mimado. Sentí un poco de rabia al verlo, así, despreocupado, como si nada hubiera pasado. Luego de esa mañana en el bosquecillo él habría regresado a casa y sus padres lo habrán mimado ridículamente, pensando en si no terminaría como su cobarde hermano. Y yo… yo regresé a casa luego de casi morir, para que el bastardo de mi padre me golpeara a su antojo, sin siquiera preguntarme antes si estaba bien…
La banda de Emily comenzó. Era lo de siempre. Su hardcore metal juvenil y plagado de mensajes revolucionarios. Sus letras decían mucho, mucho sobre la conciencia que deberían adquirir nuestras juventudes, en contra de los prejuicios, de la influencia nociva de las generaciones anteriores. Hablaba de la mierda que es el mundo, y yo, mirando hacia el chico que me había abandonado a un destino que podría haber sido mortal, mientras él hacía un mosh des estresante y juguetón, yo me di cuenta cuánta razón tenía. Lo poco que se conoce del mundo es en su mayoría hipocresía sin valor.
Pero igualmente iba a aprovechar el ambiente. Esquivé un par de codazos con presteza, y cuando estuve cerca, él aún no me había notado. Y no lo hizo sino hasta que levanté mi puño en vilo y lo estrellé con brutalidad contra su nuca.
El muy infeliz se encogió un poco y luego, a medias sonriendo volteó. Sin embargo, cuando me tuvo en su línea de visión todo cambió bruscamente. El desenfado que había visto en sus ojos hacía unos minutos nada más desapareció por completo. La mirada que me dio infundió miedo en mí, no puedo negarlo. Parecía un animal apaleado, rabioso, a punto de lanzarse contra sus torturadores.
Y así, con los ojos inyectados en sangre, él usó toda su fuerza bruta (que sí tenía, al cabo), y de un empujón me lanzó al suelo, con él sobre mí.
-¡¿Dónde carajo estabas?! ¡¡¡¿Cómo saliste de ahí?!!!
-No te entiendo… suéltame, cabrón…
-Ese día… deberías haber muerto… mi hermano,… él…
Algo de saliva correaba, como dibujando espumarajos, desde las fauces de mi atacante. A todas luces, esto parecería sólo el asedio de un borracho en medio del mosh. La gente alrededor nos miró un instante nada más para luego continuar con la confusión.
-… Mi hermano… nunca me contó… tú… dime… ¿qué había ahí dentro? ¡¿Qué había?!
-No sé… ya quítate... Me estás lastimando…
-¡¡¿Qué mierda me importa?!! Quiero saber qué estaba en ese lugar… ¿Qué lo cagó a mi hermano? ¡¡¿Qué era?!!
El aliento de Andrés y su misma presión comenzaban a sofocarme. Su aire enloquecido no disminuía. Sus rodillas estaban bien emplazadas sobre mis hombros, tanto que mis huesos comenzaban a resentirse Nunca fui una chica vigorosa, ý no podía aguantar algo así.
Fue por eso doblemente un alivio cuando algo golpeó con salvajismo la cabeza de Andrés, lanzándolo hacia un lado. Vi vagamente una sombra que iba tras él y de un solo empujón, incluso pasando a través del resto de la gente, lo estrellaba atrás, contra el bar…
-Te me vuelves a acercar y te saco la piel a pedazos, hijo de puta…
Esa helada voz ya la había escuchado. Antes, alguna vez me otorgó paz, me reconfortó. Me enseñó a darle valor a una muerte.
Allí estaba La Otra. Y una vez más, todo se lo debía a ella.
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De lo que siguió, esa noche, no puedo recordar mucho. El ataque del chico me había afectado más de lo que parecía. Mi mente estaba un poco nublada. Habrá sido la mezcla del miedo, el estrés de todos esos días, y quién sabe qué más… El infeliz pudo escapar, y apenas lo hizo, La Otra me levantó con un gesto tierno pero nervioso, y de la misma forma, me indicó que la siguiese.
Nuestra caminata fue larga, y yo volví a hablar sólo cuando vi que íbamos internándonos más allá de la ex terminal de trenes.
-Esperá… ¿Adónde estamos yendo?
-A mi casa, ¿dónde más?
-… No… ahora no vamos a entrar al bosquecillo… es de noche…
-Ay, por favor… ¿Qué dices? Es mi CASA… no va a pasar nada. Ahí vas a estar más segura que acá afuera.
-Pero el imbécil ya se ha ido… no hay porqué…
-Shhh… Conozco a los de su ralea. Ese cojudo ya tiene el seso frito. No te va a dejar en paz. No quiero esperar a que aparezca de la nada en tu casa y te esté haciendo algo.
-Pero… entonces… él sólo quiere saber qué había ahí en tu casa… ¿por qué no me dices? Con eso creo que lo puedo dejar tranquilo…
Las sombras de los primeros árboles nos cubrieron, y de pronto, ya no pude ver su rostro, oculto como siempre, debajo de esa capucha, ahora, más cobijado que nunca, con una sombra más grande, la de la noche, sobre ambas.
-Te lo diría… -replicó, en un tono que nunca le había escuchado. Su voz sonaba como un eco distante- sí, te lo diría, pero… ahora no voy a poder.
-Pero… ¿Por qué?
-Porque estás durmiéndote, mi querida Alicia…
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Extraños sueños entretejiéndose, formando un lienzo de consistencia incomprensible, plagado de voces venidas de sitios incognoscibles, de hoyos profundos en lo recóndito, allá donde la conciencia huye, donde quedan sólo cadáveres de cordura. Sueños fragmentados, dotados de maldiciones innominables. Pesadillas, de aquellas que se extrañan cuando uno recobra la visión del mundo vigil.

Al despertar, otra vez observé el ya conocido panorama. Un pastizal bajo, ralo y demacrado. En lo alto esos troncos delgados y enjutos, y el aire de ese amarillo macilento.
Mis pies estaban muy adoloridos. Mi cuerpo entero tenía reflejos de cansancio terribles. Pero, aún a pesar de ello, no pude evitar dar una mirada alrededor. Más allá, mucho más lejos, creí reconocer la silueta borrosa de esas tumbas que señalaban la proximidad de la casa de mi captora-rescatadora.
Al final, sólo me quedó un suspiro pesado, y la conciencia de que debía volver a casa, y más aún, de que me iba a ir mal allá.
Y de qué forma…
Nunca había visto a mi viejo tan furioso. Bramaba al tiempo que tomaba ese maldito cinturón de siempre y o azotaba contra mi espalda. Oí las palabras clásicas.
Escuché de nuevo, cuán desgraciada era la vida de mi padre porque yo nomás le había quedado. Lo poco que valía su hija. Que estaría mejor con mi hermano. Que debería haberme muerto nomás, después de nacer. Por milésima vez debí reconocer la frase ésa.
“Tu madre te debería haber abortado, carajo”
Creo que la paliza duró hasta entrada la tarde. Él sólo se detuvo porque tenía que salir.
Luego me quedó la rutina de siempre. Ponerme ropa holgada, lo más posible, para evitar roces con las heridas. Prepararme un poco de café, que extrañamente me daba una sensación de alivio, y al final, tomarlo en mi sala, con la vista hacia la nada.
En esos momentos, yo solía meditar en silencio sobre todo lo que mi padre decía cuando me golpeaba. Casi, casi siempre, terminaba llorando, pensando en que tenía razón. Después de todo, si mi madre no me quiso consigo, y ahora que estaba con él, él tampoco me quería, entonces ¿para qué estar en el mundo? ¿Para qué había nacido?
Sólo que, esta vez, mi silencio fue más penetrante. Mis pensamientos no fueron tan oscuros. Tan sólo fueron… extraños. Estaba más el espejismo del recuerdo de mis sueños. Y más incluso, una sensación de alivio, porque sabía que en alguna parte, una criatura extraña e incomprensible se preocupaba por mí. Me había metido en problemas, por segunda vez, pero…
El timbre sonó.
Salí de mi ensimismamiento rápido. Podría ser mi padre, que volvía más temprano. Enjugué con rapidez mis lágrimas y me abalancé sobre la puerta.
-Hola. –Dijo en un tono natural, La Otra, la Alicia del bosquecillo- ¿Qué tal dormiste?
-Yo…
-¿En lo que piensas me dejas pasar? Tengo hambre…
No pude replicar nada. No la pude detener. Ella fue a paso rápido hacia mi cocina y al cabo de un rato nada más regresó con otra vez el pan lleno de kétchup.
-¡Qué bien! ¿Puedo? –preguntó al tiempo que sin esperar a mi respuesta tomaba la taza donde estaba mi café y tomaba casi todo de un tirón- Esto siempre me tranquiliza… ¿sabes?
-… ¡¿Qué estás haciendo aquí?! ¡Esta mañana ya me he hecho pegar con mi viejo por tu culpa!
-¿Crees que no lo sé? –dijo ella, aún sin mostrar signos de preocupación- No habría venido si no estuvieses en problemas que no puedes, o no quieres resolver, como siempre…
-¡¿Qué?!
-Mírate, mira el estado deplorable en el que estás… tu pose encorvada por las heridas, tu mirada preocupada y vacía,… el mismo tono de tu voz, débil de convicciones… eres frágil y todos a tu alrededor han aprovechado eso… eres una víctima que goza viviendo como tal…
-Deja de joder con esas cosas… ahora no es momento…
-…¡¿Cómo que no es momento?! ¡¡Anoche tu vida estuvo en riesgo y a ese malnacido que llamas padre ni siquiera le importó saber eso!! ¡Sabes tan bien como yo que te golpeó porque anoche no había quién le sirva su comida de mierda!!
Al proferir estos últimos gritos, la mirada del ojo único que me mostraba esta mujer se hizo cristalina, casi de hielo mismo. Todos los nervios de mi cuerpo reverberaron, como si la misma ira que ella sentía fluyera en mí. Cerré un poco mi puño derecho, presa de una indignación que antes jamás creía capaz en mí. Apreté los dientes con fuerza y bajando la cabeza, derramé un par de lágrimas.
-Ya estás bajando la cabeza de nuevo… creo que vas a tener que conocer tu lugar en el mundo por las malas…

Hubo un sonido en la puerta de calle.

-¡Alicia!

-¡Es mi viejo! ¡Escóndete rápido!...
-…Por las malas entonces…
-¡Ya pues!... ¡vete!...
La Otra dio un pequeño saltito hacia atrás del sillón y se esfumó hacia los pasillos de atrás en un parpadeo. Yo tomé la taza como si la estuviese recogiendo, y entonces llegó ese hombre.
-¿Dónde estás? ¡Tanto te grito para que me ayudes con esto en la entrada y ni apareces! –mi viejo llevaba una bolsa negra, de ésas de basura, que parecía tener una carga pesada, de un olor penetrante. Claro, era sábado… Ese hombre tenía la costumbre de comprar provisiones al por mayor, y al parecer esa tarde la había aprovechado para hacer mercado y llevar carne, mucha carne a la casa.
Yo me abalancé sobre esa bolsa, y casi arrebatándosela de las manos, la llevé hacia la cocina.
-¡Prepará un café, ¿ya?!
Él se había aposentado del sillón donde segundos antes estuviese La Otra. Respiraba con pesadez, como todas las personas con sobrepeso. Yo me apresuré, llené de agua la caldera, y entonces recordé que La Otra había dejado su extraño sándwich en la misma mesa, frente a donde estaba mi padre. Encima de todo, no quería un puteo más por estar dejando comida por todos lados. Era algo inocente, pero hasta a eso le temí en ese momento. ¿Dónde estaba La Otra Alicia?...
-¿Qué mierda es esto? –dijo él en cuanto salí de la cocina. Sí, como cabe suponer, él había intentado darle una mordida al pan lleno de kétchup y la sensación posterior era bastante desagradable…
-…Es… no estaba encontrando nada en la cocina…
-No me jodas… ¡Te dejo el refri lleno para que no tengas que estar sonseando como siempre! ¡Te la pasas haciendo chistes cojudos como éste y encima te pierdes cada vez! ¡Ya me hartas! ¡Por qué nomás no te habrá llevado tu madre! ¡¡Esa cojuda debería haberme dejado a tu hermano!! ¡¡Él sí valía algo!! ¡¡Me he quedado con lo peor de la familia!!
Yo no escuchaba. Había quedado en mí, un poco del germen de rabia que me dejara la otra. Por eso quizá miraba de una manera distinta hacia ese sitio, donde ya no sólo estaba mi viejo, sino Ella también, que brotaba con sigilo, casi con apariencia cómica, desde atrás del sillón. Me miró con una sonrisa maliciosa, y entonces me mostró el cuchillo de cocina con el que había preparado ese sándwich. Lo señaló, y diciendo con los labios, como entendí, me dijo en tono cómico:
-…Más kétchup…
Sólo ahí recobré la conciencia. Mis ojos se desencajaron por el terror. Mi padre debió haber creído que estaba asustada por sus palabras. Gritaba más incluso, pero yo ya no oía nada. Sólo miraba la lenta trayectoria de la hoja ya manchada, hasta que chocó con la boca abierta de mi padre, haciendo restallar su lengua en una roja explosión, y con tanta fuerza que la punta del cuchillo brotó por debajo de la quijada.
Pero no murió de inmediato. El corte le quitó toda respuesta consciente, eso sí, especialmente debido al shock y a la pérdida tan repentina de tanta sangre. No me imagino cuánta habrá tragado… La Otra se recamó un poco más en el respaldo del sillón y con esa mirada demente, me dirigió un gesto extraño, y entonces, salvajemente, aplicó más presión sobre la bullente herida.
La cabeza del viejo, impelida por ese empujón, descendió hasta quedar mirando el suelo.
-Así ve el mundo tu hija… Siente cómo es mirar el piso... ¿entiendes lo que le has hecho?... viejo de mierda… ella merecía todo tu amor, no porque se lo tuviera que ganar, sino porque es parte de ti. No es tu derecho, ni tu obligación, sino tu deber el amarla. El tan sólo haber hecho que un minuto de su vida tuviese valor. Eres un pedazo de porquería… toda la frustración de tu fracasada vida se lo endilgaste a ella, a una chica tierna e inocente, que de no ser por ti habría sido luminosa y feliz…
¿Mi padre entendía algo? Yo lo escuché intentar lanzar un balbuceo, pero la carencia de lengua hacía imposible entender nada. Yo ya no tenía idea qué pensar, qué hacer…
-¿Vas por lo menos a pedirle disculpas antes de morir, cabrón?... Así creo que podría tenerle respeto a tu cadáver luego… -Silencio- ¿Nada? Bueno,… entonces creo que mejor aceleramos la cosa.
Ella casi se encimó en él, y haciendo una presión terrible, hizo que el cuchillo se rompiese en varios pedazos, al salir por un lado de la quijada, quebrándola ésta también y haciendo que el borbotear de sangre se hiciera un torrente.
Sólo entonces pude reaccionar. Como la vez anterior, a la luz de la masacre no me quedó más que lloriquear un poco, caer de rodillas y seguir mirando el cuerpo sin vida. Puse mi cabeza entre mis manos y comencé a temblar. Ella no me esperó. Apenas el cuerpo dejó completamente de moverse, se fue, y tras un trajín afanoso regresó con un atajo de periódicos, los que dispuso en el suelo, detrás del sillón. Jaló el cuerpo descoyuntado hacia ese lado. Fue una suerte que lo hiciera, porque así por lo menos sólo tuve que escuchar, no ver, cómo Ella iba extrayendo la carne del cadáver.
No sé cuánto habrá tardado. Imaginé cada movimiento, cada corte, cada extracción, cada limpieza de hueso. Sólo al final su silueta apareció de nuevo sobresaliendo del sillón, y sin mediar palabra alguna, me indicó que la siguiera. Ella llevaba esas dos bolsas negras. En una repicaban los huesos. En la otra, más voluminosa, estaría lo aprovechable del cuerpo… Ella era una figura extraña y de caminar desviado, seguida por una casi niña de mirar enjuto y de paso aún más temeroso. Debimos parecer escapadas de nuestra casa.
Así fue que fuimos remontando el camino de la autopista, rumbo a alguna entrada del bosquecillo. Yo no decía nada. Tan sólo observaba esas bolsas donde estaba lo que un día fuera mi padre. Observaba y tenía una sensación que me causaba repulsión. Una sensación, no sé si habrá sido de alivio, o mera tranquilidad, da igual, de todas formas me la reprochaba.
De pronto, ella se detuvo.
-¿Qué pasa? –pregunté.
-Pequeña Alicia, sabes cuál es mi misión, ¿no es así?
-Emmmhhh…
-Yo tan sólo quiero librar a aquellos inocentes del destino que sufren en el mundo. Ésta es la primera vez que asesino a un culpable por la misma razón. He hecho justicia,… pero mi víctima ahora era el culpable de todo… no puedo tenerle respeto. No puede estar en esas tumbas, las que he preparado para mis ángeles. De hecho, este montón de mierda no se merece reposar siquiera…
Y dichas estas palabras, ella cerró los ojos significativamente, y lanzó la bolsa de huesos hacia la vertiente del río. La bolsa desapareció en segundos, entre el agua sucia y los desperdicios.
Yo tan sólo miré la escena mientras un rictus de dolor me acompañaba. Tenía un poco de creencias hacia supersticiones comunes, y como cualquiera sabía que un espíritu que es llevado por las aguas nunca encuentra la paz. Ella debió notarlo, pues me dio la espalda, con un gesto de molestia, casi.
-Tienes los nervios demasiado rotos para acompañarme… mejor vuelves a tu casa.
-Yo…
-Vete. Ahora no quiero verte. No has podido siquiera agradecerme…



Continuará

viernes, 19 de febrero de 2010

Las Máscaras de Alicia (Parte Segunda)






La mañana en que fuimos a los túneles estaba plagada de una sensación nerviosa de la cual no podía librarme. Mil veces, mientras ascendíamos por las pequeñas estribaciones vallunas, me pregunté por qué había ido. Mucho del encanto por ese chico ya se había perdido, y francamente, incluso antes de que me contase lo último, aquello de su hermano, yo ya tenía miedo de aquel lugar.
Sin embargo, la imagen que creábamos distaba mucho de ser macabra. Tan sólo tres adolescentes paseando despreocupadamente por el bosquecillo paceño. Cualquiera, al vernos, habría dicho que ellos dos, Emily y Andrés estaban yendo a probar su sexualidad recíprocamente, y que yo los acompañaba, sólo por si acaso.
Y es que ambos se veían tremendamente afines. Yo no tenía casi de qué hablar con ellos, que se perdían en sus discusiones acerca de bandas de metal, hardcore y otros. Mis conocimientos en música eran bastante limitados, y entre otras cosas, si terminaba nombrando algo, por decir, de Paramore, ambos se voltearían y se burlarían de mí con ganas y merecimiento.
Hasta que vi algo extraño, desdibujado con extrañeza a lo lejos.
-¡Pst! Andrés… ¿Qué es eso?
-Ah… ¿ya viste las tumbas? Entonces estamos cerca nomás
-¿Tumbas? –Dijo Emily, con una ceja en ristre- ¿Y de qué son? Aquí entierran los maleantes a sus víctimas, ¿no?
-La verdad no sé… mi hermano me dijo que son de perros de los pocos que viven por aquí… sólo que… hay muchas y…
-¿?
-No,… nada… ¡miren! ¡Allá está la entrada!
En efecto, bajo el sol que afloraba, bajo el follaje inhóspito de los casi amarillentos eucaliptos, entre el pasto revuelto una oquedad pequeña, misteriosa, abría un surco negro en todo. Apenas si estaba enmarcado en una estructura de cemento que la hacía incluso más siniestra. Cuando nos acercamos, percibí un tufo extraño del sitio, no algo que pareciera venir de cadáveres, sino más bien de excreciones innombrables.
-Ya… hay que buscar dos amas para los lados…
Andrés comenzó a caminar alrededor husmeando el suelo. Emily y yo, alternativamente, miramos el hoyo y a nosotras.
-¿Estás segura? No quiero que bajes si te da miedo, Alicia…
-Estoy bien… -repliqué desviando la mirada. No quería mirarla. No quería mirar el hoyo. Una sensación nueva, mezcla de expectativa y miedo se apoderaba de mí. Sí, tenía miedo, pero algo más allá del simple orgullo me obligaba a descender. Iba a hacerlo. Es más. Quería hacerlo cuanto antes- ¡Andrés! ¿Para qué son las ramas?
-Es que hay partes del túnel que son más anchas, o entradas que uno no ve. Vamos a ir rozando las paredes para no desubicarnos y seguir recto. Y también para tocar algo si encontramos.
-A que nos topamos con un perro muerto, máximo… -dijo mi amiga, que comenzaba a mostrarse harta.
De pronto, el chico se acercó a nosotras, y sin más ceremonia, me guiñó un ojo y nos tiró un par de ramas a cada una y se internó en la oscuridad a través de la escalerilla de metal.
Del viaje conservo muchos recuerdos, pero todos están envueltos en la misma cáscara confusa. El hedor se hacía tan sofocante que parecía que nublaba la vista. Yo iba al final de la fila, delante de mí estaba Emily, y encabezando, Andrés con la linterna. La luz que éste emitía se me hacía como una pequeña estela brillante en un mundo pútrido de una profundidad inconmensurable.
A los lados, en las paredes, diversos símbolos se entremezclaban. Eran de tan diversas índoles y escritos de tantas formas, que su mera visión resultaba una imagen aleatoria y casi demencial. Aquí y alá lograba ver lo que quedaría de algún grafiti de alguna pandilla que seguro pulularía por esos lares, así como también simples marcas largas, como de uñas rasgando. El confuso tono rojizo de éstas me estremecía. Había también simples sentencias escritas, de todas las calañas. Debí haber visto una buena cantidad de enseñas de amor, escritas entre corazones dibujados quién sabe de qué formas.
Me encogí de hombros del asco. No estaba en mí imaginarme con alguien que quisiera, dejando una estampa en un lugar así.
Emily estaba muy callada. Sólo después de mucho rato volvió a hablar.
-¿Saben? Este lugar estaría de la puta para filmar un clip de mi banda.
-Jeje, luego van a quedar malditos, ustedes…
-No jodas, cabrón. Aquí no pasa nada. Tanto rato caminando y apenas si he visto rocas y me he ensuciado los zapatos. En la próxima salida nos vamos, ¿ya?
-Bah, seguro te estás asustando. Primero tenemos que llegar adonde se derrumbó esa pared…
-Sí, claro… seguro ni te acuerdas bien…

Ellos dos seguían discutiendo y yo apenas los escuchaba porque de tanto observar a los lados y atrás había caído en cuenta de algo.

-Oye, Andrés, pero las paredes son de cemento… esto es como un tubo… ¿Cómo va a derribarse algo así?...

Y ahí fue, antes de que ninguno de los dos pudiese responderme, que escuchamos, a través de todo, un sonido que nos hizo estremecer a los tres. Era como un pitido ligero, que se oía tanto más distante como macabro, pues ninguno podíamos imaginar a qué se debía. Miré a Emily, quien tenía la misma cara de intriga que yo, y ambas miramos hacia nuestro guía.
-¿Andrés? ¡Andrés!
¡ANDRÉS!
Emily se encaramó como pudo hacia delante. Por más que golpeaba la espalda del chico, éste no reaccionaba. Yo no veía nada. No veía nada… Y el pitido seguía.
Y de pronto, mi amiga soltó un grito horrible, que resonó por todo el lugar como penetrando la oscuridad con un puñal.
-¡¿Qué mierda es eso?!
Yo intenté mirar, pero ambos me bloqueaban la visión. Mi amiga temblaba, temblaba toda. Hubiese querido ver sus rostros. Nunca sabré las expresiones que tenían.
El pitido se hizo un poco más profundo, y entonces, repentinamente, escuchamos un chapoteo muy a lo lejos, detrás nuestro.
Eso debe haber sido como una señal, pues al oírlo, Andrés llevó sus manos a la cabeza, y sin esperarnos, comenzó a correr como poseído. Emily casi cae toda entera, pero pudo seguir tras de él. Yo, aún ignorante de lo que pasaba di un paso delante, casi cayendo y entonces también lo vi, pese a la oscuridad.
Los dedos afloraban un poco del limo oscuro y pútrido. En sí, la palma no podía verse, pero sí el extremo de la muñeca seccionado.
A la visión del miembro mutilado, perdido en un mundo donde sólo había oscuridad y suciedad, donde el único sonido era un silbido anómalo y donde se volvía a escuchar el chapoteo del principio, una parte de mi cordura huyó hacia la nada, justamente de la misma forma que yo grité y me eché corriendo hacia delante.
Creo que llegué a ver un poco aún de la luz bamboleante que todavía llevaba Andrés consigo. Él, como todos corría sin un sentido en claro y apenas si lograba enfocar su linterna hacia algún lado.
Mis pies salpicaban por todos lados la sustancia negruzca, mezcla de desperdicios, agua, y quién sabe, por lo visto sangre también. De alguna forma mi mente consiguió reorganizarse un poco y dirigí mi mirada hacia atrás. Ahí fue que escuché de nuevo el silbido, casi junto a mí, como algo corpóreo. No pude evitar seguir mirando hacia atrás. Así fue que, corriendo sin ver hacia dónde iba, choqué contra una de las paredes, ya que habíamos llegado a una estribación del túnel.
Allí todo, todo se convirtió en pesadilla, pues la luz de Andrés se perdió por completo, y ya no los volví a escuchar más, y mi cuerpo, impelido por su propio peso, derribaba una estructura que yo creía debía ser sólida.
Un estruendo de una naturaleza inidentificable me rodeó, y ya sin poder soportar más, perdí la conciencia.
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¿Dónde está uno cuando todo lo que ve a su alrededor es oscuridad? Si no pudiésemos darle nombre a un sitio, ¿éste existe? Si no pudiésemos confrontar el terror de no existir, sumidos en la penumbra absoluta, ¿nosotros existimos, o somos tan sólo un reflejo de algo que no podría ser?
Creo que vomité apenas desperté pues seguía acuciada por el pánico. En efecto, la oscuridad se había hecho completa. Doquier que mirase, no quedaba nada que pudieran señalar mis ojos. Se sentía tan ingrávida, tan antinatural esta oscuridad que su mera certeza me producía escalofríos.
No sé cuánto tiempo pasó. En un principio, y sabiendo cuánto ha pasado desde entonces, no quisiera imaginarlo. Quiero conservar los escasos retazos de cordura que aún poseo.
Fue en esos aciagos instantes que comencé a ver, como si estuviese siendo partícipe de alguna mala película de suspenso, algunos fragmentos de mi vida. Recordé la mañana siguiente a la noche en que mi madre nos había abandonado. Los días que siguieron, con mi padre rugiendo cada vez más fuerte, amenazando al mundo entero. La rabiosa sensación de vacío, exacta, idéntica a del abandono de este lugar…
Y de pronto otearon ante mis oídos las palabras que tanto me decía mi padre cual salmodia eterna, repitiéndolas para que yo las adoptase como verdades absolutas.
-…Ya me decía mi viejo… papá…. ¿no debía existir entonces? ¿De verdad?… Entonces… ¿Pertenezco a este vacío? Soy sólo una sombra… me has dicho bien… era la hija que no querías… era… era el desperdicio de tu matrimonio… la muestra de lo poco que ha importado esa mujer…. La perra de mi madre… cómo la odio. Me ha dejado contigo…. Ni siquiera ella me quería… ni siquiera ella. Ni siquiera nadie. Nadie me ha querido consigo… Nadie ha querido que exista… No debería… no debería existir…
Llegado a este punto me había acurrucado en lo que podría haber sido una pared, aunque sólo el tacto me lo decía. Y en tanta desesperación, en tanta desolación no pude hacer nada más que recamarme sobre mí misma y llorar quedamente, repasando, como han leído, aquellas direccionales que regían mi vida. Aquellas según las cuales yo estaba viviendo una existencia que ni merecía.
Y quizá por eso la sorpresa no fue tan grande cuando un rectángulo de luz mortecina, de tinte rojizo, se hizo de repente, hiriendo la oscuridad, y dibujando sobre sí una silueta de forma indefinible. Apenas si la miré. Tan sólo pude escuchar unas palabras que no parecían venir de ningún lugar.
-¡¿Qué mierda estás diciendo?! –dijo, sin tono, casi sin indignación- Te estás echando culpas que no te pertenecen… aquello que tus padres hicieron contigo, desde el principio ha sido un ataque. Quienes no merecen el cariño de nadie son ellos. Tú existes, y nadie debía darte permiso, ni nada por el estilo. Tú eres tú, y tus padres tan sólo te dieron carne para que lo fueras. Y esa carne es de poco valor, si consideramos lo que hay dentro.
Ahí, después de oír estas casi indescifrables sentencias, fue que erguí mi mirada. La silueta se acercó a mí un tanto y sólo entonces tuve el conocimiento de que era humana, o por lo menos eso podía simular. Y la figura, aún envuelta en sombras se acercó incluso más. Tanto se aproximó, que tuvo que arrodillarse para ponerse a mi nivel, y un poco de un fulgor extraño e inmaterial se derramó, desde su único ojo visible, hacia los míos. Había algo de confort en esa mirada. Algo de candidez que me trastocaba íntegramente.
-Deja de sentirte un parásito… -me dijo, con una voz que tenía demasiado de la de una madre- deja de sentirte un estorbo. Si tus padres nunca te quisieron, qué importa. El amor de personas así es más un insulto que algo que añorar. Eres joven. Hay demasiado ahí afuera que tienes que ver. Demasiadas cosas por las que tienes que vivir. Ahora, tan sólo levántate. Usa tus piernas, que por algo las tienes…
“Eso… levántate. Dame tus manos. Piensa un poco. Tu vida te pertenece, y sólo a ti. Mereces existir, no porque alguien te lo tenga que decir, sino porque eres tú…
“Ahora, ven conmigo… Ven, que te reconfortaré el espíritu que tienes que hacer crecer desde hoy…

¿Cómo podía no haber seguido a esa sombra sin forma ni nombre? ¿Cómo podía rechazar a las primeras palabras que se me dirigían, quizá en mi vida, que tenían algo más que sordo desprecio?
Fue por eso que no me sentí extraña cuando abandonamos esa especie de depósito, cuando nos dirigimos a lo que era algo así como un comedor extraño, con sólo una mesa por toda mueblería, dos sillas y un mantel blanco. En una de esas sillas tomé asiento, y como me lo indicara mi anfitriona, que al fin y al cabo tenía forma y voz femenina, esperé hasta que me llevase algo de comer.
Debe haber sido la comida más deliciosa que probé en mi vida. Tan sólo algo de carne suave, un poco de arroz y unas verduras. Ella comió conmigo, y durante todo ese tiempo, aunque devoré, no desvié la mirada, y seguí observándola.
Su apariencia era tan rara como su naturaleza en sí. Su atuendo tenía tanto de terrenal que me desubicaba incluso más. Tan sólo unos pantalones parduzcos, anchos y desvaídos, y sobre ellos, un canguro negruzco, con la capucha totalmente cerrada sobre su cabeza, excepto una pequeña abertura por la cual se veía la mitad de su rostro (la otra mitad la cubría su espesa cabellera negra), y en éste, un ojo de mirada extraña, casi indescriptible.
-Eh… ¿amiga? –intenté comenzar a decir, sin saber aún cómo referirme a ella.
-¿Mh?
-¿Dónde estamos? Me he caído en el túnel… ¿Estamos en el túnel todavía?
-¿Túnel? Un espacio de transición, eso es a lo que te refieres, presumo…
-No… decía el túnel del bosquecillo. Nos metimos en la mañana, y mis amigos…
-Escaparon… escaparon de la transición. Te dejaron sola para que la enfrentases.
-¿De qué estás hablando? –ya comenzaba a sentir un poco de inquietud por la situación. Después de todo, a cada momento más y más parecía una simple loca esta mujer. Podría intentar hacerme algo- ¿de dónde me has recogido?
-Tú nunca te callas, ¿no?
-…
-De donde te recogí era un lugar donde no merecías estar, y te he traído al sitio donde nadie está. Estamos encerrados en paredes inexistentes, construidas por nuestra mente obsesionada con una imagen física… en este lugar hay un vacío cuántico. Aquí nada es, pero todo lo es a la vez… ¿entiendes?
-No. Nada… Pero… por lo menos… dime quién eres… ¿Cómo te llamas?
-¿Un nombre? Bah, qué banal. Si quieres algo como eso,… pues dímelo tú primero.
-¿Yo?.. Yo me llamo Alicia…
-Alicia… suena bonito. De hecho, creo que no te lo mereces. A partir de ahora yo voy a ser Alicia, ¿vale?
-¿Qué?
-Jajaja… mira… creo que te estoy empezando a confundir. Ahora yo voy a ser tú. Por esta noche vas a dormir en mi cama, y mientras tanto haré de ti. Yo voy a ser ti, ¿de acuerdo?
-No entiendo nada…
-Te dije que te fueras a dormir…

Al final, no pude resistir. De esa noche no conservo ninguna memoria. Tan sólo que ella me arropó de una forma rara, que una vez más me llenó de un confort como el que nadie nunca me había dado, ni habría de hacerlo jamás. Y mi sueño llegó casi al instante.
Y no hubo nada en él. Ni una sola imagen. Tan sólo una sensación de tranquilidad absoluta, como estar rodeada por una oscuridad que transmitía paz y nada más.

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Cuando desperté, mi cuerpo se sentía algo dolorido pero la sensación de alivio tardó en desaparecer. Sólo al cabo de unos segundos pude ver, observando hacia lo alto, que no había rastro alguno del cuarto donde estaba la cama de esa mujer. De hecho, no había rastro de nada. Un árbol se mecía al viento de forma irónica, y el ambiente de verde pálido no podía ser otro. Estaba en el exterior. En el bosquecillo mismo.
Por desgracia, el aire de tranquilidad me abandonó al instante. Y corrí presurosa hacia algún descenso, intentando no huir de algo extraño que me había pasado.
Tan sólo quería volver donde mi viejo. Sabía que me iba a matar, pero iba a ser peor si no aparecía…

Y el asunto fue tal cual. Apenas aparecí mi viejo brotó de la nada, y tras un puteo del cual ya ni siquiera recuerdo los detalles, me soltó una paliza terrible. Creo que por esos días estaba con problemas en el trabajo, y encima yo desaparecía por dos días. Lo malo fue que no pude contarle nada. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué me secuestró una persona extraña que se llamaba como yo, y que luego desapareció por completo?
Por lo menos no iba a pensar que estaba loca.
Una de las últimas cosas que me dijo fue que dejara de pensar como estúpida, y que no me apareciese ya gorda… Por lo visto pensaba en eso, que me habría escapado con alguien. Qué lejos de la verdad. Esa extraña experiencia ya me había bastado. Yo no quería saber nada de ese chico., Andrés. El muy cobarde… y sí, la infeliz de Emily… los malditos me abandonaron apenas tuvieron miedo.
¿Por qué la muy maldita no había llamado siquiera a mi casa? ¿Tan poco le importaba a fin de cuentas?
Perra cobarde…
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El lunes que siguió ella intentó acercárseme, pero mi negativa fue tajante desde el principio. No quería saber nada de una supuesta amiga que la abandonaba a uno apenas aparecía un problema.
Algo más noté, y es que Andrés no aparecía por ninguna parte. El lunes y el martes eso no me extrañó, pero cuando llegó el miércoles, ya se volvió asunto raro. Quise ignorarlo, pero me intrigaba qué podría haberle pasado. Y lo peor era que no podía preguntarle a Emily, pues ella estaba para mí bien en medio de la ley del hielo.
Tanto era esto así que la semana pasó sin que hablase con ella, ni para el saludo siquiera. Notaba la culpa que sentía y cómo durante los recreos miraba reiteradamente hacia las escalinatas donde yo me aposentaba y comía.
Así llegó el viernes. Era un viernes frío, de ésos de cuando el invierno está despidiéndose y las primeras nubes primaverales aparecen soplando vientos por primera vez húmedos en el año, y alguna lluvia golpea con aire sanador a la tierra tan mancillada por el sol.
Era uno de esos días, cuando no terminaba de sucumbir la lluvia, que yo estaba llegando atrasada al colegio. Todos los días tenía que pasar por un callejón estrecho de suelo adoquinado, donde en las salidas jugábamos bromas a los ocasionales conductores que se atrevían a pasar por allí. No pensaba en ello en ese momento, después de todo. Tan sólo contemplaba la enorme soledad de la calle.
Con todo lo que había pasado me sentí un tanto nerviosa. No me gustaba estar tan sola.
Creo que sentí un poco de alivio cuando vi en un recodo a un barrendero haciendo su trabajo con parsimonia. No me extrañé. El sitio solía ser bastante sucio. Suspiré un poco dejando pasar mi nerviosismo, sólo para que al pasar junto al extraño me asustase mil veces más.
Y es que en un gesto en extremo brusco, el brazo del barrendero se alargó y atenazó el mío como una garra con una fuerza terrible. No sirvió para aplacar mi miedo cuando se llevó la mano a la boca en gesto de silencio cómplice y me mostró que era la mujer de la otra vez. Ahí si quise gritar, incluso con más ganas.
De hecho, creo que lo hice… qué cara habrá puesto…

-Ven… tengo que mostrarte algo…
-¡No jodas! ¡Tengo que ir a clases!
-¡¿Clases?! ¡Já… jajajajaja! Idiota, mencióname una sola cosa que hayas aprendido de valor en ese colegio y te dejo ir…
-Errr…
-¿Y bien?
-Bueh… mi viejo me va a putear si sabe que me he chachado…
-No te preocupes por eso. Yo ya lo tengo resuelto. ¿Y bien? ¿Vienes?
-… Creo… -miré hacia la blanquecina y sucia pared del colegio y sentí por un instante qué tan poco importaba eso- … ya… vamos…
Recién cuando emprendíamos camino volví a notar cuán temprano era, pues el frío de las calles era de verdad penetrante y la luz blanquecina aportaba una visión extraña, casi etérea, mientras caminaba con esa extraña mujer. Subimos por recodos hacia las zonas más apartadas de Villa Victoria. Temía a cada momento que terminásemos en mi casa, pero al final, nuestra ruta se perdió por un par de callejas oscuras.
Fue en una de éstas que nos detuvimos, y ella me hizo señas para que mirase hacia algo que estaba más allá. Estábamos en el extremo de un callejón estrecho, rodeados de sombras, y más allá estaba una calle ancha. La otra Alicia (así la llamaré desde ahora) me hizo una seña cómplice y me señaló hacia un contenedor de basura ubicado en esa calle.
-¿Qué quieres que vea?
-Espera… ahora sí… mira, mira eso…
Yo agucé la vista, y entonces apareció una figura enjuta caminando con pesadez por la calle. Llevaba un bulto envuelto en una bolsa negra de nylon. Tenía una cara de atormentada, esa pobre chica…
-¿Ves el bulto que lleva? -me dijo la Otra- Ahí está un hijo que tuvo hace poco. Seguramente sus viejos la obligaron a deshacerse del pobre. Viéndolo, quisiera imaginar cuánto habrá sufrido al morir. Me pregunto cómo lo habrá matado.
Yo miré con horror, alternativamente, a mi compañera, y luego hacia allá. La chica era flaca y su apariencia en verdad lástima, pues se notaba que si era mi mayor, lo sería con un año a lo sumo. Imaginé cómo habría sido sufrir el embate de sus padres… Ahora ella miraba hacia el contenedor, apoyada en la apertura, y parecía estar llorando.
-Mírala bien –continuó la Otra- hace poco ella cometió un error que le ha costado todo su futuro. De ahora en más ella será sólo un pedazo de basura para todos lo s que la rodean, no sólo para los que saben lo que ha pasado, sino para todos, porque ella no dejará de ver reproche en todo lo que le rodee. Además, quién sabe cuánto tarde la culpa en anidar en ella, cuando germine este sentimiento, ella podrá acabar con su vida, o quizá busque una salida más cobarde, que sería aplacar sus sentimientos con alguien más. Sabes a lo que me refiero, ¿no? –pese a lo serio del discurso, la Otra Alicia hizo un gesto obsceno francamente gracioso- En cuyo caso, no tardará en estar en esta misma, exacta situación, o peor. Podría ni siquiera decirle a sus padres, y hacer todo sola. Imagina cuánto destruirá eso su psique y cuánta culpa más le dará.
Yo miraba sin decir palabra, alternativamente a uno y otro lado. ¿Quién era esta mujer, al cabo? ¿Cómo sabía la situación de esa jovencita? ¿Cómo…? ¿Cómo era tan madura…?
-O sea, tenemos a una jovencita que en lugar de apoyo sólo ha encontrado aislamiento y culpa. Tenemos a alguien, que incluso en la peor circunstancia es una inocente, pero que ya no tiene esperanza para un futuro. Es triste, pero hay algo que todavía se puede hacer por ella. Hay una forma de ayudarla.
“¿Quieres ver cómo podemos ayudarla? ¿Qué podemos hacer por ella?
Yo sólo acerté a asentir con la cabeza. Esta mujer era un misterio encarnado, y pese al temor que infligía en mí, algo me hacía sentir tranquila frente a ella. Sí, en verdad tenía un aire maternal, algo que nunca había sentido. Y creo que la miré casi con cariño cuando ella abandonó la calleja y a paso sigiloso, fue acercándose a la chiquilla del contenedor.
Los hechos que pasaron desde entonces se sucedieron en una cadena de espanto, la primera por la que tuve que pasar, la primera que se llevó partes sustanciales de mi conciencia. Durante todo ese día deseé estar muerta, estar en otro sitio, pero abandonar a esa mujer…
Incluso ahora que lo recuerdo me llena de un escalofrío que me hace pensar que todavía soy una persona.
Es por eso que relataré lo siguiente de manera somera. No quiero entrar en detalles porque me haría sufrir demasiado.
La Otra Alicia se acercó en silencio, y aprovechando la distracción y la soledad del lugar, apuñaló a la chica en el cuello. El corte fue profundo, así que ella no pudo gritar, y su desangramiento fue rápido.
Acto seguido la cargó a su hombro, casi sin esfuerzo y vino hacia mí. Me instó a que la siguiera, y yo, con el espanto del momento, no pude negarme. Fuimos por callejas iguales, abandonadas o lo que pareciera, llevando nuestra carga, hasta llegar al bosquecillo. Allí mismo corrimos tanto que mis piernas dolían demasiado cuando nos detuvimos. Ahí me fijé dónde estábamos. Una estribación, algo como un pequeño valle, y un promontorio de roca. El sitio donde yo había visto las tumbas cuando fui por primera vez con Emily y Andrés. Ahora sí contemplé a cabalidad las cruces de madera improvisada. Las tumbas tenían un área cercada por una formación de pequeñas piedras, y sí, no eran de perros, eran demasiado grandes como para eso…
La Otra descargó su víctima, y me miró con un rostro sonriente. Yo trataba de evitar esa mirada. Miraba hacia la nada. No quería verla a ella. Menos al cadáver. Miraba tan concentradamente hacia los árboles que me sobresaltó cuando escuché el primer picotazo. Instintivamente volteé y la imagen me hizo lanzar un vómito largo, doloroso.
No quisiera contar esto…


La Otra se había inclinado sobre el cuerpo sin vida, y sacando instrumentos de su mochila, algunos cuchillos, un par de tenazas y otras cosas más, había hecho un corte en el rostro de la chica. Sostuvo la piel con la tenaza y comenzó a halar, desprendiendo la carne y la piel al tiempo. Allí volví a vomitar. Después de mucho recién reparé en que el rostro que comenzaba a despellejar tenía una expresión de infinita melancolía, pero de paz, después de todo. No pude fijarme más porque la asesina no quería tomarse tiempo. Desgarró todo lo rápido que pudo la piel, en dos cortes diagonales, después de romper la ropa, y con algo de esfuerzo despellejó el torso también.
Yo comencé a llorar. Debió haber sido el miedo, el asco… todo junto…
Allí la Otra se detuvo un segundo, y me miró con expresión preocupada. Tan sólo una mirada y luego continuó, pero mientras proseguía me habló.
-No deberías llorar por ella. Recuerda, te dije que era inocente. Espero… esperemos que ahora esté junto al inocente cuya vida ha tomado. Quién sabe. Ahora podría cuidarlo…
“Lo que está ante nosotros es solo un saco de carne y huesos. La carne se pudre y se infecta, y luego es un mal recuerdo de lo que fue alguien vivo. Los huesos van limpiándose, y al final son como un pequeño, blanco, reflejo de alguien que un día fue querido, o por lo menos, alguien que vivió en este mundo, como nosotras. –ella seguía. Iba ya en las piernas, pero la profundidad de su voz hacía que la escuche y preste un poco menos de atención a lo que hacía- No dejaré lo podrido, lo que se corroe, junto a alguien que ya podría comenzar a sentir paz. Pero no podría dejar que lo corrompido se quede en el mundo. Es por eso que voy a aislar toda esta materia. Por eso es que la guardaré para mí. Cuando llegue el momento simplemente la ingeriré. Así, aquello que era corrupto me alimentará, y hará que pueda seguir más días limpiando la soledad y el dolor de los inocentes…
Yo miré con un terror infinito la figura de la Otra, la que, habiendo desollado ya todo el cuerpo, procedía a arrancar pedazos de carne de a poco. Tenía tanta precisión que no dudé. Ella había hecho eso antes, y no un par de veces. Quise decir algo pero sólo pude articular una pregunta estúpida.
-Pero… ¿Y la policía? ¿Y su familia? ¿No van a buscarla?...
-Ay, pequeña Alicia… tan ingenua… Su familia se sentirá más a gusto si alguien que sólo les llevó problemas no regresa. La policía… es como todos. Si no es asunto suyo, no les importará. Luego de que no aparezca a la primera, se olvidarán de ella. Te sorprendería saber cuánta gente ha muerto en esta ciudad y nadie sabe de ella. Yo lo sé bien porque me he llevado a varios de esos. Yo no soy como los pacos. Yo me preocupo por el mundo que me rodea. Quiero, a veces, pensar que soy como un ángel que existe para librar a los que ya no tienen esperanzas…
Y como si sus palabras invocaran un hechizo hacia mí, a partir de ese momento vi su silueta como si la primera luz del sol la iluminara con un aire fúlgido, celestial. La sensación no me abandonó más, incluso después que ella extrajo los últimos restos de carne, mientras escarbaba la tierra, depositaba los huesos y ambas no uníamos en un gesto silencioso de respeto por la caída. Y tampoco desapareció en la caminata ligera que dimos hacia más allá, hacia el lugar de la entrada a los túneles donde debía estar su morada.
Mientras caminábamos ella tarareaba un canción infantil, en tono bajo, y apoyaba una mano cálida contra mi espalda. Sí, era una figura contorsionada, toda ensangrentada, de mirar enfebrecido, y era además una asesina, pero algo en ella me hacía, pese a todo, sentir tranquila. Y decidí abandonarme y dejar que mi corazón siguiera su instinto primario.
Y en esa sangrienta primera mañana sentí que la quería.



Continuará

viernes, 12 de febrero de 2010

Las máscaras de Alicia (parte primera)





En última instancia, debí haber sentido, un poco, siquiera un ligero estremecimiento, un asomo de la extraña sensación del asco, a la cual me había hecho foránea yo desde hace mucho. El ocaso quemaba todo como una cruel llamarada de olvido y mi mente volvió a días más felices, cuando no todo lo que tenía en el mundo tenía que ver con el pestilente hedor de la sangre, este dolor casi insoportable y estas tumbas, que ahora eran de mi creación. Quise olvidar a mi última víctima, pero el pensamiento sólo me trajo estos, mis últimos recuerdos.

Recuerdo aún los tiempos cuando yo asistía al colegio. No se puede decir que fuera una chica extraña. Ni raleada siquiera. Tenía una buena cantidad de amigas y creo que estuve a punto de tener un chico, cuando estaba allí en primero medio. Eso era todo, y si bien el colegio era cruel y nunca tenía mucho dinero, y hubiese querido siempre ser más bonita, no había muchos problemas en mi vida.
Creo, de hecho, que lo único que en verdad debía lamentar era tener un padre controlador y violento. A veces pensaba que no podía culparlo, después de todo, cuando se divorció, la maldita de mi madre se llevó a mi hermanito, y aunque mi viejo quiso pelear, a la larga sólo me dejaron a mí a su custodia. Justo a la hija que menos quería. Y encima iba a tener que llevarla él solo. Debe ser que yo fui un error. Tantas veces se me había dicho tal cosa. Tantas veces lo había pensado para mí misma, que creía ciertas estas palabras. Muchas veces, en la penumbra de mi habitación, mirando hacia la nada, pensaba en eso quedamente, y aunque al día siguiente asistiría de nuevo al colegio, y estaría sonriente como siempre, la idea no escapaba de mí, ni entonces.
Podía reír, chancearme y hasta intentar coquetear con cualquier chico, desentenderme de las malas notas, dejar ir y venir a mis amigas. Después de todo, ¿qué importancia tenía? Mi padre había sido claro al respecto:
“Sales de colegio y tienes que buscarte un esposo para que te mantenga. No me vas a estar trabajando. No están para eso las mujeres…”

Y poco menos de un año quedaba para que saliese de colegio. Sí. Había por ahí un chico que me gustaba. Creo que se llamaba Andrés o algo así, ya no lo recuerdo a cabalidad. De cualquier forma, no quería pensar en ello. Llenar a mi vacía vida con un macho, por favor…
De eso se ocupaba mi amiga, la Emily. Ella era la muestra de lo que yo quería ser. Era frívola, desobligada y su personalidad era radiante. Cada tarde podíamos verla saliendo con un chico diferente, y era algo así como la abeja reina para nosotras. Yo la seguía a todo lado y calculaba sus movimientos. Cómo volteaba su cabello cuando un chico le parecía interesante, cómo acercaba el celular con un gesto de amaneramiento exquisito, cómo su maquillaje agresivo resaltaba sus rasgos duros y de hembra fuerte. Sí. Yo quería ser como ella.
En esos días el otoño estaba terminando. Apenas iban pasando los días después del 21 de septiembre y ella se me acercaba cada tanto y me hablaba sobre los chicos a los que había conquistado en esas fechas. Debo admitir que sentía una suerte de curiosidad temerosa, al escuchar sus relatos poblados de referencias a una vida sexual de la cual yo aún no tenía ni idea. Hablaba sin mesura y a veces se detenía para soltar una risilla.
Creo que fue esa tarde, la tarde de un martes, cuando comencé a soltar las amarras de la bestia que traería mi destino.

“Emily… ¿No me puedes ayudar a conseguirme chico? No sé ni cómo es… No sé ni cómo hablarles…”
Ella se limitó a mirarme durante un largo segundo, y al final, sonrió de la forma más inocente que jamás le había visto, y me dijo susurrando:
“-Habias estado creciendo, Alicia… Yo te voy a ayudar, no te preocupes”

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-Tienes que escoger, pues, niña… ¿qué te voy a decir si ni sabes con quién quieres estar?
-Es que… me da pena decirte y que te burles…
-Qué va, es el primer chico de mi mejor amiga, no me burlaría aunque te gustase el Alberto.
-Uy… tampoco es para tanto…
Justo entonces pasó el susodicho. Nunca presumí de no ser una persona materialista, y por eso no me avergüenza decir que nuestro compañero de curso, repleto de granos, con lentes gruesos y al que le gustaban esos dibujos animados de chinos, no era alguien con quien me gustaría hacer pareja. No,… lo que quería más bien era alguien como… como…
-…Andrés…
Emily volteó hacia mí con brusquedad. Apenas lo hizo recién caí en cuenta que seguíamos en el mismo lugar, en el patio junto a los kioscos, y acababa de pasar el chico que sí me gustaba.
El muchacho en cuestión era de aquellos que sólo se aparecen en ridículas telenovelas de Disney Channel. Caminaba por allí y allá con sus amigos, como una especie de comandante. Los demás eran nada más que un hato de moscas muertas, pero él… Ese peinado hacia un lado, cubriendo sólo un ojo, sus camisas que nunca llegaban hasta más allá del codo, cómo llevaba la chompa del colegio siempre al hombro… Y además, de lo poco que solía hablar siempre sobresalía su voz potente y bien desarrollada, hablando quizá de estupideces sin remedio, videojuegos y cosas así, pero con una seguridad increíble.
-Ahhh…. Te gusta el Andrés entonces… -me dijo calladamente Emily, mirando de reojo al grupo del chico.
-… Ya mierda… ya me descubriste. ¿Y qué?
-No te pongas así. El chango es cuate. No va a ser difícil que te de un soplo con él…
-¿En serio?
-¡Pero claro! ¿No sabías que él tenía que entrar a mi banda? Él se toca los bajos… no, digo, toca el bajo. Bueno, seguro lo otro también, pero…
-¿Toca? Ay… es el hombre perfecto…
-No te calientes tan rápido. El chango es amigable, pero es medio rarito. Mira. Dame hasta el jueves. Mañana tengo ensayo y voy a tratar de jalarlo de vuelta. Cuando estemos ahí le diré que tienes gustos como los de él, y luego hago que hable, ¿vale?
-Gracias… gracias Emily… Eres tan buena amiga…
-¡Claro que lo soy!

Una pena. Ella sí que lo era…
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Qué buena era la pinta de mi amiga los días en que iba a los ensayos de su banda. Alguna vez había ido a ver a su grupo tocar su metal ligero en concursos y cosas así, ero nunca dejaba de sorprenderme lo genial que le lucía el bajo a modo de mochila, en especial con su cabello sujeto de mala manera, sus labios profundamente pintados y los varios arcillos que pendían de sus orejas.
La vi por un segundo en el recreo, intercambiando un par de palabras con Andrés. Seguramente eso había bastado.

Ella y yo teníamos un lugar especial, en nuestro colegio, un sitio bajo las gradas que conducían a los laboratorios, que parecía vedado y de no ser por nosotras estaría casi destrozado. El cuartucho socavado bajo la escalinata era oscuro y más aún cuando nos reuníamos, que solía ser por la noche, cuando ya el colegio estaba cerrado. Hacía un tiempo que Emily había logrado robar (y copiar) la llave del portón principal, de modo que no era ningún problema meternos discretamente allí después de clases, cumplir nuestros asuntos y luego salir campantes del colegio como si nada hubiese sucedido.
Pero… para qué voy con sutilezas… nuestros asuntos, que después de todo requerían eso, absoluta privacidad… a la larga eran tontería de poca calaña pero que nos podrían haber metido en líos. Imaginen a la bastarda de nuestra directora viendo cómo repasábamos fútiles e insulsos conjuros “Cipriánicos”. No veo qué cara pondría mi padre de llegar a ver la prolija tabla de ouija que yo llevaba allí, y cuyas oscilaciones se hacían casi mágicas, especialmente en las noches que la luz de la luna salía temprano y se dirigía prontamente a través de extraños corredores y dibujaba una estela circular sobre nosotras, encerradas, y nos daba ese aire místico, en el cual podíamos prescindir de nuestras velas negras. Hablábamos un poco de lo escasamente instruidas que estábamos en temas importantes pero que tomábamos a la ligera, como la tradición hermética, la filosofía Laveyana, y otras cosas. Lo único bueno era que mucho más no tratábamos de hacer. Alguna vez obtuvimos un ejemplar fotocopiado de “La clavícula de San Cipriano” pero sus hechizos sólo sirvieron para que riésemos buena parte de la noche.
Admitámoslo, no era nuestro propósito el andarse haciendo sacrificios a diestra y siniestra. Jamás hicimos el amague de agarrar un gato negro, o llevar un gallo (también negro), para degollarlo y utilizar su sangre a modo de ungir el pentáculo y/o tetragramatton que dibujábamos con tiza roja (u rosada) en la pared, para darnos ambiente.
Bueno, no hablaré más, pues es menester que relate las cosas en orden, para que mi cabeza no vuelva a divagar y mi vista se quede encerrada en esa sangre, que sí se ha derramado en esta ocasión, y cuyo hedor parece que vaya a perseguirme por siempre.

El asunto es que, como luego me dijo, Emily había logrado que el muchachito, que no parecía un ignorante de nuestros temas, al cabo, se nos uniera el viernes siguiente. Si ella era tan buena amiga, nos acompañaría un rato y luego nos dejaría solos.
Entonces tendría al chico que quería y listo. Un logro que presumir.

El sol que iba cayendo aquel viernes era como el de cualquier día. Sin diferencias en lo absoluto. Tan sólo estaba su fulgor rojizo cuando iba muriendo, y las sombras alargándose mientras la muchachada del colegio abandonaba nuestra jaula de todas las tardes.
Sólo después de un rato apareció Emily, trayendo del brazo a Andrés. El chico mostraba una sonrisa torcida, de galán de telenovela, que se hizo más evidente cuando ambas le mostramos el sitio donde nos reuníamos.
-¿En serio primera vez que lo traen a un chico aquí? –Dijo él apenas estuvo instalado en una esquina y parecía no sentirse demasiado molesto con la suciedad del sitio- Cualquiera de esos cabrones diría que son lesbis.
-Estamos acostumbradas a los prejuicios estúpidos, ¿sabes? –Replicó con aplomo Emily- Cuando le dije a mi mamá que soy bruja casi me bota de la casa… la muy cojuda. A veces sigue santiguándose cuando aparezco por ahí.
-Y eso que yo no le he dicho ni a mi papá. –dije yo, como para ambientar la escena nada más- Él cree que mi tabla ouija es un adorno de mesa… pobre viejo…
-Eso digo yo… -dijo Emily con sorna. El crepúsculo iba terminando. Un haz de luz blanquecina lo atravesó todo, y como una señal iluminó directamente el rostro de nuestro invitado.
-No me jodan… -dijo éste, tan sólo, quitándole todo lo que podía tener de poético a la escena.
-¿?
-¿En serio creen que son brujas? Pensé que eran chicas más maduras y no se estaban con esas huevadas. Yo estaba pensando que me traías para relajearme, pues, Emily.
-Cállate, idiota. Y yo que pensaba invitarte de nuevo a la banda…
-Miren, chicas… el que tengan dibujada una estrellita aquí y tengan un par de velitas no las hace brujas ni nada. Sólo las hace ver pelotudas… además…
Andrés calló. Su recriminación tenía mucho de chico frívolo, pero una ligera, casi imperceptible vibra de su voz había hablado con un tono serio. De pronto, esa misma vibra rodeó su faz en tanto hablaba y calló. Él tan sólo miraba la luna.
-… ¿Además…? –Emily no estaba dispuesta a notar sutilezas como ésa. En tanto yo miraba al chico, que a esa luz esplendente se tornaba casi hermoso; ella no podía perdonar el simple insulto de sus convicciones. Yo lo sabía bien. Ella se tomaba todo muy en serio.
-Terminá de hablar, cojudo. Si no te boto de aquí ya mismo.
-¿No quieren dejar de jugar? –Dijo de pronto él, bajando la vista. Su voz había vuelto a la normalidad. Seguía siendo el mismo chico trivial- ¿Quieren escuchar de algo jodido, pero jodido…?
-¿Qué sería? –pregunté yo, mezcla de curiosidad y embelesamiento.
-Una vez mi hermano y yo nos fuimos al bosquecillo. Mi viejo le había contado un par de cuentos sobre los túneles. Han debido ver en los noticieros. Ahí vive de todo. Colos, loquitos, de todo… bueno, a mi hermano mucho efecto no le hizo. Con más ganas él quería ir por ahí. Quería ver qué tanto asustaba ese lugar. Y claro, el muy cojudo me tenía que llevar, por si se asustaba de verdad.
-¿Pero ése era tu hermano menor, no?
-Qué va…es mi mayor por como siete años. Otra cosa es que siempre ha sido miedoso. La cosa es que si fuimos. Y sí, nos metimos. Él consiguió dos ramitas para que tocáramos las paredes del túnel, para no perdernos, y teníamos una linterna. Fuimos en la mañana, temprano nomás…
-¿Y? ¿Qué pasó? –Ni Emily ni yo habíamos podido evitar que el chico comenzase a llamar nuestra atención. Y cómo no… un relato escabroso siempre era manera de llamarnos.
-El huevón de mi hermano estaba yendo por detrás. Yo estaba llevando la linterna. La cosa es que después de un rato el me agarró del hombro bien fuerte y me dijo como susurrando: “¿Has escuchado?”… Yo miré para todos lados pero no había nada. Le dije que se tranquilizara, que ya nos fuéramos, pero él de repente me agarró más fuerte el hombro. Estaba sudando una mierda. Me agité para que me suelte, porque me estaba lastimando, y ahí sonó algo, pero jodidamente fuerte…
-¿Y qué era? ¿Había alguien?
-Nada que ver. El pelotudo de mi hermano se puso tan nervioso que se apoyó mucho con la ramita. Al final la rompió, y se hizo vencer con su peso. La cosa es que cayó contra la pared y… ¡La maldita mierda se derrumbó!
-¿Y ahí qué pasó?
-Yo me quedé helado ahí mismo. La linterna apenas si alumbraba con el polvo. No sé ni cuánto tiempo estaba mi hermano ahí, pero cuando apareció fue peor. El muy bestia salió de los escombros y comenzó a gritar como loco. Me empujó a gritos y los dos comenzamos a correr. Me acuerdo que me asusté tanto que me puse a llorar, pero él no me decía nada, sólo corría y corría, y me seguía empujando. Me tropecé un par de veces y me levantó casi a patadas.
“Cuando salimos, era mediodía recién. Yo me tiré contra un árbol y jadeando lo miraba con empute. Pero él sólo cayó de rodillas y comenzó a llorar horrible.
-¿Y nada más? ¿Cómo se fueron luego?
-Yo normal nomás. Ni le quería hablar. Pero él seguía bien nervioso. Mucho rato todavía miraba hacia atrás y temblaba. Al final yo les conté a mis viejos y le dieron la cuera del siglo. Se lo ganó el muy cojudo.
Cuando Andrés terminó de hablar, la luna ya comenzaba a acercarse a su cenit. Emily lo miraba con una expresión entre decepcionada y curiosa. Yo por mi parte, tenía un par de preguntas en la punta de la lengua, pero quería dejarlo terminar.
-¿Eso es todo? –Dijo Emily al fin- Qué cojudez. ¿Con eso querías asustarnos? Si quieres mañana mismo vamos a los túneles. Me he metido ya y no hay nada ahí. Nada de nada…
-¡Pero claro! ¡No faltaba más! ¡Mañana mismo vamos entonces! ¿Qué les parece si vamos por ese mismo lado? Han pasado tantos años y nunca he sabido lo que pasó con esa pared.
-Ya pues. ¿A qué hora nos encontramos?
-A ver… ¿a las ocho, en el centro piloto de la Vásquez?
-Me parece bien. Hasta mañana nomás entonces. Yo los dejo. A ver si le sacas algo interesante a este maricón, Alicia…
Al final yo tenía lo que quería. Emily se había ido. Su figura desapareció con rapidez y pronto estuve a solas con el chico que me gustaba. Pero yo ya no tenía ganas de charlar con él. Ni de coquetearle siquiera. Y de las preguntas que estaban en mi cabeza sólo quedaron dos, acuciantes, apremiantes.
-Andrés…
-Dime…
-Y… ¿Qué era lo que vio tu hermano detrás de esa pared? –primera pregunta.
-Nunca me dijo. –primer respuesta esquiva.
-¿Nunca te contó? –Pregunta redundante- … ¿No te habló sobre eso? –Otra pregunta redundante- ¿Cómo estaba después? –Esa sí, la segunda pregunta.
-No jodas con eso… -dijo Andrés, y al momento tomó su mochila y se dispuso a largarse. Algo lo había molestado, al parecer. Sólo cuando estuvo fuera del cuartucho volteó atrás para mirarme. Nunca sabré si la mirada era de malicia o de ira- Mi hermano nunca se recuperó del susto. Creo que ahora está en Sucre. No quiero ni saber. El muy cabrón se lo buscó…

Él se lo buscó…



Continuará